Arpa forro

domingo 24 de octubre de 2021 | 6:00hs.
Arpa forro
Arpa forro

Era una mañana de fines de verano, cuando recién comenzaba la actividad “pasera” del puerto. El empinado camino semejaba un túnel vegetal y lo envolvía el perfume de los frutos del ingá sobre los que el sol, débil aún, hacía titilar con luces de diamantes las gotas del rocío nocturno. La algarabía de los ahánós en busca de higos de tuna ahogaban las voces de diminutos cantantes silvestres, ocultos entre las malezas, y algunas damas de noche cerraban sus flores inmaculadamente blancas para no morir con la luz del día. El de aquel aledaño selvático del pueblo fronterizo junto al gran río, era un cuadro casi virginal de naturaleza pura. Casi, nomás. Porque desde la costa de enfrente turbaban esa paz rumores de voces portuguesas y guaraníes, y el encendido de los motores de las lanchas, listas para el cruce, quebrando el encanto natural de la mañana.

Sus pasos apurados la anunciaron tras un recodo de la barranca. Primero fue un pie y parte de la pierna; después, rítmicamente, asomó la punta de la pollera, moviéndose al compás de sus caderas; por fin una violenta irrupción de colores; rosa fuerte en las chinelas, marrón en las piernas desnudas, rojo fuego en el vestido de cambrala brasileña, amarillo de paja asoleada en los cabellos y un frente de ferretería de suburbio en su cara. Pasó, y a su paso callaron los ahánós y hasta el arroyito de la hondonada pareció apaciguar su carrera entre las piedras. Quién sabe si por aquella explosión de colores, o por la estela mareante de perfumes, de polvos, rougues y extractos ordinarios que dejaba tras de sí.

No se podía decir si era vieja o joven. Tenía un diente sí y otro no y su cuerpo de vela le rendía todavía algunos pesos en concupiscentes noches portuarias. Encontrándosela de noche en aquel mismo lugar y con el mismo apuro, se la habría confundido con un Yasý-Yateré, con un Aó-Aó o con cualquier personaje legendario de la selva.

¿Mbá’éichapa reicó?

Su primer saludo con la yapa de una sonrisa y una mirada maliciosa, fue para el vigilante somnoliento que sostenía con su hombro la puerta de la Comisaría.

Porá tatácuñá…! Le contestó aludiendo de una sola vez sus colorinches y sus andanzas nocturnas.

Arpa Forro lanzó una carcajada grosera y estridente, mezcla de satisfacción e histeria y bordeando la plaza siguió camino a su rancho.

Tapití –diez años- hoyuelos en las mejillas, flaquito, mirada de halcón, sonrisa de ángel, sorbía mate y mordisqueaba una galleta dura mientras cuidaba el cocimiento de unas hierbas. Así lo encontró Arpa Forro, su madre, cuando llegó jadeante.

¿Y el mitá-í? preguntó.

Ahí está. Lloró mucho. Ahora no, pero se queja por su barriga.

Angá, el pobre.

Estoy haciendo cocú. Siempre tiene sed.

Seguro anoche dormiste en “El Volcán” indagó Arpa Forro.

¿Y dónde, entonces?

Aquí, pué, con el mitá-í.

¿Y vo?

Con la Casimira, mintió.

Los dos quedaron en silencio frente a la olla que hervía. Tapití había visto a su madre en la cubierta del “Mbiguá” al anochecer, y sabiendo que no volvería al rancho, dejó de limpiar la cocina de “El Volcán” y durmió en su casa.

El cocú ya está, dijo Tapití. Me voy al barco a vender limón sutil.

¿Por qué limón sutil?

Da para un pedazo de carne, galleta y yerba.

Yo tengo…

No importa, a lo mejor el mitá-í precisa remedio…

¿Será?

…Y…hade…

Tapití salió. Ni un gesto de ternura entre madre e hijo. Solo aquel diálogo cortante, cargado de reproches y el mitá-í casi sin vida sobre la única cama del rancho uniendo a aquellos dos seres. Sin embargo Arpa Forro guardaba una profunda ternura para sus dos criaturas pero se sentía incapaz de demostrarla. Sobre todo a Tapití. Tan seguro de sí mismo, tan voluntarioso, dándose maña para que no pasaran sin un pedazo de carne, galleta o pan, conseguidos con la venta de un dorado o de sus limones sutiles, acarreando valijas a turistas o haciendo mandados a tripulantes de barcos madereros. Y solo tenía diez años! Y aquella mezcla de ángel y demonio en su rostro que conquistaba a todo el mundo. Ella comprendía, nebulosamente, todo esto, pero no sabía cómo decirlo! Si Tapití lo supiera sin que ella se lo dijera! Porque ella sentía predilección por él y por el mitá-í, que andaba por los cuatro años. Tenía, sí, otros hijos. ¿Cuántos? Siempre se confundía. Había tenido tantos maridos ocasionales! Alguna madre solía darle noticias de ellos, de sus hijos, que andaban por el Brasil o por el Paraguay, changueando aquí y allá. Quizás estuvieran concubinados y ya haciéndola abuela sin ella saberlo. Los años pasaban. Se daba cuenta, porque cuando se lavaba la cara, se veía arrugada. Y además, porque en los barcos madereros su éxito era relativo. Más bien la buscaban para borracheras de marineros, y nada más…

