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Cerro Corá

domingo 24 de octubre de 2021 | 6:00hs.
Cerro Corá

Luego de que hubimos visitado a Candelaria, determinamos prolongar nuestra excursión al distrito agrícola de Cerro Corá, distante de allí como dos leguas.

Al siguiente día, montamos a caballo y acompañados del señor Bossetti, doctor Daverede y señor Jesús Val, llevando nuestra máquina fotográfica, nos dirigimos al cerro.

Durante la marcha, no dejábamos de tener a cada paso frases de admiración por aquellos continuos panoramas hermosísimos que se repetían con una frecuencia abrumadora; mis buenos compañeros Kyle y Correa Luna, ambos aficionados y encargados del aparato fotográfico, no cabían de impaciencia por empezar sus funciones.

Pero era necesario marchar, el sol de la mañana se hacía cada vez más cruel, y cuando se tiene que andar al trote por al campo y sin reparo, es preciso no perder tiempo. Ya tendríamos qué hacer en el cerro; así que no había más que conformarse con mirar.

¡Mirar! Pero ¿se puede mirar sin contemplar cuando la naturaleza brinda a los ojos viajeros sus más bellos espectáculos? Imposible, y eso nos sucedía precisamente; los tres no hablábamos, ni oíamos mientras nuestra vista se hallaba absorbida con todo aquello que iba des filando poco a poco, con el ritmo de un trote pausado y continuo.

Por doquier las altas lomadas se doblaban en una curva graciosa, salpicadas de isletas de bosque, que resaltaban su tono azul oscuro del plano verde en que se hallaban, mientras en el suelo las sombras que proyectaban partían de su pie, en forma de grandes manchas alargadas.

Esas isletas de bosque, diseminadas por la superficie de aquellos campos, de todo tamaño y dimensiones, traicionaban la existencia en medio de ellas, de un ojo de agua o manantial, que oculto entre la espesura, era amorosamente resguardado por la densa cortina de follaje.

Y esos ojos de agua, brotando sin murmullo, llenaban de vida y frescura a aquellos oasis vegetales que las haciendas aprovechan para pasar sus rumiantes siestas.

De vez en cuando el sonido lítico del golpear del bazo de nuestras cabalgaduras, nos hacía mirar al suelo, y entonces por un rato podíamos observar el subsuelo pedregoso de melafiras que la erosión de las aguas pluviales, en ciertas partes, ha puesto en descubierto, sobre todo en las alturas.

De tanto en tanto, en los bajos, atravesábamos hilos de agua y arroyuelos que corrían mansamente sobre un lecho pedregoso y, en el corte de ese cauce, la tierra negra ubérrima se presentaba en una gruesa capa.

En otras partes, las isletas de monte se alargaban, transformándose en largas restingas, que parecían interceptar el paso, y a medida que avanzábamos, la vegetación boscosa iba tomando caracteres más acentuados.

El trote no se interrumpía, nuestras cabalgaduras veteranas del camino continuaban avanzando, buscándole ventajas al suelo, como viejos conocidos.

Otro arroyo más, aquí hay más agua. No importa: se pasa, después de haber tomado un gran trago que la prudencia nos hace suspender a lo mejor, pero que el instinto animal nos haría beber un balde, de tan sabrosa que es.

¡Ah! ¡Las aguas de Misiones! ¡Qué riqueza hay allí solamente de ese líquido bienhechor y alma de toda la creación!

¡Qué cosa tan exquisita, qué claridad y qué frescura tiene esa preciosa linfa, qué cantidad de hierro lleva en disolución! Gracias a ella, ¡pocos son los anémicos que se encuentran por allí!

Del otro lado caminamos un momento por entre una restinga de puros urunday, árbol de madera tan excelente para ciertas obras, que los brasileros la llaman con razón pao ferro; es decir, ‘palo de hierro’.

Pasada esta, otro espectáculo más bello se presenta: el Cerro Corá que se eleva majestuoso ante nosotros con su forma de anfiteatro romano.

Aquel semicírculo de grandes cerros cubiertos totalmente por la lujuriosa vegetación misionera mostraba en sus flancos, desparrama dos y abundantes, manchas de un verde claro en donde los árboles habían sido derribados, para ser sustituidos por los tallos esbeltos del maíz o la caña de azúcar, o por las plantas de tabaco, cuyas gran des hojas vendrían a pagar con usura a sus dueños el sudor derrama do al proporcionarles espacio y suelo en que arraigar.

Luego, aquí y allí, las casas de los pobladores de aquel edén mostraban sus siluetas primitivas y las ripias de cedro que, como escamas de pescado, cubrían sus techos.

Nos apeamos en medio del anfiteatro, en donde el señor Enrique Hurtado, industrial meritorio, ha levantado el primer establecimiento tabacalero serio en Misiones.

El señor Hurtado no es plantador, sino acopiador de tabacos verdes que él prepara de un modo racional.

En cinco grandes galpones ventilados y económicamente hechos, que se hallan colocados de modo que formen un cuadrado, el tabaco sufre las operaciones de desecación a la sombra.

Primero las hojas son ensartadas por medio de una aguja e hilo, evitando así el sistema de atadura que es más moroso.

Una cantidad de muchachos se ocupan de esta tarea fácil, sustraídos de ese modo a la haraganería propia del abandono en que viven, y adquiriendo desde su edad ese hábito al trabajo que formará más tarde la base de su felicidad y bienestar.

Después, estas sartas son suspendidas entre pilares especiales para que gradualmente se sequen, todas clasificadas según clases, con sus etiquetas correspondientes.

