Corroe

domingo 05 de diciembre de 2021 | 6:00hs.
Corroe
Corroe

Un ruido lejano me trae al presente, al ahora. Lucho por mantenerme despierta -o al menos abrir los ojos-. Me atraganto con mi mente con tal de organizar mis ideas, pero no hallo las palabras y expresiones específicas, adecuadas para expresar cómo y dónde me siento. Quizá en un pasado era capaz de hacerlo, ahora estoy en un bucle constante que no me permite dejar de pensar. Pensar pensar pensar. -Estoy entumecida y abrumada, me duele algo, no soy capaz de reconocer de dónde proviene el dolor que es constante y agudo-. No me preguntes en qué pienso porque para contártelo debería cortar este hilo de mi pensamiento, y hacer eso es demasiado. Pienso. Debo hacer esfuerzos enormes para incluso no perderme ni olvidar esto que estoy sintiendo. Probablemente unos minutos más tarde esto que siento ya lo habré olvidado, como todo lo demás. Percibo este ambiente que me es completamente extraño, las cortinas curtidas y desgastadas, el olor nauseabundo de este lugar, ahora recuerdo que eso me despertó, lucho por recordar y mantener mis sueños, en vano.

Hay una ventana muy pequeña con los vidrios empacados de suciedad, la luz que ingresa es tenue, casi inútil, y percibo las paredes enmohecidas e impregnadas de manchas. Escucho pasos que hacen eco en un pasillo externo a la habitación, creo que nunca entiendo qué sucede exactamente. Visto estas prendas que no reconozco como propias, me siento foránea.

Ahora, siento las telas que alguna vez fueron blancas, pero ahora con el paso del tiempo están curtidas, impregnadas de fluidos ajenos. Vaya a saber cuántas personas fueron atadas por estas telas amarillentas. -digo telas, pero en realidad no sé cómo describir estas fajas apretadas que me impiden moverme, ellos, los de blanco, me han inmovilizado, ni siquiera sé sus nombres- Tengo las muñecas atadas a la cama, porque dicen que sufro de alguna enfermedad, y que mi condición resulta un peligro para mí. Realmente no sé. Conforme al paso del tiempo perdí la habilidad y la capacidad de todo tipo de expresión-comunicación, incluso el habla. Sospecho que hasta mi rostro dejó de ser expresivo. Temo notar el vacío impenetrable en mis ojos.

Ojalá al menos pudiese recordar la grafía de las letras. El abecedario que tanto me costó aprender. Ojalá pudiese volver a escribir como solía hacerlo. Perdí todo. Todo lo que alguna vez fue, ya no es. Percibo el sabor insípido de la nada misma, se entremezcla con el constante sabor fuerte y desagradable de los fármacos que los que están vestidos de blanco me dan.

Escucho que la puerta maciza de madera se abre bruscamente, los pasos apresurados de unos tacones pesados se acercan hasta esta cama… Alicia, Alicia. Me dice la médica mientras sonríe ridícula, pero amablemente. Qué querés que te diga, pienso. Porque ella sabe perfectamente que ya no cuento con la capacidad de habla, la perdí. Procede a sentarse en mi cama sudada y maloliente a causa de los fármacos que me ofrecen como parte del menú. Sigue mirándome a los ojos, deseo ver mi rostro ahora. O verme en mis ojos. Me invade la curiosidad de saber si aún me reconoceré -o no-. Escucho que habla, dice muchas cosas. Como si fuese una clase catedrática sobre algún tema interesante. No puedo seguir su hilo, me pierdo. Divago, mientras contemplo un punto fijo en la inmensidad de esta habitación que no siento mía. Observo que su silueta blanca se va, vuelvo a luchar con la nubosidad pesada que posa ante mis ojos. Y percibo, que lenta, ruin y bestialmente el Alzheimer engulle grotescamente lo que queda de quien fui. Me está consumiendo, ya no soy. Como si nunca hubiese vivido. En blanco, extraña y ajena de mi yo, la enfermedad del olvido me devora, así como el ácido que arrasa con lo curtido.

Quisiera poder aferrarme a lo único que recuerdo, a lo poco que aún comprendo. Quisiera poder hablar, gritar, expresar el enojo e impotencia que me invade. Quisiera dejar de estar encerrada en mí, y poder decirles que quiero escuchar las listas de música que armé hace unos veinte años atrás.

Quiero hallar la manera de hacerles saber que necesito escuchar algún pasaje de Dostoievski, o de Saer. -Tenía una biblioteca inmensa, vasta, y ahora no recuerdo ningún autor-. Quiero expresarles que quiero volver a experimentar el sinfín de sensaciones que solía vivir con la música. Reconocerme en fotografías, en los ojos de los que amé, volver a llamar a mis hijos por sus nombres y escucharlos reír, reconocerlos. Todo lo que fue, fui y ya no será.

Pero me han sedado, y todo esto mañana tampoco voy a recordar. Como una página en blanco. Me han sedado, me estoy durmiendo mientras veo los ojos de la médica que volvió con unas agujas que atraviesan mi escamosa piel hasta llegar a mis venas, y yo grito enmudecida, atrapada. Mientras el ácido corroe en mí. Y sólo deja olvido a su paso.

Mara Luft

Mara Luft cursa las últimas materias de las carreras profesorado y licenciatura en Letras en la UNaM. El relato ha sido publicado en su blog, Rizoma.

¿Que opinión tenés sobre esta nota?