Un leve quejido del mitá-í la sacó de sus pensamientos. Le dio de beber cocú y lo tranquilizó. La fiebre lo quemaba. Eran ya cerca de las once y el sol hacía languidecer las hojas de ivápoí del patio. Se lavó la cara, cambió su vestido y cargando en sus brazos al niño, atravesó las polvorientas y calientes calles del pueblo, hasta el hospital. Era otra mujer. Era la madre, con toda su fuerza instintiva. Se leía en su rostro ajado, afligido, tan diferente de aquel pintarrajeado que saludó maliciosamente al vigilante semidormido.

¿Desde cuándo está así tu hijo? Preguntó el doctor…

Ayer empezó con vómitos. No le para nada en su barriguita. Llora mucho.

Debiste traerlo enseguida… tu niño está mal. Arpa Forro miró a su mitá-í tristemente sin saber qué contestar.

Cuántos pensamientos se agolparon en su pobre cabeza. ¡Si en vez de ir al “Mbiguá” hubiese ido al hospital! Pero, qué iba a imaginar ella que era tan grave! Tantas veces Tapití tuvo diarrea por comer frutas del monte y nunca le pasó nada!

Vamos a internar a tu hijo, dijo el médico en tono suave, sabiendo que ya nada podía hacerse contra la diarrea infantil que lo había consumido, deshidratándolo al extremo.

Bajo el sopor de la una de la tarde, el médico se acercó a la cama del mitá-í, que yacía con la mitad de su cuerpecito apoyado en la almohada y la cabecita inclinada, con una sonrisa esbozada en su rostro. Era un pajarito abatido por la tormenta. La madre dormitaba en una silla junto a la cabecera. Cuando despertó, observó como el médico cerraba los párpados de su niño muerto.

No hizo ningún gesto. Arrugó la frente y casi cerró los ojos para contener el llanto. Sin decir palabra, abrazó a su hijito, lo envolvió en un raído ponchillo, lo alzó en sus brazos y salió del hospital. El médico y una enfermera, conmovidos, la vieron partir. Las candentes calles del pueblo contemplaron el paso de una mujer con su niño dormido en brazos. A nadie le importó.

Cuando volvió Tapití eran pasadas las tres. Encontró a su madre sentada bajo el ivápoí y le preguntó por el Mita-í. Arpa Forro alzó la cabeza lentamente y Tapití vio huellas de lágrimas marcadas sobre la tierra colorada del rostro de su madre. Comprendió y no esperó contestación. Dejó un envoltorio sobre el fogón y volvió a su madre.

Comí en “El Volcán”, le dijo, y había traído caldo para el mitá-í…pero si vo queré…

Arpa Forro no contestó. Entonces Tapití se acercó y, tímidamente, apoyó su manecita sucia sobre la cabeza de su madre, que muy despacio alzó su mirada y se encontró con los ojos de su hijo nublados de lágrimas. Tapití cayó sobre su falda y se abrazaron fuertemente. Como jamás lo habían hecho. Y Arpa Forro lloró, lloró estrujando al hijo contra su pecho. Lloró por él, por el mitá-í, por ella misma: ¡por tantas cosas!

Desde entonces Arpa Forro no sube más la cuesta del puerto al despuntar el sol. Ahora volvió a ser Ramona Argüello; doña Ramona, a secas. Y lava y plancha como nadie lo sabe hacer mejor en el pueblo. Tapití ya no duerme sobre la cubierta de los barcos madereros, ni hace mandados para los embarcadizos, ni vende “limón sutil”. Ahora va a la escuela. Y doña Ramona, cuando lo ve partir con su guardapolvo blanco, exageradamente blanco y almidonado, suele decirse para sí misma: ¡Es guapo m’hijo! ¡Y letrado, mismo!

Alberto Garavaglia

Publicado en la Revista Apuntes, abril de 1967. El autor fue el primer gerente del Hotel de Turismo de Puerto Iguazú. Falleció en 1998.
Fotografía. Los muelles de Puerto Iguazú recién construidos años 1947/1948.

¿Que opinión tenés sobre esta nota?