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domingo 24 de octubre de 2021 | 6:00hs.
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Moscas, siempre eran las moscas con su zumbido miserable y molesto, es que ellas están ligadas a lo podrido, al hedor de la carne fresca que dejó de ser, a la muerte, y sin embargo hoy, ahora, su zumbido –el sonido, digo- me hace sentir vivo. Es que los sonidos hacen a uno sentir que se está vivo. El silencio es un poco la muerte, y qué placentero resulta contemplar lo quieto e insonoro. Miré como quien disfruta por última vez el cadáver del sujeto, su rostro brutalmente destruido por las doce agujas que atravesaban sus facciones antes hermosas. Las agujas fueron ideas meticulosamente pensadas por Benicio, ese otro que me ayuda a ser quien quiero ser realmente. Le doy el crédito, él sabe pensar muy bien el dolor ajeno, yo estoy aprendiendo aún. Volví a mirarlo mientras disfrutaba una pitada despacio y el humo me secaba los ojos, no sabemos el nombre, siempre eran al azar, su párpado izquierdo colgaba de un gancho del techo, tensando la piel, el derecho estaba atravesado por dos agujas lo suficientemente gruesas para causar el dolor que el tipo merecía, -Benicio creía que lo merecía- todo lo que uno hace para sentirse vivo, para evadirse, y salir de la rutina. Algunos beben, otros consumen estupefacientes, otros gestan, se meten en un millón de proyectos intelectuales, suman títulos. Sin embargo yo…, y esta es la primera vez que logro sentir algo.

Sonreí y abandoné este sector mundano. Benicio había dejado su mezcla musical en el equipo del Chevy -Nova del 69’ color negro brillante- encendí y empezó a sonar Cyanure dance- I hate models, escuchar me hacía sentir vivo. Oír lo que sea menos teléfonos de oficina, ruidos del teclado de la computadora, y ni hablar de los malditos sellos que resuenan durante toda la jornada.

Volví a percibir la ansiedad eléctrica que me recorría y corroía el cuerpo entero. Miserablemente vivo, pensé. Guardé los guantes de látex en su correspondiente bolsita y lo metí en la guantera del Chevy hasta llegar al campo donde decidí quemar los restos de este crimen que muchos seguramente han de llamar pasional. Pasional mis bolas, venganza.

El semáforo tardaba horas en ponerse en verde, concentrado en la melodía de Red Clouds- Parallx reconozco a lo lejos el vestido floreado verde y gastado de Carmen, la mejor amiga de Sara Nerea, rogué al cielo que no me vea, no era momento para ponerme social, no con este hedor, ni con estos pantalones, ni con el baúl lleno de ácido, palas y el cuerpo de Benicio malherido torpemente por el sujeto que ahora seguía colgando del techo y más muerto que antes. Aceleré y sentí un alivio que me cayó en el cuerpo sediento, sucio y transpirado.

Curioso es que aquel que asesina en papel no sea encarcelado, -pensé cuando estaba llegando a la casa- porque mata a través del mundo narrativo y queda impune, como todo en este mísero y mundano país.

En medio de la concentración meticulosa y necesaria, siento que vibra mi celular y me acarrea a otro plano en el cual no deseo estar, no ahora. No te olvides de los cigarrillos. Volvé a la oficina cuanto antes. Detesto la tecnología y la necesidad humana de la comunicación constante, desde que coexistimos con los celulares nuestro existir es todavía más ficcional. Pero no es momento para pensamientos reflexivos, tengo que terminar lo que vine a hacer acá, pensé, mientras apuré la cerveza caliente y espumosa que me refrescaba este cuerpo mugriento, nefasto, hediento, y terriblemente humano.

