Plan canje

domingo 24 de octubre de 2021 | 6:00hs.
Plan canje
Plan canje

Caía la tarde. Un cielo plomizo, tal vez enlutado por el adiós reiterado del sol, disimulaba las nubes, borraba las sombras del suelo y ennegrecía los árboles del horizonte cercano al condominio urbano. El otoño disfrazaba el paisaje siempre así: como una postal antigua de color plomo (mixtura del gris del cielo con algo de blanco del disminuido sol). La ventana se cerró de pronto. Había viento. Hacía frío.

Ajustó el cerrojo entonces. Al hacerlo no pudo evitar una mirada hacia la mesa cercana. Entonces la vio allí, en su ominosa quietud y cubierta piadosamente por un paño de delicada pana azul que marcaba las líneas de su silueta que, alguna vez…, había sido admirable.

“Vieja y querida compañera de toda una vida – dijo cuando una lágrima cayó sobre la tela -, ¡cuántas cosas pergeñamos juntos!”

Sintió un escalofrío pensando en los tiempos en que sus manos se deslizaban sobre las partes de ella más bellas, más amadas por él, en un contacto íntimo que desde las yemas de sus dedos de uñas muy cuidadas parecían realizar una suerte de experiencia religiosa, momentos apenas alumbrados por la lámpara de brazo flexible … y a veces, hasta por una vela.

Fueron inolvidables instantes que fructificaron en criaturas que mucha gente quería tener. ¡Cómo lo envidiaban cuando presentaba sus hijos en una reunión!

“Ah, si yo pudiera tener uno igual”, suspiraban colegas, viejos en su profesión pero, aún sin haberse familiarizado con la alegría de procrear.

“Es que tengo una familia que no me ayuda”, solían decir otros cuando compartían sesiones de envidia y chismes del ambiente y en las que se creaba el espacio ideal para hablar de la prodigiosa capacidad del compañero qué, aún siendo más antiguo que ellos, alumbraba nuevas criaturas.

En tanto él -que lagrimeaba ahora esperando el momento en que vinieran a llevar para siempre a su compañera-, sostenía en esas fiestas su copa de champagne con la mano derecha y con la izquierda a uno o dos de su hijos y brindaba con hermosas mujeres, con caballeros elegantes y con algunos colegas – pocos -, que lo apreciaban y admiraban por sus cualidades y su éxito.

Y pensaba - como ahora -, en “su negra”. Aunque nunca la menospreció por su color, tan obscuro, tan diferente a él, un elegante ejemplar humano varonil, de cabellos escasos hoy, pero rubios siempre; varón de piel blanca, a veces tostada por los soles de Punta del Este o de Mar del Plata (en cuyas arenas doradas se los veía siempre juntos entregados a la mágica tarea de crear y concebir sus hijos, esos retoños que colegas, amigos y admiradores admiraban y, porque no decirlo… envidiaban…

Es que la amaba pues sin ella, ¡qué hubiera sido de su vida! de cabellos escasos hoy, pero rubios siempre.

No obstante el recuerdo de las jornadas playeras “Nunca te llevé conmigo ni de paseo ni a las fiestas”, solía reprocharse, nadie supo quien era la artífice de ese éxito”, decía tristemente, mirando la larga mesa donde yacía ella, inmóvil, silenciosa. “¡Negra pero hermosa!”



Sus cavilaciones se interrumpieron cuando golpearon a la puerta.

Sí, eran ellos.

Uno entró empujando una suerte de carretilla y sin siquiera saludar preguntó “¿Dónde está?”

Gritando, presuroso, buscando con la mirada, repetía “no tenemos mucho tiempo· y de pronto exclamó, “Ah ¡Sí!, debajo de la pana azul” y tirando del trapo sin pudor ni respeto colocaron en un ominoso cajón de madera el cuerpo negro mientras otros ayudantes colocaban cables y ubicaban sobre el escritorio los blancos aparatos previo desembalarlos.

Secándose una lágrima persistente, él, la sacó de la caja. El hombre que la había puesto allí se enojó, “¡Qué hace! Deje eso. Ya no le pertenece”.

- Seguirá siendo mía, no haré trato., - dijo el dueño de casa - .

-Dejen sus computadoras, ya pagué por ellas. Si hay que pagar más lo haré pero no acepto el plan canje “cambie su vieja máquina de escribir por una moderna PC, ¡No entregaré mi Remington de ninguna manera!

Y tomando su veterana máquina de escribir, a la que había acariciado el teclado tantas veces para producir sus libros, esos hijos de papel que sus libros, la colocó en un armario. Con una sonrisa deslucida despidió a los operarios y les extendió un cheque “Por la diferencia”, les dijo.

Se sirvió un güisqui, se arrellanó en su sofá y, a poco, soñó cosas hermosas que al despertar escribiría con su nuevo teclado y leería en la pantalla LCD. La negra Remington, desde entonces tendría su descanso sobre un pedestal en un rincón de la sala desde donde el escritor que no aceptó el plan canje, enfundado en fina bata de seda, exhalando el humo de un delicado habano y trasegando un licor apropiado para celebrar un brindis por un acontecimiento familiar feliz, observaba deleitado a aquella casi histórica máquina de escribir de la que ya no se separaría más… FIN

Esteban Abad

Inédito. Abad, periodista emérito, surgido de los corrales periodísticos y jornalisticos santafesinos y recreado en escritor, cuentista, amigo del mate y el reviro, merced al payé que en él introdujera la laterítica tierra misionera.

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