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‘No mires arriba’ es una sátira, pero los riesgos existenciales no son una broma

miércoles 12 de enero de 2022 | 6:00hs.
‘No mires arriba’ es una sátira, pero los riesgos existenciales no son una broma

Por Hugo Viciana y Aníbal Monasterio Astobiza Para The Conversation

Sin develar nada por si aún no la ha visto, en la película ‘No mires arriba’ unos científicos estadounidenses advierten de la aproximación de un cometa a la tierra con el potencial de extinguir a la humanidad. Se trata de una farsa repleta de chistes satíricos que no hay que interpretar en absoluto de manera realista en cuanto al funcionamiento del sistema científico y de detección de impactos catastróficos. Con el trasfondo de las reacciones en sociedades como la estadounidense ante la pandemia y el cambio climático, el film toca uno de los temas más interesantes abordados por la ciencia y la filosofía en los últimos años: los riesgos existenciales. ¿Pero qué es eso?

Un riesgo existencial se define como aquel que puede hacer desaparecer a la especie humana o al menos a una proporción lo suficientemente grande como para hacer inviable la reconstrucción de la civilización. En la película, el impacto del cometa se presenta indudablemente en dichos términos. No está mal pues aprovechar para recordar cómo nuestras decisiones en este aspecto, igual que en otros, pueden ser interpretadas basándose en la teoría de la utilidad esperada o del valor esperado. En pocas palabras, la teoría del valor esperado sugiere que deberíamos calibrar nuestras acciones a la probabilidad de sus resultados según el valor de las posibles consecuencias.

Dicha teoría nos llama la atención sobre escenarios que, aunque relativamente improbables, pueden tener altísimos costes o beneficios. Dada la probabilidad de que la especie humana desaparezca y el valor inmensamente negativo que solemos dar a ese escenario, acciones con un extraordinario valor esperado deberían ser las que como sociedad nos permitan evadir dichos riesgos.

Una intuición sorprendente señalada por algunos filósofos y psicólogos en tiempos recientes es cómo en un primer momento la mayoría de las personas no parecen tratar de manera cualitativamente distinta los riesgos catastróficos globales respecto a los riesgos existenciales o de desaparición completa. Sin duda ambos son de extrema gravedad, pero es fácil inferir que los segundos son peores, por cuanto implican la desaparición del horizonte de las generaciones futuras. En todo caso, ni siquiera ante riesgos tan altos por su probabilidad como los de una pandemia que viene advirtiéndose desde hace años parece que nuestras sociedades hayan obrado sobre la base de la teoría del valor esperado.

Es importante recordar que no somos incapaces de actuar ante riesgos bajos pero de impacto catastrófico o existencial. En 1994, por el impacto de un cometa sobre Júpiter, el congreso de EE.UU. ordenó a la Nasa detectar los objetos espaciales que pudieran causar extinciones si hubiera un impacto, esfuerzo que fue altamente exitoso al catalogar y estudiar los asteroides de mayor diámetro. En noviembre de 2020, la misión Dart fue lanzada con el objetivo de desviar un asteroide que puede servir de prueba.

El filósofo David Hume nos exhortó a adaptar nuestros miedos a la mejor evidencia. Muchas personas temen viajar en avión, aunque muchos trayectos en coche sean más peligrosos. Como sociedad tal vez hemos temido mucho al terrorismo (diseñado para explotar nuestras fobias) y muy poco a las pandemias. La incertidumbre que rodea a muchos de estos acontecimientos puede impedir que en el día a día se les dé suficiente peso. Pero algunas consideraciones sencillas bastarían para que los tomáramos más en serio. En primer lugar, muchos constituyen lo que se denomina en filosofía eventos de tipo “cisne negro”, es decir, sucesos poco probables de alto impacto que, sin embargo, sabemos seguro que a veces ocurren. En segundo lugar, aunque los riesgos existenciales pueden ser relativamente pequeños a corto plazo, por su naturaleza multiplicativa crecen a medio y largo plazo. Recientemente el filósofo Toby Ord estimaba en una entre seis la probabilidad que nuestra especie tendría de no sobrevivir al siguiente siglo, comparando así nuestra toma de riesgos con la ruleta rusa. Dicha estimación, parcialmente subjetiva, está sujeta a críticas, aunque no hace tanto una encuesta informal entre especialistas de este ámbito arrojaba valores similares. En tercer lugar, algunos de estos riesgos, una vez que los conocemos mejor, no son “cisnes negros” sino “rinocerontes grises”: aquellas amenazas que podemos estimar, con razonable seguridad, que se aproximan. Hoy, el calentamiento global es un rinoceronte gris, como lo es la próxima pandemia. Cisnes negros podrían ser los escenarios más auténticamente apocalípticos que rodean a algunas de estas amenazas.

Podemos estar seguros, por simple aplicación de la lógica, de que la probabilidad de eventos catastróficos globales es mayor y la de eventos “meramente” catastróficos mucho mayor. Es decir, reconocer los riesgos existenciales nos debería llevar a ser sensibles al espectro mayor de los riesgos catastróficos. Como se ha recordado durante esta pandemia, el trabajo de prevención es muy poco agradecido, puesto que a falta de que se produzca el evento que se trata de evitar, la tendencia por defecto puede ser no valorar lo que no se ve. En el caso de la prevención y el paliar los efectos cisne negro, esta invisibilidad y falta de reconocimiento es aún mayor.

Como la sátira del film pone de relieve, la práctica totalidad de sus espectadores ignora la existencia de una Oficina de Coordinación de Defensa Planetaria que realmente existe: fue creada en 2016. ¿Invertimos demasiado poco en la prevención de riesgos catastróficos globales? Un primer paso es pensar de manera más adecuada nuestras actitudes ante estos riesgos.

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