Olga

domingo 16 de enero de 2022 | 6:00hs.
Olga
Olga

A orillas de un barranco sobre el Río Paraná estaba la casa grande que albergaba entre sus paredes de barro y paja a una familia de peones de una estancia correntina.

Olga, descendiente de alemanes robusta, fuerte, trabajadora, madre de nueve niños, no le tenía miedo a nada ni a nadie y así crió a sus vástagos. Ellos jugaban libres y felices entre naranjos, limoneros, mandarinos, pastos verdes y flores multicolores, cultivadas y silvestres. Algunas veces, llegaban al río por un lugar donde podían bajar hasta la arena de la orilla de las aguas con las que convivían día a día.

En una ocasión, llegó a la casa Berta, la hermana de Olga con sus ¡DIECISIETE! ¡¡¡Sí!!!! Aunque sea difícil de creer, arribó con sus diecisiete retoños a pasar unos días con la familia.

Las puertas no existían, sólo el marco, fabricado con un tronco delgado de los árboles de la zona, indicaba la entrada. Lo mismo sucedía con las ventanas.

Al llegar la noche, debían organizarse para dormir. Olga tenía una antigua cama de bronce, heredada de los padres, con colchón de lana pero nunca, nunca alguien dormiría en su lecho, salvo Marco y Benjamín, los hijos más pequeños.

El primer paso fue poner sobre el piso de tierra algunas ponchadas, uno de los colchones y otras más encima para prevenir posibles incontinencias infantiles nocturnas.

La dueña de casa pidió a una de las hijas mayores que encendiera las lámparas a kerosén para iluminar el lugar. La costumbre era guardar los fósforos debajo de la almohada para que se mantuvieran secos.

María metió la mano y sintió algo frío y áspero que no tenía forma de caja de fósforos, era más bien redondeada. Levantó lentamente y con mucho miedo, la almohada, y allí vio una víbora enroscada, totalmente dormida. No gritó como le salía desde las entrañas mismas, con la mayor calma que el terror y su corazón galopante se lo permitían, llegó hasta donde estaba la madre contándole el descubrimiento.

Olga pidió a todos que guardaran silencio. A Berta le encargó que retuviera a los chicos en la cocina, lejos del dormitorio. Se deslizó con la agilidad y el sigilo de un felino cuando se prepara para atacar a la presa. Llegó hasta la cama, levantó muy despacio la almohada. La víbora de color amarronado y manchas arriñonadas en forma de medialunas, una yarará crucera, seguía plácidamente en su sueño espiralado.

La matrona colocó, con mucha suavidad, la almohada nuevamente sobre el animal, tomó las cuatro puntas de la sábana, como acostumbraba hacer con los raídos, formando un paquete que trasladó con la mayor prudencia hacia afuera al patio grande. La colocó en un pozo. De inmediato, roció el bulto con una cantidad abundante de kerosén. Recién en ese momento, el reptil comenzó a moverse, tratando de sacudirse las telas que lo envolvían. Entonces, Olga, con rapidez tiró al pozo un fósforo encendido, surgiendo de golpe una gran llamarada.

Causaba escalofríos ver el movimiento de la serpiente, retorciéndose de un lado a otro, acompañando sus saltos con explosiones como si fueran cohetes de las fiestas de fin de año. Todo se calmó cuando en el hoyo quedaron algunos restos y cenizas.

Al otro día, pasó el patrón y le contaron lo sucedido. Este hombre de campo, también era un curioso e investigador de la naturaleza por lo que juntó lo que pudieron rescatar para estudiarlo.

Cuando volvió, días más tarde, comentó que la yarará estaba esperando su cría, al parecer unas cuantas por lo que estaba, quizás, pronta a parir y buscó ese lugar, debajo de la almohada, para hacerlo.

Sólo pensar en un “encuentro” semejante a cualquiera de nosotros, gente de ciudad, nos hubiera escuchado hasta la otra orilla del Paraná.

Sin embargo Olga, la hermana y todos los niños, siguieron viviendo de la misma forma que hasta ese memorable día.

Myrtha Moreno

Del libro “Ellas”. La autora ha publicado varios libros de cuentos y relatos para niños en la colección Taca taca.

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