Las lavanderas del pueblo

lunes 11 de octubre de 2021 | 6:00hs.

Era casi el mediodía y el agobiante sol del verano azotaba las calles del pueblo.

Pese a ello, Ramona, María, Nicasia, Marta -o como fuese su nombre- enfrentaban con valor ese calor húmedo e insoportable.

Las lavanderas del pueblo alzaban en sus hombros los fardos de ropa sucia anudadas en una sábana.

Esas mujeres heroicas por las tardes fregaban en los piletones del pozo público o hacían hervir las prendas en latones para quitar las manchas y devolver su textura original.

Ese era su medio de vida, no negociaban su dignidad, ese era su trabajo; “lavaban ropa afuera” para que en su casa hubiese un plato de comida para sus hijos, y por las noches una taza de cocido quemado con tortas fritas.

En la mayoría de los casos, el padre de la gurisada estaba ausente, pero eso no era mella para que esas guerreras de la vida quedasen hasta altas horas de la noche secando la ropa húmeda hasta dejarla impecable con las planchas de carbón.

Con lo que cobraban, apenas les alcanzaba para subsistir, era muy raro que algunos de los que confiaban sus ropas a estas señoras dijeran que les cobraban caro.

Algunas incluso tenían la hidalguía de decirles:

–Págueme lo que usted quiera, patrón.

Les sobraba valor para mandar a sus hijos modestamente vestidos pero limpios a la escuela.

Los chicos más grandes eran los encargados de entregar la vestimenta ordenada y perfectamente planchada.

Por ese entonces los electrodomésticos no habían invadido el mercado. Muy poca gente tenía lavarropas, ya que era muy elevado su costo.

En el pozo público trabajaban con alegría, golpeaban y enjuagaban la ropa hasta que quede bien limpia.

Hay espacios ausentes en la sociedad para estas mujeres, que con esfuerzo llenaban de colorido los escenarios de los pueblos, no las tarimas de los espectáculos, sino la de los trabajos esforzados que cumplían periódicamente.

La gente las encontraba en los espacios públicos de los lavaderos, o llevando y trayendo esos fardos de ropa para higienizarla y devolverlas listas para ser usadas nuevamente.

En una sociedad elitista, las lavanderas estaban incluidas definitivamente en los estratos sociales más bajos; sin embargo, muchos artistas, escritores y pintores las retrataban en sus obras, en el mismo escenario donde llevaban adelante sus esforzadas tareas.

A simple modo de ejemplo, en un óleo de tela de gran tamaño, Pueyrredón las dibujó con el título de ‘Lavanderas en el bajo de Belgrano’, u otra en una acuarela sobre papel, con el título ‘La lavandera’.

Pueden pertenecer a un pequeño pueblo o a una ciudad floreciente, en esos tiempos que las personas, por más humildes que fuesen, se ganaban el sustento diario a costa de sudor y lágrimas.

De esa época hay muchas lavanderas, que se hicieron cargo de los estudios de sus hijos, muchos progresaron en la vida, algunos incluso son profesionales de éxito gracias a esas manos gastadas de tanto fregar y esas pieles tostadas por no bajar la guardia ante el sol más intenso del verano.

Un homenaje para tanto valor, en esta breve reseña.

Publicado en ideasdelnorte.com.ar
Por Ramón Claudio Chávez
Ex juez federal

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