Candelaria

domingo 26 de septiembre de 2021 | 6:00hs.
Candelaria
Candelaria

Acompañados por don Carlos Bossetti nos embarcamos en el vapor Delicia, cuyo propietario don Pedro Labat, galantemente nos ofreció pasaje.

Cuando salimos de Posadas era ya tarde. El Delicia dio sus silbatos de ordenanza y poniendo la proa a la corriente, arrancó con gallardía, llevando a remolque una gran chata, que sostenida por medio de un grueso cabo estirado, nos seguía, casi rasando el agua.

La salida de Posadas ofrece ciertas dificultades, y es necesario ser baqueano para aprovechar de todos los recursos que ofrece el conocimiento de las aguas y piedras, a fin de salvar, haciendo voltejear el vapor, la corredera de Itacuá (cueva de piedra)  y sobre todo la parte que queda frente a los Sarandíes, en donde la correntada es muy fuerte, lo que hace parecer por un gran rato, que no se marchara, teniendo siempre a la vista la ciudad.

La noche pronto nos sorprendió: una noche tropical, cuajada de estrellas a cuya titilante luz continuamos la marcha, seguidos por un grueso penacho de chispas que arrojaba la chimenea: chispas de mil formas, alargadas, retorcidas, que subían para apagarse luego y renovadas sin cesar, produciendo un bello efecto entre aquellas aguas correntosas, que las reflejaban fantásticamente.

Más tarde, la prudencia aconsejó fondear, y arrimándonos a la costa paraguaya, se amarró el vapor; tendiendo nuestros recados en el piso de la chata, nos acostamos con el cielo por techo, lo que nos permitió durante breves instantes estudiar astronomía, pero como en esa posición lo que se busca es dar amplia libertad al cuerpo y sus componentes, los párpados la aprovecharon para bajar, sustituyendo con su intrasparencia el espectáculo celeste.

Al amanecer despertamos bajo una capa de rocío que abundante, según costumbre, en Misiones, todas las noches cae. Pronto llegamos al puerto de Candelaria. La costa es baja, la vegetación, como toda la ribereña, muy tupida y dominándola aquí y allí grupos de elegantes palmeras mbocayá  se erguían con sus bellos penachos de graciosas hojas.

Desembarcamos en la playa y poco después nos dirigimos a caballo a casa del señor Bossetti situada a un extremo del pueblo.

El trayecto que se recorre es una simple faja de monte que separa la costa de la región de campo en que se halla Candelaria.

En ese monte, a la derecha, se encuentran las ruinas del antiguo pueblo jesuita; el moderno está delineado sobre una bella loma.

Las razones que se han tenido para no ubicarlo cerca del pueblo jesuita han sido, principalmente, alejarlo de la costa, que siendo allí baja y expuesta a las continuas crecientes del Alto Paraná, podía, al terminar estas, dejando la tierra inundada, cubierta de detritus y materias de transporte, dar lugar a la producción de fiebres intermitentes, etc., mientras que sobre la loma, favorecido el pueblo por el sol y la ventilación constante, se halla fuera de esos inconvenientes.

Al escribir esto no quiero decir que en Misiones exista el chucho o las fiebres palúdicas, no, estas sólo se manifiestan muy raramente por las razones antedichas; pero, como se trata de una enfermedad infecciosa, que hallando elementos para producirse podría transformarse en endémica, es muy pasible la mente que ha regido en colocar al pueblo en condiciones de salubridad, consultando no sólo el presente sino también sus necesidades futuras.

El pueblo nuevo empieza a poblarse, hay ya varias casas de material, bien construidas, pero como faltan aún muchos claros que llenar, parecen estar desparramadas sobre la loma que le sirve de asiento; muchos de estos claros estarían a la fecha llenos, si los colonos no hubieran tenido que tropezar con tantas dificultades para poder conseguir la escrituración de la tierra, dificultades que le presentaba la mala reglamentación de las tituladas colonias nacionales, que los obligaba a tramitar los asuntos ante la oficina nacional de tierras en Buenos Aires, a 300 leguas más o menos del punto de su residencia.