Abrí la puerta pesada de la entrada de este terreno que en realidad todos desconocen, es mejor cuando los otros no saben de tus movimientos, de lo que te pertenece. Arrastré a Benicio que apenas respiraba a través de la puerta principal y acomodé su cuerpo pesado, fuerte y sano –a pesar del tajo que recibió injustamente- sobre el suelo de mármol carrara. Me gusta la suavidad del suelo contra mi piel, ¿qué material es? Dijo entre la respiración débil y febril. Parpadeé lentamente, terminé de ubicarlo en el centro de la sala es mármol, le dije mientras encendí un cigarrillo y le ubiqué en sus labios estéticos pseudo celestiales. Benicio es un hombre bellísimo, agradable a la vista, y con el correr de los años se ha transformado quizás en mi mejor amigo, ese otro –único- en el que yo puedo reposar tranquilo sin temer. No te preocupes por lo otro, señalé el baúl del coche. Ya está resuelto y no necesitás saber nada más que eso. Dije, mientras le ofrecí un sorbo largo y frio de agua que tenía en la nevera. Acá soy, gesticulé con la voz ronca mientras apuré el cigarro, podés quedarte el tiempo que necesites. Si no cumplís con lo que acordamos ya sabés que tengo el nervio y el pulso para transformarte en fiambre. Asintió y me miró fijo, sereno… Yo también tengo el mismo pulso y nervio, confiá, balbuceó mientras se puso unas vendas en la herida de su abdomen que empezaba a oler fétido. Si supiera el conflicto que me genera que alguien me obligue, sugiera confiar. Se necesita mucho valor, o ceguera para cometer tal acto entre humanos.

Mostrame las fotos, quiero ver si lo hiciste bien. Saqué del bolsillo izquierdo las fotos que había tomado con el móvil, él agarró con confianza, con sus manos largas, estéticas, y suaves, luego de observar y evaluar las fotografías que había tomado del fiambre colgado del techo, asintió. Aprendés rápido. Te advierto que se vuelve un vicio, y de todos los que existen elegiste el peor, hermano.

Dejé la casa completamente ambientada como para que se esté tranquilo unos días. No sé cuándo vuelvo. No me llames al celular. Sólo mensajes de texto al número viejo. Benicio asintió como quien te hace saber que comprende. Cerré la puerta con llave, él adentro.

Me adentré nuevamente al Chevy y llevé mi cuerpo hacia el tedio: la vida cotidiana y predecible. Si tan solo pudiera desaparecer, caer de todo esto que ni siquiera siento mío. Paré en una estación de servicio y entré al baño vestido como un haragán, salí con el típico uniforme de tipo serio y confiable, nadie puede confiar en mí y con eso me soy sincero. Sonreí cuando me vi al espejo, sos un otro, hipócrita, me susurré mientras miré profundo en mis pupilas negras. Entré a la oficina, pensé en lo constante que son las entradas y salidas en mi vida. Todos con cara de amargos, ceños fruncidos gritando el hastío de la rutina y el vivir sin sentido. El aire fresco y el perfume limpio de oficina. Yo también olía bien ahora. Eran las 8 am, volví a encender un cigarrillo que no terminé porque me habían llegado más papeleríos y trámites y quilombos que firmar. 8 am y no paraba de suspirar hartazgo. Mundano es el humano y su rutina, pensé.

Comer, cagar, tomar, fumar y evadirse, hacer compras, gastar, trabajar hasta el dolor, dormir poco, cobrar. Saltar de la cama al uniforme, cumplir horarios, salir, soportar a Sara Nerea –mi esposa-, lidiar con Genaro –su hijo-, no había nada colosal, nunca hubo. Excepto Benicio y la casa, Benicio y todos los otros que puedo ser con y a través de él.

No me mires sorprendido, el hombre es producto de su época. Reflexionaba Benicio en voz alta y en simultáneo terminaba de asar las papas. Me gustaba venir a verlo, cada martes. Esperaba los martes. Manteníamos un vínculo sumamente extraño, yo soy con él, todavía. Es ese otro con el que puedo ser sin reservas. Sublime, le digo. Tu compañía es sublime, y el sonríe un tanto avergonzado y sorprendido. Todos tienen vicios y hábitos para evadirse, Benicio es el mío. Mirá Lorenzo, para mí sos un 0, carente de valor propio. Por eso creés que necesitás a otro para sentirte, y no lo niego, en ese caso yo también lo soy. Admito que en ese momento me pareció descabellada la afirmación de Benicio, pero hoy, ahora, en este preciso instante lo miro y tiene razón. Él siempre tuvo razón.

