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Qué se entiende por soberanía

viernes 14 de enero de 2022 | 6:05hs.
Qué se entiende por soberanía

Hay varias acepciones del término “soberanía”: geopolíticamente, es el poder político supremo que corresponde a un Estado independiente, sin interferencias externas; en la teoría política, la soberanía es el término que designa la autoridad suprema que posee el poder último sobre algún sistema de gobernabilidad; para Jean Bodín, “soberano” es quien tiene el poder de decisión, de formular leyes sin recibirlas de otro, es decir, aquel que no está sujeto a leyes escritas, pero sí a la ley divina o natural. O sea que “soberanía” admite varias interpretaciones.

Por eso este término es utilizado por los partidos políticos nacionales y por muchos de sus militantes con diferentes significados. Se me ocurre que habría al menos dos maneras de indagar en su significado: el histórico (su génesis y desarrollo) y el circunstancial (su oportunidad política puntual actual).

Un destacado historiador nacional, Ricardo Sidicaro, en un curso que diera hace años en una prestigiosa institución privada nacional, desarrolla el concepto y los usos de “soberanía” con singular maestría.

A partir de la época de la Revolución Francesa de 1789, fue un momento que sirvió para indicar el paso de ciertas maneras de organizar la política y de luchar por el control del poder, a otras cuyos patrones fundamentales rigen hasta nuestros días. Lo nuevo que apareció a fines del siglo XVIII fue la difusión, en amplios sectores de la población, de la idea que suponía que los hombres podían forjar su propio destino político. Este supuesto implicó una verdadera ruptura con el pasado. Tener derecho formal a participar en la toma de decisiones políticas e influir en la elección de autoridades, así como poder resistir legítimamente a la opresión de quienes mandan, era algo impensable para la mayoría de la gente común de siglos anteriores y comenzó a convertirse en una realidad, o al menos en una aspiración muy difundida, en los comienzos del siglo XIX, junto al surgimiento de la noción de “pueblo” como depositario de la “soberanía política”.

Al filósofo y escritor francés Jean-Jacques Rousseau se le reconoce el mérito de haber hecho importantísimas contribuciones teóricas para la gestación de las ideas políticas democráticas. Comparado su caso con el de otros clásicos se puede afirmar que globalmente su legado generó e inspiró tendencias y sectores diferentes –hasta enfrentados entre sí– que tomaron de su pensamiento orientaciones y aspectos parciales. Sus varios escritos tuvieron lo común de tomar como ejes el principio de la soberanía popular, la constitución de la voluntad general y el concepto de ciudadanía.

Rousseau escribió, en 1762: “La soberanía no puede ser representada por la misma razón que no puede ser enajenada; consiste esencialmente en la voluntad general, y ésta no puede ser representada: es ella misma o es otra; no hay término medio. Los diputados del pueblo no son, pues, ni pueden ser sus representantes; no son sino sus comisarios; no pueden acordar nada definitivamente. Toda ley no ratificada en persona por el pueblo es nula; no es una ley. El pueblo inglés cree ser libre, pero se equivoca; sólo lo es durante la elección de los miembros del parlamento; una vez elegidos, se convierte en esclavo de la ley”.

Lo común a todos sus textos fue tomar el principio de la soberanía popular. Se puede decir que con Rousseau se establece definitivamente y con notable claridad el postulado que sostiene que el único poder soberano es el del pueblo y que esa idea fue enunciada por él de una manera reiterativa y con una capacidad de convicción que nadie había demostrado hasta entonces.

Alrededor de los años 1750, Adam Smith, uno de los economistas más famosos de la historia y que es considerado el padre de la economía moderna, creador de las ideas de la “mano invisible” y el “laissez-faire” hicieron una insólita carrera en la popularidad y la divulgación de las teorías del pensador escocés, cuyo nombre enarbolaran en todo el orbe los defensores del liberalismo económico. La mano invisible fue la menos agraciada metáfora que pudo emplear para referirse a las consecuencias de la acción de múltiples y dispersas personas que operan en la actividad económica buscando sus propios beneficios individuales.

Modernamente, la noción de soberanía es recuperada en la post Segunda Guerra Mundial, por los Estados Unidos –el país que mejor podía asegurar la defensa de lo que ahora se llamaría el mundo libre– porque había comenzado la “guerra fría” (EEUU frente a la URSS). Si prestamos atención a las ideas democráticas de este nuevo período, como rechazo al todavía fresco recuerdo del fascismo en los principales países occidentales se valoraron los derechos humanos, las libertades públicas, la existencia de partidos políticos, la división de poderes y el pleno acatamiento a la soberanía popular (con el debido respeto a los derechos de las minorías).

En la actualidad, para un vasto sector de argentinos soberanía es un claro objetivo nacional, que no lo fue durante varias décadas –una de ellas la conocida como “década infame” – y que recién con el surgimiento del revisionismo histórico, en los años 50 y 60, se logró entre otras reivindicaciones, establecer por ley –recién en 1974– como Día de la Soberanía el 20 de noviembre recordando el enfrentamiento de tropas argentinas dirigidas por el general Lucio Mansilla, designado por el Gobernador de Buenos Aires Juan Manuel De Rosas, contra la pretendida invasión de una flota anglo-francesa, en la Vuelta de Obligado del Río Paraná, allá por 1845.

También este sector de argentinos recordamos que, al conocer el resultado de la batalla de la Vuelta de Obligado, el general San Martín –entonces exiliado en Francia– donó su sable de guerra al general Rosas.

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