Nihil mutantur

domingo 23 de enero de 2022 | 6:00hs.
Nihil mutantur
Nihil mutantur

“…was it not right and just that a better world should exist somewhere else?”
George Orwell

Cuando las aguas del lago volvieron a su quietud, vio su silueta dibujarse en el espejo líquido. Las agitó una vez más, pero su rostro, al cabo de unos minutos, aparecía; una y otra vez. No importaba la potencia de sus golpes. Por momentos observaba su cara, macabramente igual, cubierta de pecas y dolor. Con algo más que una fiebre iracunda, hundió sus narices, aguantó todo lo que pudo y desahogó su pecho con un grito final que se perdió en las profundidades sombrías envolviendo a mágicos peces de colores. Al levantarse, las gotas acariciaban su nuca y la caricia del agua pronto se evaporaba con el calor de la luna. Entonces, volvía a la frustración de encontrarse nuevamente.

Había llegado hasta ese lugar corriendo, empujada por la culpa y la imagen de la reina muerte. Pero no pudo contener su cabeza dentro de ese lago hasta que todo cambiara. Una y otra vez emergía; y todo estaba igual. Vivía en un mundo donde otros obtienen lo que desean, donde ella desea lo que otros obtienen y donde los deseos finalmente son llevados por el viento a otra parte. Si tan sólo pudiera irse con ellos, a ese lugar donde finalmente germinan y florecen entre personas que no necesitan hablar de nada importante. No se atrevía, no quería ir sin que la inviten. Pero, si tanto lo deseaba, ¿por qué no la buscaban? Pensaba y esperaba: «Están viniendo, eso es seguro, pero con pasos lentos y pequeños».

Todos los domingos, en ese lago, se enfrentaba a sus sueños pendientes, a sus continuos dolores y a la parquedad de un destino vomitado sobre su ser. Se sentía una liliputiense saltando por la fruta más alta.

Un día vio a un hombre joven ocupando su lugar, estaba de rodillas haciendo lo mismo. Con su rostro clavado en el lago. Cuando ella se acercó, él dio media vuelta; permaneció de rodillas. Estaba mojado. Sus ojos brillaban como el agua oscura, y de los mismos se desprendía una lágrima continua que descendía como una serpiente escondiéndose en su camisa húmeda. Ella nunca había sentido una tristeza tan pura, tan inmensamente mayor a la de los demás. Semejante hombre, con ese nivel de sufrimiento no podía existir. Pues observaba la noche y su magia como un extranjero. De la nada, había aparecido y engullido el sufrimiento del mundo de una sola cucharada. Ahí permaneció, inmóvil.

––Hace muchos años, venía a este mismo lugar a llorar mi vida ––dijo luego de algunos suspiros secos.

Ella comprendió que era quien había estado esperando. Venía a buscarla y a llevársela lejos, a ese lugar donde todo deseo brota al alcance de cualquier corazón, donde no hay nada que ambicionar. Después de tanto rogar, de tanto exhalar angustia, alguien llegaba en su ayuda.

––Estoy lista para que me lleves ––dijo extendiéndole la mano ––, este lugar ya no es para mí.

––No vengo a buscarte ––respondió mirándola fijamente, ignorando la mano extendida.

––Voy a seguirte de todas formas. Hundiéndome en el lago que te recibió. Se que venís del lugar en el cual deseo estar, donde la brisa es continua, donde no hay tierra fértil para el dolor y nos olvidamos de todo para siempre, y disfrutamos de una eternidad…

––Es un panal infinito––interrumpió ––, donde cada hexágono no es más que un pequeño universo, miles de mosaicos pintados con los pinceles que te dieron al nacer. ¿Estás cansada de pintar? Todavía no terminaste. En ese momento, y no antes, vendrán a buscarte. Claro que podés seguirme si ese es tu deseo. Dar por finalizada la construcción de un espacio que todavía no puede recibirte. Yo lo hice, me cansé de construir mi lugar. Sufro. Además veo muy de cerca a otros que jamás quisieron hacerlo, que durante toda su vida dejaron los pinceles de lado para atragantarse de placeres. Pero vengo a decirte lo que a mí nadie me dijo. La única palabra acertada que dijiste es eternidad. Vengo de un lugar del que solamente puedo salir para hablar con débiles. Es en ese lugar donde, en verdad, nada cambia. Nunca más.

Sebastián Borkoski

Del libro Cuentos Breves. El autor publicó además El Sueño Radovan (2020) Los diablos blancos (2016) El puñal escondido (2011) y Cetrero nocturno (2012) entre otros.

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