Eudora

domingo 17 de octubre de 2021 | 6:00hs.
Eudora
Eudora

Usted ya decidió, me está avisando, no preguntando –dijo Valdemiro- pero sepa que no estoy de acuerdo con su mudanza a Posadas, no lo tenía pensado así. Me sacrifiqué para comprar esta chacra al Fisco y criarla como corresponde; fui padre y madre desde que mi Hortensia falleció siendo Ud. bebé. Está en la secundaria, ¿va a dejar la escuela, Eudora?

- La completo en Posadas, papá. Me entristece dejarlo solo acá, pero no puedo perder la oportunidad que me da Rita, …¿se acuerda?...(pai, você se lembra dela?) mi compañera de primero a séptimo grado, vive en Posadas, me ofrece alojamiento, comida y trabajo en casas de familia para empezar. Allá hay posibilidades que la chacra no da. He de volver con dinero para ayudarlo papá…

No necesito su ayuda y aquí Ud. puede cultivar y vender lo que sobre de la producción, ser maestra en la zona. A lo mejor conoce un buen muchacho y se casa. No precisa de la ciudad.

- Quiero conocer mundo, papá, ya cumplí 18, no me va a cortar las alas…

-Ni pienso, si quiere volar, vuele, pero sepa bien que no estoy de acuerdo…

Dos veces al mes, Valdemiro recibía las llamadas de Eudora al celular, comentaba que cuidaba niños y asistía a la escuela nocturna para terminar la secundaria. El maduro campesino, de piel tostada por soles acumulados y cabello emblanquecido por las lluvias, se preguntaba cual fue el error que permitió que su bienamada hija anduviese de niñera en casas extrañas; si hasta evitó casarse para ahorrarle el riesgo de una madrastra mala, como a él le tocó al morir su madre. La chacra carecía de sentido ahora, la sentía aún más vacía al imaginar los nietos, que soñó inundando la casa de bisoña vida.

Al cabo de dos años, Eudora anunció a su padre que viajaba a pasar las fiestas con él y festejar su título de bachiller; debía esperarla en la terminal del pueblo, llegaría el viernes con el colectivo de las cinco de la tarde.

Valdemiro esperó con el sulky bajo la sombra. Luego del descenso de los pasajeros, comprobó que Eudora no llegó; el chofer no sabía nada, el ómnibus siguió viaje. Miró el celular, no había mensajes ni llamadas recientes, marcó el número de ella, sin respuesta. Se inquietó, Rita estaría al tanto, pero no tenía sus datos. Recordó que los padres vivían en el pueblo, sabrían contactarla. Fue grande su sorpresa cuando la madre de la amiga de Eudora manifestó que ignoraban sobre la vida actual de la hija, rompieron relaciones cuando Rita se cambió a Posadas en contra de la voluntad familiar. En la terminal preguntó por la lista de pasajeros; existía una de los que compraban pasajes en Posadas, pero debían solicitarla a la sede central de la empresa, que volviera a la mañana siguiente. Las insistentes llamadas seguían sin contestación. Fue a la Comisaría; allí le pidieron una foto de Eudora, para escanearla; estaba ella de cuerpo entero, con el vestido rojo oscuro ceñido al escultural cuerpo, haciendo juego con el tono rojizo de la larga y lacia cabellera, herencia de la abuela irlandesa. La policía no tenía partes de accidentes fatales ni homicidios durante ese día en el territorio provincial; si pasadas ciertas horas de la desaparición no había novedades, iniciarían la búsqueda de persona.

Valdemiro vivió una noche de insomnio, la sombra de los murciélagos volando con luna llena y el monótono canto de los búhos impidieron que concilie el sueño. Por la mañana, en la terminal le informaron que Eudora no figuraba en la lista de pasajeros, tal vez ascendió y descendió en puntos intermedios, no se llevaba registro de tales movimientos; la policía comenzó la búsqueda.

