Cuando la realidad supera la ficción

jueves 13 de enero de 2022 | 6:00hs.

Por Matías Micheloud Publicado en Perfil

La taquillera No miren para arriba, que cuenta con un elenco de estrellas de Hollywood de renombre, es sin dudas una película que viene, a través de la sátira y la catástrofe, a popularizar ciertos aspectos acerca de cómo funcionan los sistemas de poder, cómo impacta esto en nuestras vidas y qué comportamientos sociológicos se generan a partir de esto. En muchas ocasiones la poderosa influencia de medios, empresarios megamillonarios y sectores políticos, provoca que las personas se alejen del sentido común y/o se fanaticen de manera irracional poniendo en riesgo, como ilustra la película, hasta su propia existencia.

Lo que pone en evidencia el film, no es para nada nuevo, pero sí comienza a ser más preocupante por el combo que se ha formado de manera vertiginosa en estos últimos años, donde los medios se potencian con las redes sociales, se diseminan a través de ellas innumerables contenidos (memes, videos, etc.) y se multiplica todo aún más si aparecen influencers. Este nivel de influencia mediática es una herramienta poderosísima que va moldeando a las sociedades, y es un arma de doble filo, que se puede usar para hacer el bien como es el caso de Santi Maratea, o para cuestiones no tan buenas (por así decirlo).

En relación a esto último, existen varios ejemplos de temas y situaciones que vienen sucediendo y que son una señal de alerta. Con la llegada de la pandemia la situación se fue acentuando entre otras cosas porque la virtualidad copó la escena. Trazando un paralelismo con la película uno de los mayores ejemplos que tuvimos en nuestro país fue la denuncia irresponsable respecto a las vacunas que hicieron ciertos dirigentes políticos, acusando de envenenamiento al presidente y otros funcionarios de salud.

Hoy capaz ya no lo recuerdan muchos porque la tendencia luego cambió, y hoy somos uno de los países con mayor aceptación respecto a las vacunas, pero hace unos meses en Argentina existía mucha gente (hoy son mucho menos) que no se quería vacunar con algunas de ellas por cuestiones ideológicas, o por miedo a que tengan nanochips que iban a manejar sus pensamientos, entre otras versiones. Otro ejemplo, fue el caso de quien tomó dióxido de cloro de una botella en un popular programa de TV en vivo, cuando esto era desaconsejable por cientos de expertos, actitud lamentable dicho sea de paso.

Si bien la película, lleva realidades a extremos, porque el recurso en el que se basa es la sátira (subgénero literario que emplea un tono sarcástico para lanzar un mensaje crítico mediante el humor), en muchos casos la realidad supera a la ficción.

En paralelo a la búsqueda presurosa de soluciones para ponerle fin a la pandemia a través del desarrollo científico, han aflorado negacionistas del Covid, antivacunas, conspiranoicos y vendedores de tratamientos ineficaces y frecuentemente peligrosos. Estas reacciones que se alimentan del sentimiento de impotencia ante una situación de crisis y aunque sean falsas, dan una respuesta al miedo e incertidumbre que generan estas situaciones, y se agravan cuando líderes políticos de la talla de Donald Trump o Bolsonaro, se suman, como sucedió.

En este tema, de todas maneras no sólo es cuestión de líderes, empresarios y medios, hay lugares del mundo como Europa que tiene varios países con serias dificultades para lograr que se vacune la totalidad de la población y donde sus líderes (como Macron en Francia o Boris Johnson en Inglaterra) convocan con énfasis a que los ciudadanos se vacunen, sumado a que analizan tomar medidas (o ya las tomaron) para ayudar a que esto suceda.

Los hechos hablan de la existencia de una parte importante de la sociedad que presenta un grado de desconfianza creciente, principalmente respecto de la ciencia, pero donde el problema es mucho mayor, una probable causa además de las agotadas promesas incumplidas por gobiernos alrededor del mundo (y el exceso de “campaña permanente”), sea el altísimo nivel de circulación de fake news que recorren alrededor de todo el mundo, entre otras (desigualdad). La aparición de las criptomonedas como alternativa a las monedas tradicionales habla de una falta de confianza generalizada en los propios estados, y la veneración a empresarios megamillonarios que son capaces de con un tuit hacer ganar millones a unos y perder a otros (entre otras cosas), habla del poder (influencia) de estos y la fragilidad en la que vivimos.

Sería ingenuo, no advertir que las vacunas las generan empresas que tienen fines de lucro, ahora, no ver las incuestionables cifras (en el mundo) de la cantidad de personas que son hospitalizadas y que no están vacunadas, respecto a las que sí, es de necio.

Como sucede en la película y en la vida real, las polarizaciones extremas, el fanatismo irracional, los movimientos extremistas, la desconfianza (sin fundamentos empíricos) en las instituciones o la ciencia, la banalización de la política, la influencia excesiva de empresarios exitosos (o deportistas incluso), son un grave problema para la sociedad en sí misma. Es manifiesto que si no existen consensos colectivos respecto a ciertas cuestiones evidentes, corremos mayores riesgos todos, para ello el primer paso es reconocer y analizar la situación de fondo, cuidar más la comunicación y actuar en consecuencia para reconstruir la confianza.

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