Felizmente, después de un luminoso informe de su actual gobernador doctor Juan Balestra, quien ha sentido verdaderamente las necesidades de Misiones, el Gobierno Nacional dispuso de conformidad con él, que tanto Candelaria, como Santa Ana, pasasen a depender de la Gobernación, y que los títulos de propiedad se expidieran en la Capital del Territorio, Posadas, en donde para ello se crearon al mismo tiempo la Escribanía de Gobierno y la mesa topográfica, reparticiones ambas de gran importancia y de mucha necesidad.

Poco nos demoramos en casa del señor Bosetti: lo suficiente para tomar el café matutino y volviendo a montar a caballo, recorrimos los alrededores de Candelaria.

El terreno es suavemente ondulado, con campos aptos para la cría de ganado mayor, y desparramadas en todos sentidos, isletas de montes que solucionan la continuidad de aquella sábana verde.

Al Sur, rodeando casi a Candelaria, pero lejos, el arroyo Garupá muestra la línea de su cauce por la mancha continua de vegetación tupida y exuberante, que borda sus sonrientes orillas.

Más lejos aún, los primeros contrafuertes y manifestaciones de la Cordillera del Imán se presentan con elevaciones más o menos acentuadas, y un poco más lejos el precioso cerro de Santa Ana destaca del horizonte su masa lila alargada.

Por doquier, en el suelo, nuestros caballos van pisando flores. Aquellos campos, se convierten en esta época (marzo) en una alfombra multicolor: cientos de especies diversas se distinguen por sus variadas corolas, todas de colores brillantes, vivísimos, que el magnífico sol de la mañana hace resaltar acentuando las últimas gotas de rocío, que sobre ellas en la noche se posaron; mientras los insectos despertados volvían a visitarlas con sus zumbidos característicos, dejando aquí y allí cargas de polen, cumpliendo así con el rol inconsciente que la naturaleza les ha adjudicado de factores de su fecundación.

En medio del paseo nos asaltaron los recuerdos históricos y buscamos más o menos el punto en donde el primer ejército libertador de la patria acampó, antes de efectuar la gloriosa expedición al Paraguay en 1811, al mando del General Belgrano. Frente a nosotros el río Paraná, aún no estrechado, mostraba su gran cancha con su faz titilante iluminada por el sol de la mañana, y del otro lado, la costa paraguaya, salvaje y abrupta, cubierta de vegetación boscosa se elevaba.

Mentalmente reconstruimos la escena que debió producirse, cuando el ejército pasó, y sin querer presenciamos el embarque imaginario de aquellos 1000 hombres que se lanzaban aguas abajo sobre balsas de madera y botes de cuero, formados y con sus armas preparadas para desembarcar en el Campichuelo, legua y media más al Sur, iniciando así esa campaña que, como bien lo dice el General Mitre, iba a poner a prueba el temple de alma de Belgrano y el de sus soldados.

El señor Bossetti nos condujo a una chacra de su propiedad, situada cerca de las ruinas, en donde nos mostró un yerbal que según él, ha sido plantado por Bonpland.

Efectivamente, los árboles se hallan colocados en líneas regulares y por su aspecto y edad, demuestran de un modo que no deja lugar a dudas, que han sido plantados allí en la época en que el gran sabio se estableció en las Misiones, víctima de esa naturaleza tan maravillosa, que lo subyugó con sus espléndidas galas.

El yerbal se encuentra un poco destruido a causa del abandono en que se ha hallado, y del poco cuidado de los que lo han explotado clandestinamente, en otra época.

Felizmente, hoy pertenece al señor Bossetti, quien lo sabrá conservar, reponiendo las plantas que han sido cortadas y dejándolo descansar.

De qué medios se habrá valido Bonpland para llevar a cabo la plantación de la yerba, lo ignoramos; sus manuscritos perdidos deben haber tenido indicaciones preciosas al respecto.

Bonpland tuvo ocasiones como nadie para obtener una gran cantidad de datos sobre los medios agrícolas e industriales de que se valieron los jesuitas, para el adelanto de sus reducciones, porque, en su época, aún existían algunos viejos de entonces o por lo menos sus próximos descendientes, con quienes se halló en íntimo contacto y con los que esperaba formar una gran Colonia Misionera en Santa Ana y Candelaria, cuando los secuaces del siniestro doctor Francia, lo arrebataron y saquearon para internarlo en el Paraguay.

