Recurso de amparo

domingo 21 de noviembre de 2021 | 6:00hs.
Recurso de amparo
Recurso de amparo

“Al señor Presidente de la Suprema Corte de Justicia o a quien corresponda. Los abajo firmantes, en sabiendas de que está a punto de suceder el mes entrante un hecho que demuestra como se avasalla sin desmedros la voluntad ya expresada del pueblo argentino, llevándolo compulsivamente a tener actitudes reñidas con su idiosincrasia y su cultura, solicitamos, con el mayor respeto a su investidura,  la medida de No innovar o de Amparo, tal establecen la Constitución, Códigos nacionales y provinciales, leyes y decretos, la suspensión indefinida del acto a perpetrarse, de acuerdo y en acuerdo a que los firmantes vemos agraviada nuestra condición de argentinos por tan penoso propósito y perjudicados hasta en nuestra economía, basada –puede comprobarse -, en la cultura y el turismo.

Señores jueces: como sabrán ustedes se conduce al pueblo argentino hacia un destino erróneo. Lo impulsan hacia una elección que no corresponde.

Los firmantes no somos asesinos ni vampiros ni destripadores ni creamos pócimas venenosas o mortales. Sólo se nos puede acusar de una cierta promiscuidad amatoria producto de nuestra vida marginal y alejada de los grandes centros urbanos. El monte, la cañada, el arroyo, la serranía, el desierto son ámbitos que defendemos y la nocturnidad, la siesta, acaso unas madrugadas, nuestros tiempos de actividad.

Por ello, su usía, solicitamos, por derecho propio, que todo festejo de Halloween este 31 de octubre se realice – ya que no somos chauvinistas y no pensamos prohibirlos -, sólo en la mayor intimidad, con mayores de edad que hayan aceptado previamente y no con los niños.

Será justicia su señoría

Pombero, Curupí, Caá Yarí,Yací Yateré, (Misiones)  y Kuarajhy Yara (Corrientes), Viejo ce la Bolsa y Solapa (Santa Fe y Entre Ríos), Mulánima (Santiago del Estero y Tucumán), Coquena (Salta y Jujuy), Miñocao y Negrito del Pastoreo (Alto Uruguay), Lobizón (Buenos Aires y La Pampa). Siguen las firmas

Mucho en que pensar

Con la mirada hacia el cielo plomizo de la tarde posadeña la mujer camina por el centro, acalorada,  ansiosa, rumbo a la plaza 9 de Julio.

Tomó asiento bajo las tipas y árboles más pequeños. Buscó la estatua de bronce que contemplaba cuando, muy joven, venía aquí con su padre, donde ahora, sin la escultura, aspiraba una fragancia mezcla de humedad y orín.

En el 78, en la plaza había una gran pelota de fútbol, donde la gaseosa que nunca auspicia los mundiales porque le gana la otra, regalaba botellas de su producto.

Un fotógrafo andarín le tomó una “instantánea” con una Kodak, sistema Polaroid, esa tarde como hoy, calurosa, frente al kiosco de flores atendido por la chica de grandes ojos azules que competía con las corolas hermosas y fragantes.

Recordó haber comprado un ramito de fresias, con ese perfume que tanto le gustaba hasta que las sintió protagonistas de las exequias de su padre, un mes antes de las de su marido.

En la “rosadita”, al atardecer, arriaban la bandera al son de un clarín mientras vendedores de globos coloridos transitaban los senderos de la plaza y artesanos de pacotilla y bijouterie usaban el solado para tender sus paños atrapa muchachas con delirios de hippies fuera de tiempo.

Uno de ellos le vendió una pulserita con su nombre. Se sintió poderosa. Foto, pulsera con identidad, fresias y ese chico de las chipas que no le sacaba los ojos de encima. La insistencia del muchacho fue tal, que la noche los halló, a la soñadora chica y al chipero enamorado, en un hotelucho de la Bajada Vieja. Al salir, por la mañana,  la lluvia los empapó y el granizo los golpeó sin piedad.

En el puerto, él subió a la lancha y desde allí le dijo adiós con un pañuelo blanco.

Ahora, caminando por la céntrica calle Bolívar sin desayunar aún, en los televisores de las vidrieras ve caer el pedrisco en Buenos Aires. A su lado la gente se queja del transporte, del calor y se admira de la granizada durante la tormenta que azotó a la capital argentina. Pero ella calla. Tiene tanto en que pensar.

