Tras las huellas del km 14

domingo 03 de octubre de 2021 | 6:00hs.

Un uno de mis paseos alternativos a los conocidos Senderos del Km 14, una tarde de domingo, me sorprendió la presencia de la agraciada corona de novia, con sus capullos de apretadas florecillas blancas, detrás de un pinar. El sitio estaba lleno de malezas, por lo que me dio mucha alegría ver que creciera en forma silvestre una planta de jardín. Saqué las fotos de rigor como lo hacía con cada planta nueva que descubría. Mi sorpresa fue en aumento cuando además de esta conocida especie vi otra llamativa planta con flores semejantes a los camarones con unas tonalidades que iban de naranja pálido a rojo intenso, algo más perdida en el yuyal. Cada nuevo hallazgo era algo mágico para mí.

Con la llegada del invierno el terreno se hizo algo más visible y grande fue mi sorpresa cuando descubrí las primeras señales de presencia humana en el lugar. Un montón de ladrillos en parte enteros, en parte quebrados, enmohecidos los más, dispersos sobre el suelo que en todas partes presentada manchas negras y restos de ceniza. Andando los días pasé nuevamente por el sitio, cuya fisonomía se presentaba ahora más nítida luego de una limpieza que dejaba a la vista el elevado pinar del fondo. Este rumbo no constituía el recorrido habitual de mis caminatas, pero despertó mi curiosidad y mi imaginación.

Hallé una pequeña botella de vidrio de champú, otra de jarabe, fragmentos de azulejos pero no mucho más. Sí me sorprendió una densa barrera de colas de tigre cercando un muro. Con cuidado me acerqué al lugar y ahí pude reconocer que se trataba de un sólido aljibe. Me asomé a la abertura descubierta y comprobé que efectivamente contenía agua. Algo más alejada estaba la tapa. Pero esto no era todo, unos pasos más y un segundo aljibe, esta vez redondo y mucho más grande, se presentaba a mi vista. Tenía unas inscripciones de iniciales y fechas que me permitieron ubicarme en los años 50. Ahora me intrigaban naturalmente esas letras. ¿A qué nombres respondían?

En el vecindario ya había escuchado acerca de una tragedia ocurrida allí. Un incendio. Una muerte.

En ocasión de una visita a la Iglesia Evangélica en el día de su aniversario, indagué entre los presentes acerca de la historia de los pioneros en este recodo de Eldorado. Recogí algunos nombres y otros datos sueltos. Conocí en esta circunstancia a una amable mujer, Elsa Zahner de Frank quien me manifestó que había vivido su infancia y adolescencia en el Km 14 y que tal vez podría aportar algo a mis inquisiciones. Concertamos una entrevista y entonces me reveló aquella tragedia: una garrafa de gas había explotado; el hombre, que era su padre, se había ido a dormir y perdió la vida al ser expulsado de la casa por el estallido. La vivienda que era principalmente de madera fue presa de las llamas. Entonces entendí los restos de cenizas y ladrillos quemados del lugar. Parte de éstos correspondían al piso de la cocina y a una pequeña construcción aledaña a la casa que era un cuarto de ahumado para los embutidos.

Pero además Elsita (como todos la conocen), se refirió a su infancia en la comarca, de la que tenía muy buenos recuerdos: su camino a la escuela Nº 280, su admirable maestra Inge Mayntzhusen y la alegría y la libertad que daban el contacto con la naturaleza. Respecto de su adolescencia, las evocaciones adquirían un tono menos feliz. Tal vez por las limitaciones de vivir en un lugar relativamente aislado del centro de la ciudad donde se desenvolvía la vida social y cultural. También tenía algo que ver el hecho que a las señoritas de la chacra no les era permitido asistir a los eventos que por lo general tenían lugar en el salón de la prestigiosa “Unión cultural”, reservados a la muchachada pudiente de la ciudad. Y es que las diferencias sociales eran muy marcadas por entonces ¡a menos que los encuentros tuvieran lugar en el Km 14!

Así ocurría por ejemplo en el bar y su anexo de pista de baile “El Cardenal” que pertenecía a su familia y también estaba ubicado en este ahora devastado sitio. Allí una distinguida concurrencia “urbana” cruzaba las barreras de clase para encontrarse con la gente humilde y divertida de la villa obrera contigua al secadero de yerba de las inmediaciones. Mi entrevistada estaba a cargo de servir los tragos y debía guardar absoluta discreción de lo que presenciaba como involuntaria testigo.

De repente este anónimo sitio se llenó de vida y color, de regocijo y dolor, de trabajo y amor, de aquellos lejanos tiempos.

Karina Dohmann

Inédito. La autora tiene publicado con su hermana Martina el libro Relatos de Otrolado.

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