Sus manuscritos perdidos; ¡cómo los llora la ciencia! ¡Todo un monumento científico, levantado por un sabio durante tantos años de observación directa y de sacrificios sin cuento, alejado de todo centro civilizado, luchando contra la naturaleza salvaje y con gentes más salvajes aún!

Mucho me temo que hayan tenido un fin prosaico, como tuvieron varios libros de propiedad del ilustre Bravard, en la provincia de Entre Ríos, de los que pude salvar algunos pocos que aún poseo, de un deshojamiento paulatino que tenía por objeto recibir cantidades diminutas de yerba y azúcar, que un pulpero envolvía en las páginas donde Rafn y otros tradujeron las Sagas escandinavas, o el Rey de Dinamarca demostraba los procedimientos para la construcción de los Dolmens, etc.

La cuestión de la plantación de yerba mate hace tiempo me viene preocupando seriamente, puesto que se trata de una riqueza presente y futura; muchos yerbales han sido destruidos, mucho tiempo pasará antes de que se repongan y otros ya no se repondrán porque han sido salvajemente talados; así pues, urge la plantación de yerbales nuevos.

Muchos trabajos se han hecho sin resultado.

El trasplante de las plantitas huachas, como las llaman por allí a las pequeñas que se hallan en los yerbales, es un procedimiento muy costoso, que se ha ensayado sin éxito, puede decirse, puesto que ya por una o por otra causa, muchas plantas han muerto y sobre todo el transporte de estas, desde los yerbales a los centros poblados, es largo y perjudicial para ellas, a pesar de lo cual siempre se han salvado algunas, pero muy pocas.

De modo que hubo que abandonar este procedimiento por las razones expuestas. Los demás ensayos hechos por muchas personas en Misiones no dieron tampoco resultado y entonces ya sin averiguar ni experimentar más, las personas empeñadas en ello se desalentaron y dijeron en uno de esos momentos: «Los jesuitas llevaron consigo el secreto de su plantación y todo lo que se haga al respecto, es inútil».

Y el asunto plantación de yerba-mate quedó en el olvido y los que quisieron emprender de nuevo estudios al respecto, fueron mirados como utopistas que perdían el tiempo.

Pero mientras que nosotros, al tratarse de yerba, dirigíamos solamente nuestra vista al territorio de Misiones y al Paraguay, en otra región rica también en yerbales, en la provincia del Paraná (Brasil) lindera con Misiones, hacía ya tiempo que habían descubierto el secreto de su plantación. Muchos yerbales se plantaban, y más de un mate de yerba paranaguá, que hemos tomado mientras nos preocupábamos de este asunto, provenía de árboles plantados en aquel Estado.

Hallándome en Misiones, en momentos en que el célebre General Juca Tigre aparecía con su ejército en las márgenes del majestuoso río Paraná, después de atravesar una gran extensión de la provincia del mismo nombre, acampaba en la Colonia Militar del Iguazú, tuve ocasión de conocer entre los recién llegados a uno de los jefes revolucionarios, persona sumamente distinguida y a quien ya conocía de nombre por algunos trabajos científicos publicados en revistas del Brasil; me refiero al Coronel Telémaco Morosini Borba, hijo de la provincia del Paraná.

Pronto la comunidad de estudios antropológicos nos hizo estrechar una amistad franca y cordial.

Entre los muchos temas que nos sirvieron para conversar en el largo viaje desde Tacurú Pucú hasta Buenos Aires, no podíamos dejar de tocar el de la yerba mate.

El señor Borba me explicó entonces el procedimiento empleado en su provincia, que es el siguiente, el que me hago un deber de publicar, para que lo ensayen los habitantes de Misiones, esperando que dé los mismos resultados que allá: «Se coloca en un recipiente un poco de tierra y luego se echa agua a la que se va agregando potasa hasta que tome la densidad de hacer boyar un huevo de gallina; se echan dentro de este las semillas de yerba dejándolas en este baño veinticuatro horas, pasadas las cuales se procede a plantarlas en líneas a tres metros de distancia en todo sentido».

Ya está revelado el secreto de la germinación y trasplante de la yerba mate; ahora voy a indicar la conveniencia que hay en dedicarse a ella con todo el interés posible.