Pasaron meses sin noticias, ni de Eudora ni de Rita, solo falsas pistas; Valdemiro languidecía en la chacra. Pensó iniciar una gran campaña para encontrar a Eudora a través de medios de comunicación, más allá de los avisos de la policía, pero cierto sentimiento de fatalidad y resignación demoraba la decisión. Una mañana de primavera, mientras ordeñaba la vaca en el tambo, oyó el sonido del celular olvidado sobre la mesa de la galería; corrió a lo que pudo, intuyó que se trataba de una llamada importante. Llegó cuando el aparato estaba por pasar al contestador, número privado decía la pantalla:

- Papá, soy Eudora, me trajeron a Rosario…- la voz cesó, se oyó música durante segundos, la comunicación se interrumpió. Valdemiro reconoció a su hija al instante, no dudó en tomar el colectivo del mediodía a Posadas. En Investigaciones de la Jefatura pidieron que deje el celular, pudiera resultar fundamental el rastreo de llamadas para avanzar.

Transcurrido mes y medio, escuchó nuevas en la radio. La Policía de Misiones, trabajando en conjunto con las de Corrientes, Chaco y Santa Fe estaba desmantelando una red de prostitución que operaba en las cuatro provincias; detuvieron a siete personas, entre ellas a la misionera Rita Cali, encargada de atraer mujeres a la banda con diversos engaños y medias verdades, para luego privarlas de libertad y recursos, obligándolas a ejercer el viejo oficio. Valdemiro pagó la nafta a un vecino, tres horas después entraba a la Jefatura. Le explicaron que todavía no sabían sobre Eudora, los detenidos se negaban a declarar, esperaban analizar las escuchas. Pidió hablar con Rita; fue autorizado bajo la discreta presencia de un policía.

-¿Qué querés Valde?- preguntó con desparpajo la joven y delgada mujer, vestida de remera azul y pantalón vaquero.

-¿Y me preguntás?... a Eudora quiero, ¿dónde está?.... ¿Qué hiciste Rita? comiste en mi mesa y dormiste en mi casa, fuiste la mejor amiga de Eudora

La muchacha hizo una mueca despectiva, dijo:

-No todos se conforman con vegetar en el campo, pero la vida es jodida, no siempre tenés las mejores opciones para salir de eso.

-Ya veo –replicó Valdemiro- ¿dónde está Eudora?

Por décimas de segundo, una sombra de tristeza oscureció la bella cara de Rita, pero no habló. Valdemiro, con lágrimas, desesperación y angustia, utilizando el portuñol del Alto Uruguay, suplicó información, apelando a recuerdos infantiles de la detenida. Por fin, ella cedió. Indicó al interlocutor que le hablaría al oído, por la espalda, temía que llevara un micrófono oculto, sospecha fundada porque los investigadores lo pusieron en el pecho de Valdemiro. Susurró:

-Dije a Eudora que viajaríamos juntas al pueblo en el auto de un amigo, con la excusa de reconciliarme con los viejos, no compró el pasaje. Abrió el celular para avisarte, me acerqué por detrás y la dormí con cloroformo. La llevamos a Corrientes, donde la sometimos al proceso de aislamiento y ablande, luego se la trasladó a Rosario. Para probarla, el primer cliente fue un hombre de la organización. Cuando fue al baño, Eudora te llamó desde el celular de él, que volvió de golpe. La pantalla estaba encendida y la llamada registrada. En ese mismo momento la llevaron a un lugar que desconozco, cotejaron el número con los contactos del celular de ella y supieron que se comunicó con vos. Ahí nomás la mataron, colgaron piedras al cadáver y lo tiraron al medio del Paraná. No vi a Eudora en Rosario, un conocido del grupo me contó lo que pasó. De saber a tiempo, hubiera tratado de hacer algo para salvarla, perdoname Valde.

-¡Desgraciada, hija de p…¡- bramó Valdemiro, girando sobre sus talones, dando a la delincuente una tremenda bofetada que la sentó en el piso. El policía intervino, apartando al agresor.