Sentí vibrar el celular, Sara Nerea reclamando presencia y tengo que buscar a Genaro de su taller de pintura. Interrumpí el plácido silencio largo entre nosotros, hace unos meses Genaro me regaló un cuadro bellísimo abstracto que, según él, representaba la luz. Hice una pausa breve para tragar humo, Para mí alude a la muerte, le dije mientras observé fijamente a Benicio plácido en su estar, Bueno, masculló él, acomodándose en ese sillón de madera que ahora había adoptado para él, como si fuese una extensión de su cuerpo. Para vos todo es muerte y hastío. Benicio era mi espejo, hacía verme. Entorpecí su estar cómodo, extendí la mano y le mostré una foto de Sara Nerea, posó fijamente su mirada en aquel papel fotográfico sin emitir palabra alguna, volvió a acomodarse en su sillón, frunció el ceño y sus ojos se tornaron vidriosos, como quien piensa entre bronca e ira incontenible. Es un recorte de diario impreso en papel fotográfico, dijo, ahí no hay rostro, ni Sara ni Nerea. Cuando volví en mí me percaté de su razón, me disculpé. Estás variando de nuevo, me preocupo. No temas, le dije. Esta vez es diferente, esta vez no. Y el ventilador nos tiraba un aire caliente, Benicio sudaba la frente y yo sentía las gotas frías de sudor que se iban calentando con el correr en la piel áspera. Nos sentimos incómodos. Él creía que le estaba haciendo una broma pesada, que lo rechazaba y que no quería que conociera a mi esposa, ni a Genaro.

Volvió a mirarme fijamente a los ojos, una mosca me incomodaba y no permitía la paz que ahora era corrompida en este ambiente que antes sentía ameno. ¿Realmente existen?. Benicio no me dio tiempo de responder a su pregunta áspera y maliciosa. Se paró en sus piernas grandes y carnosas, ubicó su hermosa figura frente al espejo. Desde ese reflejo miraba mi rostro, buscando interpelarme, claramente lo lograba. Ahora yo sentía sudar, y su temple me incomodaba al punto de despertar el miedo. ¿eres realmente capaz de reconocerlo?. Seguía parado frente al espejo y era su reflejo el que me interpelaba hasta calarme el ser. Lorenzo, ¿eres capaz? ¿fuiste alguna vez capaz? Benicio se sonreía y ahora empezaba a recorrer la sala levemente iluminada por los últimos destellos de este sol febril. Deseé que la pregunta se sostenga y gradualmente se disuelva en el eco de la misma incógnita. Se ubicó frente al equipo de música, y alegremente –todavía en silencio- empezó a bailar, ansioso a que la música llene el lugar y ahogue la incomodidad. Rhinestone Eyes- Gorillaz se acomodó en cada rincón de esta casa y Benicio se sumió en un baile triunfal, había ganado con su pregunta. Incisivo, pensé. Lamenté y sonreí ante la derrota.

El cuerpo anémico y pirético se había tornado agradable ante esta cortina de humo, música, placer, Benicio era una especie de visillo en mi vida, todo lo demás no importaba. Excepto él. Quise acercarme, despedirme, pero Rhinestone Eyes sonaba aún más fuerte, Benicio bailaba ahora desnudo, sumido en una atmósfera que, de a poco, compartió conmigo, me dejó entrar, y yo no volví a salir.

Mara Luft

Luft cursa las últimas materias de las carreras profesorado y licenciatura en Letras en la UNaM. El relato ha sido publicado en su blog, Rizoma.

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