Cuando ha llegado el momento oportuno las hojas son acondicionadas en mazos especiales, y van éstos a la prensa donde son enfardados.

De esta manera, el tabaco secado a la sombra convenientemente ventilado no pierde ninguna de sus propiedades, adquiere un bello color habana que inmediatamente llama la atención y conserva su aroma; no se arde, no se machuca y no toma ese gusto picante e insoportable de muchos análogos, que mal cosechado y expuesto, por la falta de local y medios, a todas las contingencias de la operación hecha al aire libre, en donde hoy recibe un chubasco, mañana sol, después viento, con su correspondiente dosis de tierra, etc., de modo que tiene que salir malo.

Por esta y otras muchas razones, entre ellas la exposición al rocío que le hacen sufrir durante una noche, antes de venderlo, para que pese más, algunos plantadores poco escrupulosos, hace que hasta ahora el tabaco misionero haya gozado de idéntica fama que la yerba del mismo nombre, sólo por el mal sistema de elaboración.

Felizmente, en adelante, gracias al ejemplo del señor Hurtado, en Cerro Corá y otros puntos, que ya han empezado a imitarlo, el tabaco de Misiones podrá ocupar el puesto que le corresponde dignamente entre sus similares, acreditándose como se está actualmente acreditando. Porque las diferencias que se han notado hasta ahora no han provenido sino de su mala elaboración, puesto que Misiones no tiene que envidiar a ninguna otra región, respecto a la clase de tierra apta para el cultivo del tabaco.

Su tierra es de calidad excelente, el tabaco se desarrolla de un modo asombroso: he visto plantas de dos metros de altura y aún más, con hasta 52 hojas entre grandes y pequeñas y muchas de 42 hojas abajo.

Algunas de estas plantas habían macollado, y de una salían 5 tallos cargados de hojas.

Muchas hojas he visto de una vara de largo u 80 centímetros y varias que han llegado al metro.

Estos datos que algunos creerán exagerados los hemos tomado directamente en el rozado del poblador Gregorio Acosta, paraguayo, sobre la costa del Paraná un poco más al norte de Santa Ana, rozado que visitamos con los compañeros, quienes como yo, se asombraron de esta exuberancia.

Este plantador con escasos medios, pero dotado de gran prolijidad, conseguía preparar una cierta cantidad de tabaco de buena calidad; entre las varias clases nos mostró una, que llaman tabaco canela, por el bello color que toma, y lo obtienen no deshojando la planta, sino cortándola al pie y dejando secar las hojas a la sombra pegadas al tallo.

En el establecimiento del señor Hurtado se prepara también tabaco negro.

Esta industria en Misiones, de un tiempo a esta parte, se ha desarrollado mucho debido al buen precio que tiene el artículo.

Los brasileros allí establecidos son los que más se han dedicado a ella.

Su fabricación es sencilla: las hojas de tabaco son desprovistas de la nervadura central y son divididas en dos a lo largo; estas porciones se colocan en hilera unas sobre otras y se tuercen en forma de cuerda que se enrolla después alrededor de un palo redondo.

El tabaco así preparado se empieza a poner oscuro hasta llegar al color negro; de tiempo en tiempo, se desenrolla la cuerda y se vuelve a enrollar en sentido contrario para que la operación se haga uniformemente.

Los rollos de tabaco negro, una vez terminada su preparación, son forrados en tabaco colorado y arpillera para ser así fácilmente exportados.

En la época en que lo visitamos (marzo), Cerro Corá se hallaba en plena cosecha de tabaco.

En todas las casas de los pobladores no se veían sino sartas de tabaco colorado secándose o rollos de negro en preparación; puede decirse que aquel es un distrito tabacalero por excelencia.

A caballo recorrimos la población del Cerro, es decir una parte, puesto que es difícil en un día visitar las plantaciones y casas de trescientas quince familias o más, que hay establecidas.

Toda esta población se ha instalado allí espontáneamente, a pesar de las vicisitudes por las que han tenido que pasar, sin seguridades de ninguna especie y expuestos cualquier día a que un decreto del Ejecutivo, arrancado por sorpresa, los considerara como intrusos.

Una vez ya estuvo a punto de suceder y hasta fueron los agrimensores para medir los terrenos del Cerro, que en Buenos Aires se habían concedido a una empresa particular, en la creencia de que estaban despoblados, para formar allí una colonia agrícola (sic) pero felizmente, gracias a la energía que desplegaron los meritorios D. Carlos Bossetti y D. Gaudencio Cortés que ayudaron a los vecinos en su resistencia, no se llevó a cabo esa monstruosidad.

Los agrimensores no pudieron dar principio a sus trabajos, porque los pobladores se ofrecieron echarlos a balazos y tuvieron que volverse, dando tiempo así para que se ventilara la cuestión.

Felizmente, hoy ese temor ha pasado ya, gracias al decreto que el Dr. Balestra ha conseguido del Gobierno Nacional, por el cual se crea a Cerro Corá sección del territorio de Misiones, para que inmediatamente se proceda a la mensura y venta de sus tierras a los pobladores existentes, por intermedio de la Gobernación.

Juan Bautista Ambrosetti

Del libro Tercer viaje a Misiones año 1896. Ambrosetti fue uno de los primeros en recorrer esta región y dejar testimonio de lo que vio, escuchó y pudo experimentar. Autor de innumerables trabajos, folklorólogo, historiador, etnólogo, dedicado a la arqueología y antropología del Alto Paraná.

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