Vinicius de Moraes

domingo 19 de diciembre de 2021 | 6:00hs.
Vinicius de Moraes
Vinicius de Moraes

Malena me pasó a buscar para ir a beber unas cervezas. Era domingo por la tarde. Su pelo y sus ojos color Bernardo de Irigoyen combinaban con su risa estruendosa de contralto.

Antes de ir al bar, pasamos a buscar a Tuli y al correntino Raúl. Al llegar a la pensión eran las 6 de la tarde. Estaban almorzando una lata de picadillo y otra de paté con pan tostado. La habitación no tenía ventanas y la luz era escasa. Los rescatamos y caminamos hacia el bar. Posadas olía a zafiro resaca y humedad de nostalgia. Roque Sáenz Peña tenía en su anchura una alfombra de flores de acacias.

Llegamos a Vinicius y recién abrían. En una mesa de la vereda estaban Mario, Luky y Víctor. Nos fuimos a la barra, Malena le pidió al Ale dos cervezas y cuatro vasos. Nos sentamos, el olor del bar era como respirar en el límite entre el infierno y el purgatorio, pero sin el poeta Virgilio, con el esplendor del fuego en carne viva, con la payesera noche de secreto veneno.

Malena levantó su vaso y dijo: ¡Salud! Por la dignidad del que viaja extraviado y la seguridad del que se enamora de un kamikaze. Llegaron Mauro Parrota, Marcelo Blake y el profe Carlos. Se sentaron a beber, vi que en esa mesa chispeaba “la palabra”, de la cabeza de Marcelo se disparaban frases de Baudelaire que corrían a Hemingway desnudo. De la cabeza de Mauro pendía Roberto Arlt como anillo de un planeta que lo protegía. En la cabeza del profe, Horacio Quiroga hacía equilibrio entre San Ignacio y el jardín de senderos que se bifurcan… y luego se encuentran.

Raúl dijo en nuestra mesa: “El domingo es la cara oculta de los cobardes, porque pone al desnudo lo que somos realmente: ignotos viajantes sin brújulas”. En el bar Malena era la única mujer, el vaso de cerveza le miró a ella, saltó a su boca y la besó desenfrenadamente. Ella abrió sus labios de mujer surrealista. Miré el cartel del bar de neón y abajo vivía un dibujo del ebrio sabio Vinicius de Moraes. El dibujo me pareció concéntrico, miré fijamente y me llevó directo a una calle desconocida. Había un recital, George Ben Jor, él cantaba: “filho maravilla nos gostamos de vocé” me acerqué y le dije vení con nosotros al bar que está el padre de la Bossa Nova. Se sentó con nosotros, Malena le preguntó: “A dónde queda la parada que me lleva a la casa de Don Cervantes” y luego de la explicación, Male se fue a lo de Alonso Quijano, él la recibió, la abrazó con ternura y le mostró una calesita. Cuando comenzó a girar, los dos se rieron sobre unos caballitos de humo amarillo.

Malena vuelve a sentarse con otra botella y un vaso, George Ben le dice a los ojos: ¿Cómo eu poso fascinar a uma mulher como vocé? Cantame le dijo mientras le servía un vaso. George comenzó a golpearse el pecho, sonaba cavernícolamente tropical y cantó: “Minina mulher da pele branca y sorriso vermelho”.

Miré hacia la barra y sobre ella bailaban dos piernas con tacos que destapaban botellas, de donde salían viboreantes sonidos que recitaban un poema del andaluz Federico García.

Llegó Manu que regresó del río Paraná con dos pacú y una boga y afirmó: “En la profundidad del río encontré este talismán” y se lo frotó contra su pecho y salió de su cuerpo, otro cuerpo lumínico que se sentó solo en una de las mesas y pidió una copa oblicua de pócima elevadora. Tuli en nuestra mesa dijo: “che Noni (Malena le llamaba solamente yo), el viernes que estábamos sentados en el murito frente a la facu de Humanidades con Café, ¿qué tanto hablaban con Pucho? Aaaa dijo Male: Me explicaba que El Lobo Estepario y El Perseguidor eran dos músicos disfrazados de apostadores en un casino clandestino con forma de herradura.

