Sólo unidos lograremos alcanzar un desarrollo armónico en América Latina

jueves 23 de diciembre de 2021 | 6:00hs.

Desde hace más de medio siglo asistimos a los esforzados, aunque dispersos esfuerzos de los países latinoamericanos por comenzar y alcanzar definitivamente un desarrollo social y económico integral –semejantes quizás al canadiense o australiano–, empeños alterados por diversos motivos, de origen internos o externos.

Comenzando quizás en el siglo XIX con la Guerra de la Triple Alianza, con la que abortó el esfuerzo del pueblo paraguayo por desarrollarse integralmente, a manos del Imperio del Brasil, la Argentina mitrista y el Uruguay de Venancio Flores; la invasión y despojo a México de vastos territorios (casi un 50% de su territorio original) por los EE.UU. y, últimamente, en el siglo XX, la alternancia de numerosos golpes militares; de “golpes blandos” como el acaecido en Paraguay con el ex presidente Lugo, en Brasil con Lula en primer término y luego a Dilma Roussef o después, el golpe de Estado para deponer al presidente Evo Morales en Bolivia, en el año 2019, para continuar con la repetitiva y sucesiva variación entre gobiernos aparentemente “republicanos” de sectores del poder –de derecha– o de sectores populares –o populistas–.

Estas sucesivas alternancias han creado en la región latinoamericana una inestabilidad socioeconómica llamativa y aparentemente inconexa, a la que cerebros destacados en Europa o los EE.UU. asignan una causalidad cultural o de falta de comprensión –sobre todo en los sectores más pobres y marginados de la sociedad latinoamericana– de las “reglas económicas” del capitalismo, las que, gracias a la ley de la “mano invisible” o el “derrame”, terminarían por distribuir la riqueza –que se sigue acumulando en muy pocas manos o empresas sin cesar desde hace más de medio siglo– época en que se crearon organismos económicos financieros para “regular y optimizar la riqueza mundial”, como el Banco Mundial (1944), el FMI (1945), la OCDE (1948) o las reglas del comercio mundial por la OMC (1995).

Obviamente además está el caso de Cuba, un país casi totalmente bloqueado por los EE.UU. hace más de sesenta años, primero por su vinculación política con la ex Unión Soviética y ahora no sabemos por qué, país que se sostiene por la férrea unidad de su pueblo y por la autoridad de su particular gobierno, más cierta flexibilización cedida por los EE.UU. en los últimos años, particularmente por la pandemia de covid19.

Año tras año, relevantes líderes populares latinoamericanos se reúnen en diversos eventos, institucionales o civiles (académicos, festejos, etc.) y reiteran la necesidad de que más países logren tener –o elegir– gobiernos populares para consolidar una política subcontinental, desde México hasta Argentina, que permita enfrentar las influencias de los países, grupos empresarios o mediáticos y lograr integrar a las masas de desocupados, aborígenes, mujeres, mayores no jubilados y demás, a políticas de igualdad y solidaridad.

La derecha mundial y de cada nación latinoamericana se empeñan en todo lo contrario: difundir por las redes sociales y los medios de comunicación campañas de descalificación de los líderes y las organizaciones populares; obstaculizar la adopción de medidas o políticas de orden popular en temas económicos, productivos, ambientales, sanitarios, sindicales, etcétera; capacitar a nuevos (o reciclados) dirigentes aptos para difundir este ideario de derecha; subordinar (“por las buenas o por las malas”) a muchos de los integrantes de los poderes judiciales para lograr más fallos judiciales favorables a las necesidades y deseos de los grupos de derecha o sus aliados.

Yo creo que esta es una de las claves para comprender la variabilidad, complejidad y lentitud que manifiestan los países latinoamericanos en consolidar políticas sociales y económicas determinadas –ya sean de derecha como populares– y definir colectivamente qué tipo de políticas económicas y sociales nos regirán durante los próximos cincuenta años.

Lo recientemente sucedido políticamente en Bolivia, Argentina, Perú, Venezuela, ahora Chile, más las perspectivas de Lula en Brasil, permiten avizorar un vuelco latinoamericano hacia los gobiernos populares y la elaboración de estrategias subcontinentales de unidad y desarrollo con justicia social.

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