Pobres duendes

En las últimas brasas del ocaso, Pombero enciende su cigarro. Quizás sea el último porque la selva con sus escondites dejó lugar a un páramo donde la gramilla es lo único verde y ya nadie se anima a hacerle, ahí, a campo abierto, sus ofrendas. Ni tabaco ni caña ni frutas. Nada.

Recostado en un tacurú, Curupí ve caer el sol. Antes el rojo del horizonte se filtraba hacia este lugar entre las ramas de altos inciensos, ivirá pytá, guayuvira, lapachos; en rayos que formaban un abanico luminoso llegaba al corazón de la floresta.

Sobre una mancha azul de verbena en el pastizal, Caá Yarí peina su melena mojada con sus propias lágrimas. Añora la fronda donde descansaba de sus correrías por el yerbal y enhebraba con flores caídas de los lapachos y estrellitas del guayuvira, collares que cambiaba cada día. Pensaba en los tareferos desquiciados por su figura de hada, como se piensa en tiempos que no volverán.

Liviano y rubio, sobre la rama de un fumo bravo, dele lustrar y lustrar su bastón dorado, Yací yateré, observa a la diosa de los yerbales, al cariacontecido Curupí y huele el humo amargo del tabaco negro de Pombero. Las siestas ya no son como las de antes, piensa, mientras el sol da sus últimos estertores de luz en tanto se sumerge en un mar lejano e ignoto que en estos pagos se conoce como noche. ¡Triste vida la de “los duendes tibios del litoral” sin selva! ¿Cómo la contarán ahora la doctora de Apóstoles, el maestro legislador estanciero de Ituzaingó o el comandante de gendarmería, prolífico escritor, protector de los ecológicos guardianes del paisaje, herencia natural de Misiones?

Pombero duda si sabrán que, oculta en los bosques de pinos, una vil bruja acecha el trajín de los duendes nativos mientras prepara su pócima gaseosa, dietética y baja en calorías que despierta en los argentinos el afán de vivir Halloween en desmedro de sus propias deidades mitológicas.

Se ven, hacia el Este, en días claros y de cielo limpio, las violáceas siluetas de los cerros con curvas formas femeninas; largas y gráciles piernas posadas en un lecho vegetal; voluptuosos pechos apuntando hacia el sol; vientres planos en los que el celaje crea el misterio de la lejanía.

A punto está de celebrar el rito de la primavera esa extensión de la tierra prometida; la gasa de bruma  azul que envuelve las figuras se abrirá para dar paso a las manchas rosa lila que le pintan los lapachos en flor. Cerca de los cerros se pierde la visión femenil pero se la intuye bajo su atuendo verde de enredaderas, lianas y güembés y de enormes corolas rosadas, mágica ofrenda natural del tayí al paisaje misionero.

Cerro Azul, Cerro Corá, Andrade, rojo camino repta por la floresta que aún queda, de tanto en tanto florece el ivirá pyta e inunda el aire de pajaritas amarillas; gigantesco ceibo se enciende de coral y un yuchán – perdido en el almanaque -, derrama su nieve de seda en la tórrida siesta serrana.

Entre las altas copas las orquídeas –erótico símbolo vegetal -, se abren sensuales al insecto, al colibrí o la admiración del ojo humano.

El submundo de troncos de este universo se tapizará de musgo; albergará coloridos hongos libando su humedad sobrante y con líquenes surrealistas protegerán cansadas hormigas en su trajinar sin fin.

Uña de gato, pasionaria y bromélidas de exultantes flores, detestan la ausencia y están, pegadas a los árboles, sobrevoladas por abejas y avispas, zumbadores agentes de fecundidad.

En ese entorno, míticos Pomberos, dueños del sol y del asombro, Poras alquimistas del susto, se regodean con candor de niños, frente al estallido primaveral. Para ellos es el signo de continuidad de su existencia en el umbrío territorio, ideal para sus andanzas, ya que mientras se reitere la primavera entre espinosos cardos chuza en la tierra y la maraña de lianas y trepadoras en lo alto, su misteriosa entelequia está segura. 

Abad es periodista, ha publicado varios libros y participado de muchas antologías. Fue presidente de la Sade Misiones

Esteban Abad

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