Cayo Cristaldo, me llamó desde afuera con sus manos. Nos fuimos a fumar yerba buena a la esquina, ahí nos encontramos con el cordobés, que trabajaba en la aduana, y Mario Benedetti. Estaban haciendo lo mismo, fumar. Nos acercamos a pedir fuego y Mario dijo: “No hay alegría más alegre, que la alegría del prólogo”. Y tiró la colilla del cigarro mágico.

Miré al árbol de frente, vi que su tallo era el pecho de un león sentado como una esfinge y de los ojos chorreaba vino a granel que empapaba los labios de Puerto Esperanza y la Sagrada Familia de Gaudí.

Llegó Rula con una guitarra transparente y una risa disimulada. Sus ojos tenían libertad que multiplicaba laberintos borrachos resplandecientes. Repartía magia a todos los presentes. Desde la calle Sarmiento La Gringa lanzaba estrellas al bar y Alonso lanzaba genes. Fabricio se sentó en la mesa de Coutuné con la contracultura que ya tenía dos litros en su cabeza. La música sonaba agradablemente fuerte, eran Los Doors, de pronto Morrison dejó de cantar y se sentó en un taburete de la barra, del bar, luego se convirtió en lagarto y volvió a cantar en voz baja.

Por la calle Félix de Azara llegaron el genético Bideu y Diego, que traían miñocas y mariposas lustrosas de verde futuro. Volví al bar, en la mesa de la esquina estaban hablando con señas Lorenzo, el perro del vecino y el viejito del sintetizador.

Cuando me senté, una mariposa nocturna me besó y luego me llevó al baño, me pidió que mirara el espejo. Un sol hablaba en guaraní, me miró y continuó…: “Vagamundo es un hechicero que vuela sobre el tiempo y aterriza en medio de una película de Fellini”. A esto Le respondí: “¡Venga Federico!, siéntese con nosotros, el vino de la casa se llama Amarcor y al beberlo la risa aparece desde el tercer ojo.

Rula empieza a probar la guitarra, de pronto veo que se acerca Chuck Berry y le dice: “tocá con este instrumento y dame la tuya porque voy hacer un solo de blues y B. B. nos hace los coros”. Por los parlantes se escuchó la voz de whisky de Mario que anunciaba: Antes del concierto escucharemos recitar al Maestro, y lo señaló. Vinicius estaba en su mesa con un velador y una botella de whisky, era el protector del bar. Se produjo un silencio repentino adentro y afuera. Entonces recitó: “La felicidad es como una bruma que el viento va llevando por el aire, vuela tan breve que necesita que haya viento sin parar”.

En el rincón derecho del bar, Guardaviento soplaba antiguas guaranias en una mesa, solo él y su otro él. El Menonita, Casariego y el negro Ortiz venían con Silvio Rodríguez y cantaban al unísono: “Yo no sé lo que es el destino, caminando fui lo que fui…” Entrada la noche la fiesta se desató, llegó el profe de Historia, se ubicó en la mesa con Freud, Doña Flor, y sus dos maridos. Hablaban sobre la pulsión de la muerte y de la resurrección de un hombre nuevo.

Comenzó la música y los Kossa Nostra bailaron sobre una mesa, desde abajo, en una tinaja fosforescente, los miraba Jorge Amado con un habano y un ron.

La noche estaba en su mejor momento cuando llegó una mujer en minifaldas, mirada de búho benefactor, me besó la frente durante una eternidad y susurró en mis oídos: “Este es tu templo pagano. Este bar es Malena riendo burbujas de cervezas. Sos vos abrazado a Bukowski, a Tom Waits y a Chabela Vargas. Es Ale y Víctor con el cordobés disparando tiros al televisor que escupe generoso, una ronda más para los inquebrantables buscadores de sueños, en la noche de Vinicius.

Hugo Sales

(Dedicado a María Elena Montiel, Noni)
Inédito. Sales es músico, docente y escritor. Oriundo de Puerto Esperanza reside en Posadas.

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