Míster Leitzel

domingo 09 de enero de 2022 | 6:00hs.
Míster Leitzel
Míster Leitzel

Míster Leitzel despertó apesadumbrado. Intentó retomar su descanso, pero las risas externas a su habitación continuaban. Quería volver al sueño. Había visto lugares hermosos y quería volver a ellos. Se destapó con enojo y tiró las sábanas al suelo para salir de su cama. Luego comenzó a recorrer el pasillo y a medida que caminaba abría las puertas. No pudo encontrar a la persona que producía ese sonido molesto. Bajó las escaleras y cuando llegó a la cocina se encontró con la cocinera removiendo con una cuchara el contenido de una olla. Luego, la quitó de la preparación y la sacudió en el borde de la olla. Sin decirle una palabra volvió sobre su camino y se dirigió al cuarto de pintura. Tenía que dibujar aquella imagen que había aparecido en el sueño. Iba a ser un gran cuadro, lo sabía. Trabajó en la obra hasta que el hambre lo regresó a la vida. Con una taza de té y un poco de pan recuperó energías.

Durante la tarde fue agregándole color a la ciudad y a los habitantes. Cuando por fin se sintió observado por ellos, se sentó a descansar. Contenidos dentro de un marco vivían felices aquellos que le habían suplicado paz durante la noche. En su sueño, el bucólico paisaje había comenzado a convertirse en ruinas debido a la guerra. Él quería detener la acción en el momento previo y permitir que el poblado continuara alejado de los conflictos. Antes de irse a dormir quiso volver a verlos y se acercó al cuadro con la vela encendida. Las ventanas estaban cerradas y una hermosa luna iluminaba el pueblo, su pueblo. Ellos descansaban tranquilos y él se sentía bien por haberles regalado ese mundo.

A la mañana siguiente despertó tarde y fue al estudio. Miró su obra y tuvo que detenerse en los detalles para percibir que habían derribado la torre de la catedral. Se acercó y notó que un grupo de personas permanecía en el interior del edificio. No podía escuchar las voces, sin embargo, veía los movimientos. Uno de los ciudadanos sacudía las manos eufóricamente. Quizás volvieron los conflictos, pensó. Decidió no adelantarse y escondió el atril con el cuadro de frente a la pared para no distraerse. Debía terminar un retrato y no deseaba que aquel paisaje lo alejara de su tarea. Sólo era una imagen, lo que sucediera allí se quedaría dentro de ese marco.

Después de almorzar volvió a trabajar, pero no pudo contener su curiosidad y se detuvo frente al cuadro. En la plaza central se enfrentaban varias personas armadas con espadas y dagas. Tenía que frenar el conflicto. Los había colocado en ese espacio y se había encargado de que no sufrieran ningún tipo de carencias, sin embargo ellos volvían a generar problemas. Se sentía triste y quiso encontrar una solución. Recorrió la habitación y un bastidor viejo le pareció la respuesta. Iba a pintar la misma ciudad y trasladar a ella parte de los personajes. Tal vez no lo solucionaría, aunque no perdía nada intentándolo.

Se esforzó para reproducir aquel poblado, sentía que debía ser exactamente igual para que los ciudadanos no notaran las diferencias. Mientras lo recreaba, miraba a la otra pintura y veía que el conflicto continuaba. Estaba tan apurado por hacer una réplica que no notó los cuerpos que se acumulaban en el patio de la catedral. Cuando el paisaje estuvo completo empezó a esbozar los rostros. En ese momento observó los cadáveres. Debía ser rápido y preciso para evitar que continuara la matanza. Estaba cansado del egoísmo, los intereses y la desidia que demostraban sus personajes.

Entonces comenzó a dudar: ¿podría trasladar a los personajes de un cuadro a otro y hacer que ellos continuaran vivos? Sabía que sus obras eran reconocidas por su destacado realismo, pero sus pinturas nunca habrían cobrado vida. Ese cuadro era una excepción. De repente le surgió una idea: llevaría la pintura al museo, de ese modo, todos notarían cómo en una de sus obras habitaba una verdadera ciudad. El único inconveniente era que el enfrentamiento continuaba y, por más que pudiera apurarse, quizás solo podría exponer una gran cantidad de muertos. Trasladarlos a otro bastidor era la única opción. Estaba a tiempo para salvar a algunas personas, solo debía tomar una decisión. ¿Qué bando copiaba? ¿Cómo sabía quiénes no se enfrentarían? Resolvió no pintar a quienes se encontraban en la plaza. Se sintió poderoso e incluso pensó que ellos no notarían las ausencias. Creyó, inocentemente, que nadie extrañaría a los que él consideraba violentos.