Investigaciones requirió a Valdemiro una muestra de sangre para un eventual ADN, luego del relato que hizo sobre lo comentado por Rita: el micrófono no pudo captar las palabras de ella. En el viaje de regreso, el chacarero se culpaba ante el vecino por su permisividad, debió ser más decidido y firme en el rechazo a la mudanza de Eudora, aunque igual se habría ido. Se estremecía al pensar, ya más sereno, que Rita ocultó detalles del asesinato para no exacerbar su amargura. Se sentía ultrajado y despojado de su propia vida.

Transcurrieron otros dos meses de agonía para el doliente padre, aguardando la confirmación del relato de Rita. Al cabo, le comunicaron que debía presentarse en la Jefatura por razones de su interés. Los buzos tácticos de Prefectura Rosario encontraron el cuerpo de Eudora en el área indicada por otro integrante de la banda, que habló. Los peces tuvieron su festín con las partes blandas del cuerpo, aún quedaba parte considerable del esqueleto; la prueba de ADN dio positivo, se trataba de Eudora. Autorizado por el juez, Valdemiro hizo cremar los restos y entregó las cenizas al río Uruguay.

No necesitó demasiado tiempo para madurar la idea. El vacío, la falta de expectativas, el sentimiento de carencia constante causado por la muerte de Eudora, llevaron a Valdemiro a la decisión de quitarse la vida. Extrajo el 38 del cajón de la mesita de luz, se sentó en el borde de la cama, martilló y apretó el gatillo sin suerte, estaba duro. Advirtió que el cerrojo del arma estaba en función, no pudo desactivarlo, se trabó. “También, cuanto tiempo hace que no hago una limpieza a este revólver, pero voy a encontrarle la vuelta”. Fue a buscar un destornillador al galpón. Mientras hurgaba en el cajón de herramientas, oyó golpes de mano en el portón. A lo lejos, distinguió la silueta de Juana, directora de la primaria del pueblo, agradable mujer divorciada de cuarenta años. La sagrada solidaridad rural se impuso en el ánimo del agricultor, la docente precisaba ayuda, el auto se empantanó en la zanja del costado del camino. El esfuerzo de la yunta de bueyes fue suficiente para poner en circulación al vehículo otra vez. En agradecimiento, Juana lo invitó al asado en homenaje a una docente que se jubilaba, a celebrarse ese mismo mediodía. Valdemiro aceptó y mientras se abotonaba la camisa de días de fiesta, pensó que estaba siendo cobarde, esquivando la decisión definitiva tomada, pero luego consideró que, si el revólver funcionaba, ya estaría muerto; no se trataba de cobardía. Transcurrido el almuerzo, el chacarero dijo a Juana que, en el diario trayecto que ella realizaba hacia la escuela, se detuviera; tenía para darle dos sandías que estaban a punto. Juana hizo el alto y quedó a tomar mate con Valdemiro, ritual que se hizo costumbre. El agricultor olvidó el proyecto de suicidio, fue como si por haberse encontrado tan próximo a la muerte, las ganas de vivir rebrotaran con fuerza.

Juana y Valdemiro decidieron convivir. No tardó ella en quedar embarazada, dando a luz a una niña. Mientras el padre la sostenía en brazos, la madre preguntó:

-¿Te gustaría que la llamemos Eudora, en memoria de tu hija?

-No, es suficiente el dolor que me causa como para nombrarlo a cada momento, que se llame Juana, como vos y ojalá nunca se mude a Posadas.

-Esperemos que sea así –asintió Juana - pero son los hijos los que definen su destino.

Valdemiro soltó una carcajada. Luego, ante la mirada interrogativa de su mujer, dijo:

-El hombre cree que decide, pero no. Imaginate que estamos aquí por el cerrojo trabado de un revólver que olvidé limpiar. La vida tiene casualidades absurdas, la vida misma es absurda- sentenció Valdemiro.

Carlos Manuel Freaza

Inédito. Freaza tiene publicados los libros Rotación de los Vientos y El amigo jesuita (novela) seleccionada para la Feria Internacional del Libro 2018.

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