La magia del amor

miércoles 13 de octubre de 2021 | 6:00hs.

La tradición oral cuenta que Antonio Ruiz de Montoya llegó a estas tierras para fundar la Nación Misionera y guaraní allá por el 1600 y pico, junto a otra docena de curas. Muchachones veinteañeros como él; de ellos, Juan fue el más joven y el último en morir, ya muy viejito. Tanto, que los mitaí en forma indulgente y socarrona le preguntaban: ¿Cuántos años tiene, paí Juan, cien, ciento cinco, ciento diez…? 

Juan, como otros compañeros catequistas, jamás salió de la selva por ningún motivo. Su única comunicación con el mundo exterior fueron sus largas cartas, con interrupciones, a su hermana Beatriz. Esta última decía así:

Querida hermana Beatriz. Prosigo con esta carta para contarte que hoy, 1 de octubre, los nativos de la Misión recordarán al Karaí octubre. Es, según la creencia guaraní, un duende maléfico que sale todos los primeros de octubre a recorrer las casas y ver quiénes tienen suficiente comida. Es un duende inspector que va mirando si la gente sembró y trabajó durante el año y supo guardar para los meses en que no hay cosecha. Ese día al pasar por las casas debe comprobar que hay suficiente comida y que convidan a sus vecinos. A quienes no laboraron, los castiga con miseria hasta el año siguiente y a los que tienen para convidar, los premia con abundancias.

Karaí octubre es un festejo guaraní que se remonta mucho antes de la llegada del hombre blanco por estos lares. Notaba el guaraní que en la época en que florecían los lapachos aflojaban sus reservas de alimentos, ya que no había frutos que recoger en el monte, los animales estaban flacos por la salida del invierno, y la agricultura que hacían (maíz, mandioca, batata) recién se sembraba a partir de ese mes. En fin, lo único que había por doquier era miseria.

Pero como el guaraní es positivo en su manera de actuar, no veía mejor manera de contrarrestar esta miseria que hacer una gran comilona y danzar para que su Dios, Tupá, aleje la pobreza y bendiga su próxima cosecha.

Más arraigada es la creencia del payé. Tanto es así que ayer, uno de los visitantes en busca de bendiciones, mostrándome un crucifijo dijo: Traigo este payé para que lo bendiga. El payé es parte de una creencia ancestral y pagana que no logramos desterrar entre los guaraníes, puesto que la siguen practicando en forma clandestina, más entre los ancianos, como mi visitante de ayer que, por su edad, debe ser más viejo que yo. Asimismo, ha perdido la noción de la realidad ya que me confunde con el Chamán. Aquél Chamán que antes de nuestra llegada actuaba como el curandero y el brujo que podía obrar entre el bien y el mal, anticipar acontecimientos, interpretar a dios, comunicarse con el diablo, e influir en el tiempo concediendo beneficios o males. Por todo eso a él también le decían payé, el hombre que sabe. En la tribu donde comenzamos nuestra obra misionera en la región del Guaira, el Chamán, por encima de todo eso era el gran consejero del Mburuvichá Guazú, quien gobernaba con autoridad, prudencia y justicia por sobre todo orden terrenal. Al vencer el Mburuvichá Guazú a todas las otras tribus en la larga guerra intestina, por consejo del Chamán no aniquiló a sus adversarios ni los esclavizó; los integró en una gran confederación tribal basada en la solidaridad y bajo un régimen de derechos y obligaciones. De esta manera vivieron en paz y armonía hasta la llegada del hombre blanco. Así se comprende, hermana mía, que aquí en la selva como en la ciudad, los buenos gobernantes necesitan y deben tener sabios consejeros a su lado. El payé también es un amuleto con poder sobrenatural que da suerte y éxito a quienes lo poseen. Puede ser confeccionado con todo tipo de materiales: pedacitos de madera, pieles y huesos de animales, uñas o plumas de aves, como las del caburé que son las más preciadas. Ahora bien, con el tiempo, y tras la catequización, los indios cambiaron estos talismanes por el santo rosario que llevan colgado del cuello. Con seguridad, los que usan son los que más visitan a las curanderas distribuidas en los barrios, y son las proveedoras usuales de este tipo de objetos. Ergo, la práctica de acudir a las curanderas tampoco fue desterrada por la evangelización, contrariando nuestras prédicas. Un tiempo atrás se rumoreaba que antes de casarse el hijo del Mburuvichá, una curandera le hizo brujerías a pedido de un rival celoso, el cual confiaba en sus virtudes ocultas. Instalado el rumor del pedido y su fracaso, decían que el mal agüero había sido conjurado por otra curandera de mayor poder esotérico. De ahí el bisbiseo generalizado referenciando que quien pidió el embrujo, fuera el derrotado de la pelea entre éstas brujas. Así es, mi querida Beatriz, la brujería en la selva como en la ciudad tiene los mismos designios, utilizar ritos ocultos para causar males a una persona. Es un acto ruin, aunque distinto al payé y muy contrario a la magia. La magia, querida hermana, es el arte y la técnica de encontrar fluidos fuera de las leyes de la naturaleza con fines de producir sorpresas, alegrías, bondades y felicidades. La magia produce todos los actos donde la naturaleza se manifiesta en todo su esplendor; el canto de las aves, el nacimiento de las flores, el arco iris después del vendaval, la salida del sol, la luna en plenilunio, la paz, la hermandad, la buena amistad y el amor. ¡Oh el amor! hermana mía, es la máxima expresión de la magia. ¿Qué hay más mágico que el amor? El amor une; es el encuentro, y los hijos son obras mágicas producto del amor, y representan el presente y el futuro. Es mágica la continuidad de la especie, la hermandad entre los hombres, la buena amistad y hacer el bien. Yo, mi querida, llegué al medio de la selva por amor a Dios, y en la selva encontré mi propia felicidad sirviendo a mis semejantes, y con esa felicidad me iré de este mundo. Porque, en definitiva, todos los actos en la vida realizados con amor, expresan el final sublime de la magia.

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