La ganadora

domingo 02 de enero de 2022 | 6:00hs.

L
a vulnerabilidad de Ana contrastaba con su tenacidad para enfrentar los desafíos diarios que la vida le presentaba.

Ella cargaba con una disfunción cerebral que, aunque diagnosticada como mínima, lentificaba todos sus proyectos. Claro que no los impedía, sólo los demoraba. Entonces ponía en juego su extraordinaria tozudez y salía adelante, una vez, otra vez y otra más.

Pedro no era ni parecido al hombre ideal para ella y Ana lo sabía. Solo que sus ganas de vencer, también a la soledad, pudieron más.

Y allí estaba, de buenas a primeras, intentando armar a su modo lento pero infinitamente esperanzado y bondadoso una pareja. Casi nadie apostaba siquiera un centavo a la continuidad de esa relación. No tanto por Pedro, sino sobre todo por Ana.

-Es demasiado aniñada -sostenían algunos.

-Es inmadura –postulaban otros.

-Todo le cuesta un montón –sentenciaban los más escépticos.

Esos eran algunos de los argumentos que se escuchaban, por citar solo los más suaves.

No fue nada fácil. Pedro tuvo que armarse de una paciencia que, realmente, no tenía. Era bastante mayor que Ana y sus rasgos de personalidad (los buenos y de los otros) estaban demasiado arraigados. Así que avanzaban un paso y retrocedían tres. Y vuelta a empezar.

Pedro se preguntaba si valía la pena continuar y la respuesta afirmativa la tenía con solo mirar la carita de Ana. Era lo más dulce e inocente que había conocido y que, probablemente,  jamás conocería.

“La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida”… repetía, en una simpática canción caribeña, la mulata Celia Cruz. Resulta que la jovencita destinada a ser cuidada, debió cuidar ella a su “protector”.

En efecto, al tiempo Pedro se enfermó gravemente. Tuvieron que operarlo de urgencia. Era poco probable que se curara y, menos aún, sin secuelas. Los médicos que lo atendieron concuerdan en que quien más ayudó a su recuperación fue Ana, que le prodigó cuidados especiales: pausados, tranquilos e infinitamente amorosos.

Pasó el tiempo. ¿Demasiado? No, el necesario.

Es una inusualmente fresca noche de sábado. No falta en el cielo ni una sola estrella. En la Iglesia de los Santos Mártires, de la ciudad de Posadas, hay una joven menuda que se desprende del brazo de su padre. Avanza con lentitud hacia quien será su esposo.

Entre los que participan de la ceremonia religiosa están muchos de los pesimistas, se niegan a dar crédito a lo que están viendo. Sin embargo, la chica continúa su camino, con una actitud discretamente desafiante.

Solo los que se encuentran en las primeras filas perciben las dos gotitas que se escapan de sus ojos claros.

Ahora sonríe. ¡Sí, está sonriendo! Le hace un guiño al afortunado Pedro y pronuncia una frase apenas audible: “También le gané a la soledad”

Gasparini es abogada y docente. Recibió premios en poesía y narrativa en Misiones, Entre Ríos, Buenos Aires, Santa Fe y Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Marta Stella de Gasparini

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