Corazón de dinero

domingo 31 de octubre de 2021 | 6:00hs.
Corazón de dinero
Corazón de dinero

La tarde de otoño, era gris y lluviosa. Algo fría, unas pocas personas circulaban por las calles, quienes lo hacían se cubrían de la lluvia y el frío con paraguas y abrigos de lana. La calle frente al Banco Macro pintaba el mismo espectáculo a la intemperie. Solo las luces blancas de la Casilla del Cajero Automático, rompían la uniformidad del paisaje lluvioso.

Allí yacía en silencio y soledad el Cajero Automático, su cara azul con letras amarillas anunciaba en el idioma imperial “Welcome”, en tanto que en un autóctono y muy usado castellano, la advertencia “no ingrese su código personal si el cajero no se lo solicita”. Cuán un cíclope moderno el Cajero espiaba el exterior de su prisión cibernética con su único ojo. Satisfecho a veces porque su entorno se llena de gente, otras porque su entraña está repleta de billetes que tanta satisfacción le da a los humanos, sus principales y casi únicos visitantes. Aunque en algunas oportunidades con ellos entra algún perro, que olfatea sus pies fríos de metal, en una ocasión uno de estos peludos animales delimitó su territorio, con un líquido tibio y viscoso contra su estructura. No faltaron los niños que acompañando a sus padres trajeron sus mascotas: conejos, gatos, lagartijas. Sin embargo, una tarde alguien dejó la puerta abierta, fue un día de mucha felicidad, un casal de gorriones lo visitó y dejaron un rastro de suaves plumas cuando los humanos los echaron de allí.

Esta era su vida de cajero, su cerebro, una potente computadora, lo que le permite acreditar, debitar, sumar, restar, informar, contar. Una vida algo aburrida y monótona por cierto.

Pedro es docente, hace como setenta días que no cobra, una vez más salió de su casa con la esperanza de hallar sus haberes en el mentado cajero automático. No se hace muchas ilusiones su tarjeta de acceso se halla ya muy gastada, fueron tantos los intentos fallidos, pero uno más, no le hará mella ni a él, ni al cajero, eso sí en los próximos días deberá solicitar una nueva tarjeta magnética, puesto que en ocasiones la suya falla.

Llegó al cajero, realizando las operaciones necesarias, retirando sus papelitos con el tan anunciado saldo cero. Y vuelta a esperar. Pedro descargó su rabia dando un puñetazo sobre el pupitre del cajero y oyó la voz quejosa:

- Aayyy...

Algo avergonzado Pedro, miró en torno suyo y estimó que alguien lo espiaba desde afuera y se mofaba de su actitud. Sin embargo volvió a golpear sobre el metal

- Sistema de m... Porque no me dan mi plata.

Nuevamente la queja:

- Aayyy...

Pensó que algún gracioso dentro del Banco, detrás del cajero le hace la broma, pero como estaba con rabia reincidió en el golpe, ya que no veía a nadie cerca,

- Aayyy...

- ¿Quién está ahí?

Indagó nervioso

- Estamos solos tu y yo.

Le contestó el cajero.

- ¿Quién eres?

- ¿Yo?...

- Si, salí de tu escondite y decime quién sos.

- Escondite, qué escondite si estoy frente a ti, de cuerpo gentil.

Pedro se asustó bastante, delante suyo solo estaba el cajero, con su gran ojo de cíclope moderno y sus ranuras, para dar información y una boca algo grande por donde vomitaba el dinero de cuando en cuando.

- ¡Estoy loco!

Exclamó Pedro

- No

Dijo algo alegre el cajero.

- Hablemos

Fue el convite de la máquina

- Lo único que me faltaba, si hablo con una máquina y pasa gente, pensará que estoy loco, que hablo solo.

- Ja, ja, ja.

- Claro, te ríes porque no conoces a los humanos.

- Eso es lo que crees tú, los conozco, tal vez mejor que nadie. Y sino escucha mi historia. Nací en Japón, en una gran fábrica de cajeros automáticos, allí había pocos humanos, me construyeron unos parientes míos llamados robots, pero enseguida adulteraron mi identidad, nací en Japón, pero me pusieron una etiqueta MADE IN USA. En un avión crucé el mar, llegué primero a Brasil, cómo me gustaba la samba, y su ritmo pegajoso.

- Si, a mí me parece que los brasileños tienen mejor humor, que los argentinos.

