Ñande Reko Rapyta (Nuestras raíces)

La señorita Dorita

viernes 19 de noviembre de 2021 | 6:00hs.

A
quel 24 de diciembre de 1931, en Candelaria, amaneció caluroso, muy caluroso, en la casa de la familia Fernández de la Puente. El trajín empezó temprano como todos los días; Haydeé embarazada por quinta vez reconoció las señales, faltaba poco y nada para el parto.

Como pudo se las arregló para atender a sus cuatro pequeños y preparar el almuerzo; durante la sobremesa Atilio –su esposo- se dio cuenta de que la criatura “quería nacer”; en esos días en el pueblo no había un médico, así que llamaron al farmacéutico Eugenio Rodríguez para asistir a la parturienta.

A las 3 de la tarde en punto nació Dora, “sanita”, como se solía decir entonces, fuerte y llorando a todo pulmón; fue la última hija, pero entonces no lo sabían.

Creció como casi todas las criaturas de entonces, apenas pudo caminar el mundo resultó pequeño para tanta energía y curiosidad, sus hermanas mayores fueron guías confiables y sus hermanos, los brazos protectores. Los años pasaron despacio como las estaciones, la vida sucedió.

En el año 1938 la inocencia de ese mundo se fue para siempre, el tercero de los hermanos falleció, tenía 14 años; la familia cerró filas para soportar semejante pérdida, ese padre dejó el llanto para algún rincón y sostuvo y contuvo a Haydeé; un año para el olvido.

Unos meses más tarde, recién mudados a Posadas, ante un “gran problema” de índole personal de Sesostris Olmedo -por entonces dueño y director del diario El Territorio-, Atilio se tuvo que hacer cargo del medio de prensa; otra etapa empezó.

Cuando el ciclo lectivo 1940 comenzó, Dorita cursó el cuarto grado, en la Escuela de Niñas N° 2 Remedios de Escalada de San Martín. El recuerdo imborrable de aquella primera maestra, Tita Caballero, sigue vigente; esta escuela luego se fusionó con la Escuela de Niños y dieron origen a la Escuela N° 1 Félix de Azara.

En la ciudad capital, la familia Fernández de la Puente habitó una casona ubicada en la esquina de las calles San Luis y La Rioja –todavía se puede apreciar parte de la construcción original; actualmente allí funciona un instituto de lengua extranjera-; tiempo después se mudaron a otra vivienda, sobre la avenida Roque Pérez, entre las calles Colón y San Lorenzo. Esa casa tuvo la magia musical de Julio Martínez Riera – el vecino de al lado– músico innato, ejecutante de cuanto instrumento existió, maestro de incontables niños y jóvenes y responsable de inundar el barrio con acordes cada tarde; y mucho después se instalaron en la casa definitiva, sobre la calle Sargento Cabral, construida mediante el Segundo Plan Quinquenal.

Dorita fue de las afortunadas jovencitas en cursar estudios secundarios, sus padres eran cultores de la educación como herramienta de superación y en el año 1951 egresó de la Escuela Normal Mixta como “maestra bachiller normal” –solo las promociones de 1950 y 1951 egresaron con ese título-; con 20 años, el mundo se abrió a su vocación.

Al año siguiente fue destinada a la Escuela N ° 235 de Puerto Eva Perón - hoy Escuela de Frontera N° 165, en Puerto Iguazú -. Con su valija y el colchón de lana a cuestas, en el único colectivo que hacía el recorrido, emprendió camino a su nueva vida. Era intendente de Parques Nacionales Balbino Brañas y el pueblo era “chiquito, de calles terradas, como un pimpollo a punto de abrirse”; lindero al edificio escolar se encontraba la “casa de las maestras”; ambos edificios construidos por el Primer Plan Quiquenal eran espaciosos, aireados y cómodos.

Durante cuatro años Dorita desempeñó su tarea con alegría y esmero, nada la hacía más feliz que estar con los alumnos, guiarlos por el camino del conocimiento, compartir con las familias los actos escolares y los trabajos de mantenimiento. Cuando se produjo el golpe de estado de 1955, quedó cesante por peronista; en realidad colaboraba con el director Sergio Nelio Ortiz y su esposa Carlota Jara, enseñando a leer y escribir a mujeres adultas en una unidad básica; fue suficiente para el estigma.

La reincorporaron en el año 1957, aunque dos meses más tarde - nuevamente - quedó en disponibilidad, regresó a Posadas, tomó alumnos particulares…  había que sobrevivir.

Al año siguiente fue llamada a presentarse en “su escuela” y a los pocos meses la dejaron cesante; en casa de sus padres la vida continuó. Una sucesión de notas –muchas redactadas por su padre Atilio- fueron y vinieron por los pasillos de la Inspección de Escuelas, y sumado a la opinión de algunos inspectores –que habían logrado mantener su función a pesar del gobierno de facto– consiguió la reincorporación definitiva en 1959. En este proceso, don Paco Casares tuvo mucho que ver.

Tenía que elegir un establecimiento, inspirada por su amiga y colega Walkiria propuso la “Escuela del Puerto” del kilómetro 9 de Eldorado, pero no estuvo de acuerdo el inspector: “no era lugar para una señorita”.

Su nuevo destino fue la Escuela Nº 165 del kilómetro 2 de Eldorado. La recibió el director Sixto Antonio González Bertolotti; allí se desempeñó hasta 1965, cuando problemas de salud de sus padres impulsaron su traslado a Posadas.

Se incorporó en la Escuela Nº 1 Félix de Azara, en la secretaría, luego retomó el aula en la Escuela Nº 42 República del Paraguay, hasta que en el año 1981/2 debió mudarse el establecimiento al edificio de la ex Escuela Industrial –el inmueble no tenía techo y muchas ventanas tenían los vidrios rotos-. De todas maneras, las clases se siguieron dictando; en el transcurso de 1983 se dejó inaugurado el nuevo edificio de la Escuela Nº 43 Reino de España y los alumnos se repartieron entre esta institución y el nuevo emplazamiento de la 42, en el barrio Villa Cabello.

Ese tiempo dejó incontables anécdotas, varias “protagonizadas” por el sanitario de la escuela; en realidad era un “excusado modernizado” cuyo depósito complicó más de una vez a los alumnitos de primer grado de Dorita, que obligada por las circunstancias, pedía auxilio a los vecinos, los que solidariamente prestaban ropas para los niños “accidentados”

Dorita  también se desempeñó en el Instituto Superior del Profesorado Antonio Ruíz de Montoya como preceptora, durante una década. Un día de septiembre de 1987 se jubiló.

No más aulas, ni tizas, ni actos escolares para ella que “está casada con la docencia”… porque Dorita sigue siendo maestra, desde que se levanta hasta que se acuesta.

Dora Fernández de la Puente es una docente pionera en el trato del alumnado desde la contención, la comprensión y la empatía, en tiempos en los que esos conceptos no existían en la pedagogía; según su experiencia, un abrazo, un beso y una caricia en la cabeza de una criatura “no fallan nunca”.

¡Gracias Dorita, y en vos, gracias a tantos colegas que hicieron y hacen de la docencia, una forma de vida!

¡Hasta el próximo viernes!

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