Tres mártires del desatino

miércoles 22 de diciembre de 2021 | 6:00hs.

El 13 de diciembre del año 2005, los compañeros de Luis Arturo Franzen publicaron el recordatorio de su muerte: “Aquí yace un mártir de la militancia que amó la vida y soñó con una Argentina mejor. Es nuestro epitafio al Colorado Franzen asesinado en Margarita Belén junto a otros compañeros de infortunio. Fue un luchador empedernido de la vida, por la suya y por la de los demás. Así lo entendió y así caminó sus breves diez años de militancia”.

¿Quién no lo recuerda haciendo dupla con el buenazo de Juan Zaremba, el otro Colorado, en la militancia pura? Con ellos el pesimismo y el mal humor no existían. Tenían duendes los Colorados para contagiar sonrisas o carcajadas generales tras una cargada sutil. Así eran ellos, así murieron y así hay que recordarlos. Arturo estudiaba en la Facultad de Ingeniera Química, trabajaba en el correo de Bolívar y Ayacucho y militaba al lado de su amigo del alma: Juan Figueredo. Paradójicamente, formaron cuadros en el Barrio Regimiento, el bastión de la JP. Sus sonrisas se trocaron en lágrimas cuando manos anónimas quemaron el local de la JP. Atónitos miraban junto a otros compañeros las ascuas de tremenda salvajada. Como un oscuro presagio aquel incendio daría comienzo a los años más trágicos de la Argentina. Y como otros tantos jóvenes argentinos se vieron obligados a replegarse a un ostracismo que no querían. En una carta proveniente de lugar ignoto, fechada el 23 de diciembre de 1975, Arturo decía a sus padres: “Vamos a intentar que estas palabras sean un abrazo a mis viejos y a mis hermanas en esta Navidad, la más triste y la más pobre de felicidad que recuerde yo. Todavía más, tanto para mí como para mis compañeros, por pasarlas solo sin nuestra familia. Quisiera que el brindis sea por una patria libre, justa y por la paz que vamos a alcanzar cuando haya justicia”. Meses después, dieron la ominosa noticia que había entrado en la noche de los tiempos junto a otros misioneros en Margarita Belén, el paraje chaqueño convertido en campo santo de tantos jóvenes mártires.

El asalto y quema del local en la esquina de Beato Roque González y Coronel Álvarez fue el principio que engendró el nuevo movimiento juvenil peronista en Misiones: el Partido Auténtico. A partir de ese hecho comienza a tener forma, además, por el repudio hacia el intervenido Partido Justicialista de Misiones, carente de contenido ideológico e influido por la nefasta actuación de López Rega, personaje mefistofélico que supo corretear por Posadas repartiendo prebendas, y para colmo, fue el creador de la JP de la República Argentina -JPRA- brazo juvenil del gobierno de Isabel con adherentes locales.

También despreciaron abiertamente el penoso accionar de ciertos caciques de la burocracia sindical, Timoteo Vandor el ícono, siempre dispuestos a ubicarse al lado del gobierno de turno, como que fueron los primeros en acercarse a los militares después del golpe de Estado del 76.

Aquellos hechos fueron razones de peso para que el docente y dirigente de ATE Juan Figueredo creara, acompañado de un puñado de compañeros la Juventud Trabajadora Peronista, en oposición al sindicalismo tradicional. Y si de influencia se trata, el otro ingrediente gravitante que terció en el ánimo de los muchachos fue el rechazo a la guerrilla como método contrario al sistema democrático, falto de rumbo y sin apoyo popular. El asesinato de José Ignacio Rucci, secretario de la CGT y mano derecha de Perón, fue la luz roja que erosionó la simpatía que aún subsistía hacia el grupo armado.

Días después del cobarde asalto al local de la JP, asesinaban en Buenos Aires al conocido militante y diputado nacional Rodolfo Ortega Peña, asesinato perpetrado por la tenebrosa Triple A. Juan Figueredo, amigo del occiso, no calló ambas agresiones y ofreció con rabia y dolor un comunicado a los medios, de cuyo contenido se hiciera eco El Territorio: “Esta muerte y el asalto a nuestro local son parte de un plan de acción contra las organizaciones populares que hoy tienen una formidable oportunidad tras la muerte de Perón, el cual ha dejado el movimiento sin conducción y sin resistencia. Nuestra organización, como muchas otras se afirman en la unidad y la solidaridad, armas con que cuentan para dar batalla en el combate por la supervivencia del movimiento y por la continuidad del proceso democrático abierto el 25 de mayo de 1973. En la unidad encontramos la claridad para distinguir a los enemigos principales, aunque se disfracen con el barniz de falsa ortodoxia. A la solidaridad debemos practicarla cotidianamente comprometiendo nuestro esfuerzo en la defensa de nuestros derechos. Y finalmente la organización será el punto de partida y de llegada por la institucionalidad que implica nuestro movimiento, basado en la elección directa y democrática de nuestros representantes, como dijera nuestro líder en su testamento político el 12 de junio: El único heredero de Perón es el pueblo. Hagamos honor a esta distinción con que nos honra nuestro general en su última voluntad”.

Lúcida manifestación de ideas que induce, social y políticamente, a aceptarla como la declaración de principios de los muchachos del Partido Auténtico. Expresión cabal de una pléyade de jóvenes que sustentaban la utopía de luchar en paz y democracia por una Argentina mejor, sin atisbo de violencia. Prístino pensamiento de una generación en la que fueron asesinados o están desaparecidos. ¿Merecían por el sólo hecho de pensar de manera libre y democrática el macabro holocausto? No lo merecían. Y su ausencia en la actual realidad política de nuestro país es notable, porque ante el aquelarre de hombres carentes de escrúpulos y convicciones ciudadanas, están faltando las virtudes que a ellos les sobraban: valores éticos y morales.

Figueredo, que estuvo en contra de la lucha armada en democracia, sintetizaba con claridad cómo se puede ser progresista y revolucionario en libertad sin el uso de las armas.

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