- Te sigo contando,

- Adelante, afuera llueve y no hay gente

- En otro avión llegué a Buenos Aires, qué humedad, allí me programaron, me dieron como Nombre LINK y soy un eslabón de la red BANELCO. Me pintaron de azul y arriba de un camión llegué a Misiones. Ni un tango siquiera escuché en Buenos Aires.

- Te gusta la música

- Si, es lo único con que me puedo entretener, cumbia, rock, chamamé, todo lo que puedo oír y filtrar lo hago, eso si tengo ventaja a veces puedo escuchar cosas a través de la red.

Pedro estaba ahora muy interesado en seguir conociendo la vida de su nuevo amigo el cajero,

- Seguí contando, no viene nadie

- En Posadas, me dejaron un tiempo en un depósito, luego me trasladaron hasta aquí, donde estoy ahora, hay tanto trabajo, loco, si me pusieran un ayudante ¡qué feliz sería!

- Escuché por la radio, que pondría otro cajero, esto te alegra

- Si, en cierto modo si.

- ¿Te gusta ser cajero?

- ¡Por supuesto que sí!, mi alma es de cajero, fui construido y concebido para esto, tengo la panza llena de billetes, pero un sistema egoísta, muchas veces quisiera dar dinero de más a la gente que está triste y necesitada, pero no puedo, si llego a fallar, ¿sabés que me hacen?

- No, no sé, cómo se reprime a un cajero.

- Sencillo, me sacan de circulación y me mandan a un depósito oscuro y desolado y lo que es más grave me podrían desarmar, ¿te gustaría que tu cabeza estuviera en el cuerpo de otro humano, o tus manos adosadas a otros brazos o tus ojos en otras cabezas?

- ¡Qué asco, como puedes decir tal cosa!

- Tal cosa hacen con nosotros los humanos. Y cosas peores, muchos como tú me patean, y retan, escucho cada insulto, parece que no saben que yo solo pago y cobro. Que no decido nada. Tengo tanta alegría, que hables conmigo, tanta, que sería capaz de fallar y darte mucho dinero, aunque me desarmen.

- Me emociona mucho, que te alegres

Pedro acarició la pantalla del cajero y se inclinó un tanto dándole un beso. Las luces se apagaron y prendieron varias veces.

- ¿Qué pasó?

- Es una expresión de alegría

- No me digas que los cajeros se ríen así.

- No siempre, solo cuando uno de cada millón de humanos, nos da una caricia y un beso.

- ¿Es verdad que serías capaz de equivocarte por mí y darme mucho dinero?

- Si soy capaz, aunque me desconectarán y llevarán lejos. Si quieres te doy dinero extra.

- Qué tengo que hacer

- Introduce la Tarjeta y coloca la siguiente clave

01010-101-01010 y te daré unos diez mil pesos. Pon tu tarjeta... Pon tu tarjeta y la clave que dije.

Insistió ansioso, el cajero.

Las lágrimas le rodaban a Pedro en forma copiosa por la cara.

- No lo haré, nadie puede pagar este momento de felicitad, de poder hablar con una máquina, además no quiero que mueras.

- Eh, no te pongas triste, no soy una máquina cualquiera, soy un Cajero...

- Y yo no soy un humano cualquiera, soy un docente y un docente aunque pobre y necesitado, no roba.

- Menos mal que no me puse a hablar con un político, porque no solo me desconectan sino que me desintegran.

- Ja, ja, ja,

- Ja, ja, ja

En ese momento golpean la puerta de vidrio

- Ya va, ya va dice Pedro,

Saca su tarjeta y tira al suelo los papeles con saldo cero. Dándole una palmadita al cajero, lo saluda:

- Chau, Cajero que la pases bien.

Las luces se apagaron y prendieron, varias veces.

Una de las dos ancianas jubiladas expresó

- Seguro que este se llevó un montón de plata, por eso sale tan apurado y contento.

El cajero como quiso ayudar a su amigo honesto, se la emprendió con las viejitas poniendo en su gran ojo azul, con letras amarillas el mensaje: “Momentáneamente no podemos atenderle” y las luces de la casilla se apagaban y prendían sin cesar.

Pedro se dio vuelta y exclamó

- Este pícaro, con corazón de dinero, de alguien se ríe a las carcajadas.

Afuera la lluvia pintaba de gris el paisaje de la calle desolada.

Diego Luján Sartori

Sartori es abogado y docente. Tiene publicado 14 libros, entre testimoniales, de poemas y cuentos. Ha participado en más de 20 antologías internacionales. Prepara su nuevo libro: Semblanzas.

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