El sol bajaba mientras terminaba su copia. Estaba agotado y desconsolado. Quería que vivieran en paz. El segundo cuadro era su esperanza. Lo miró por varios minutos sin percibir vida en él. Tal vez había perdido el poder que milagrosamente le fue concedido sólo para la anterior. Bajó a la cocina y se sirvió un vaso de vino. Cuando volvió, su esposa observaba ambos cuadros:

- Hay muchos cuerpos en el patio de la catedral - dijo ella mientras señalaba al primer cuadro. Míster Leitzel decidió acercarse y confirmar que no había movimientos en la ciudad. Permaneció de pie, ante la obra, hasta que dio con un niño. Estaba solo, llorando bajo la mesa de su casa. No podía escuchar su llanto, sin embargo veía la expresión en su rostro. Se sintió apenado porque él era el responsable de haber generado esa ciudad llena de violencia.

- ¿Lo ves? - le preguntó a su esposa.

La mujer siguió con su mirada la dirección del índice

- Sí, es un niño y está solo- respondió- Hay que sacarlo.

- Voy a pintarlo. Acércame tu vela.

Ella lo seguía para iluminarlo. Después de unos minutos, el niño ya era parte del segundo cuadro. En el vivían los vecinos que había rescatado del enfrentamiento. Lo dejaron allí y esperaron. Alguien debía encontrarlo. En la copia, la ciudad aún se veía tranquila. La vela se consumía y el niño seguía bajo la mesa. En aquel momento notaron que alguien ingresaba a la casa. Míster Leitzel comentó: “Creo que es su padre” Sonrieron y se fueron a descansar.

A la mañana siguiente, la mujer se levantó antes que él y decidió ir a ver cómo seguía la convivencia. Notó un grupo de gente gesticulando en la plaza y temió que el conflicto volviera a comenzar. Les habló, aunque estaba claro que ellos no la oían. Fue a despertar a su esposo y le sugirió que pintara otro cuadro.

- No. Volverán a pelearse. Si es así como debe quedar finalizada la obra, así será. Dejáme dormir en paz.

Se sentó en la cama e insistió

- Es tu responsabilidad. Inventaste un lugar perfecto para ellos y ahora los abandonas. No podés darte por vencido.

Él no respondió, giró y le dio la espalda. La mujer se retiró y antes de bajar a desayunar volvió a ver la pintura. Habían comenzado a pelearse. Un muchacho joven se enfrentaba a otro con un cuchillo en mano. Tenía que hacer algo. Sentía que correspondía actuar. No se trataba solo de ellos, sino de la humanidad. Esos personajes representaban la esperanza de los que deseaban una sociedad pacífica y ella no iba a desistir. Alguien debía copiarlos y convenía ser rápido. Se acordó de un amigo pintor de su esposo y pensó que él accedería a hacer una copia. Tomó la pintura y la cubrió con una tela. Uno de sus empleados la llevaría hasta la casa de Thomas. Mientras bajaba la abrazó contra su pecho para que no se mojara con la llovizna que comenzaba a caer. Míster Leitzel escuchó los ruidos y la increpó:

- ¿Qué hacés con el cuadro? Dejá esa pintura acá.

Tomó la obra de sus manos e inmediatamente escuchó un ruido que parecía provenir de la pintura, corrió la tela y notó que empezaban a bombardear la ciudad. Les pidió que cesaran los conflictos, pero no sabía si lo ignoraban o simplemente no escuchaban. Gritó, sin obtener respuestas. Sintió que él era el problema y ya no le pareció una locura que los ciudadanos lo odiaran. Se escuchó una explosión y Míster Leitzel cayó al piso. Su esposa tomó la pintura y la tiró, con todas sus fuerzas, hacía la pared. Luego revisó a su esposo. La ciudad se había cobrado una nueva víctima.

Noelia Albrecht

Albrecht es profesora de lengua y literatura. Vive en Posadas. Su primer libro “Lo que escribí mientras no me mirabas” forma parte del Plan Nacional de Lectura. En 2021 salió su segundo libro “Sueño de perro”.

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