La yerba crece bastante ligero relativamente, y un agricultor que plante mil (1000) plantas, tendrá a los 4 ó 5 años, un término medio de 2 a 3 arrobas de yerba, por cada una, es decir, 20 a 30 kilos; como la yerba tiene buen precio y seguramente lo tendrá siempre, puesto que se trata de un artículo de primera necesidad, casi puede contarse con seguridad con 2 pesos m/n de ganancia por cada 10 kilos, de modo que las mil plantas en una zafra producirán de 4 a 6000 pesos.

Ahora bien, si el dueño de la plantación continúa ensanchando su yerbal con mil plantas anuales, en pocos años tendrá una renta que muy pocos productos podrán igualar.

Para plantar la yerba es preferible, a mi modo de ver, el rozado de bosque; en donde la tierra es mucho más apta, y si se hace esto no en la costa de los montes, sino en el interior de ellos, será mucho mejor, por cuanto la plantación quedará resguardada de todos los vientos, lo que no deja de ser una ventaja.

Además, el hacer la plantación en rozados presenta la conveniencia de poderla cercar fácilmente con los árboles derribados, lo que evita el gasto del cerco de alambre, que no es poca economía. Y sobre todo la yerba es árbol de monte y sólo allí prospera bien, alcanzando pronto grandes proporciones.

Para el rozado es necesario emplear el sistema paraguayo, que conviene mucho más que el brasileño, puesto que aquel no destruye tanto la tierra con el fuego, como lo hace este, perdiéndose así una gran cantidad de sustancias que el calor transforma.

Del yerbal de Bonpland fuimos a visitar las ruinas de la antigua Candelaria. Estas, como todas las que se encuentran en Misiones, se hallan completamente envueltas en el bosque espeso, que desde su abandono empezó a cubrirlas. La maraña era insoportable, el señor Bossetti nos abría paso adelante, haciendo funcionar su machete de monte con el que, gracias a su mano práctica, dejaba tras de sí una senda accesible trochando cientos de tallos que doblegaban sus cabezas o caían al impulso destructor de su filoso instrumento.

Por entre la vegetación aparecían largas paredes, sucediéndose las habitaciones aún en pie o a medio derribar, mientras nosotros, siguiendo nuestra marcha, sudados y apartando las plantas a cada paso, andábamos pisando ya el suelo, ya sobre los montones de piedras caídas haciendo una gimnasia triple, al mismo tiempo que tratábamos de esquivar en lo posible el infinito número de nidos de avispas cartoneras pegadas a las paredes, cuyos terribles aguijones nos daban espeluznamientos, al sólo pensar que se les antojase atacarnos, si por casualidad una rama, o un tallo de enredaderas, de las innumerables que allí se entrelazan, rozasen con ellos, en algún mal tropezón o enredo, cuya sacudida fuese a tener desde el suelo concomitancia con las de arriba.

Poco de notable ofrecen estas ruinas, a no ser una gran pared que muestra ventanas en la parte superior, denotando que ha pertenecido a una casa de altos; por lo demás, todo se halla muy destruido, puesto que Candelaria fue una de las reducciones que más sufrieron en los sinnúmeros de calamidades humanas, que han azotado a Misiones.

Candelaria fue fundada primeramente en 1627, cerca de las nacientes del arroyo Pirayú que desagua en el río Piratinin, no lejos del sitio en que se halla actualmente el pueblo de San Luis, en las Misiones brasileras, de la provincia de Rio Grande del Sul.

En 1637, a causa del miedo que los indios tenían a los portugueses, la abandonaron situándose cerca de Itapúa (hoy Posadas). Luego de allí se trasladaron cerca del lugar que ocupan sus ruinas, y definitivamente más tarde, en 1665, se establecieron allí.

Según el jesuita José Peramas, el censo de 1767 daba a la reducción de Candelaria 3064 habitantes, cifra que reputo exacta, puesto que no de otro modo se explicaría la importancia de sus actuales ruinas.

Hoy el municipio de Candelaria, puedo llamarlo así, puesto que pronto tendrá su municipalidad, según lo manda la ley, tiene más de mil habitantes repartidos la mayor parte en las chacras que rodean al pueblo, ocupándose de la plantación del tabaco principalmente y, como se hallan tan cerca de Posadas, en el cultivo también de diversos productos hortícolas de consumo en aquella ciudad.

La tierra de Candelaria es excelente, y con ese clima tan propicio, llegará con el tiempo a transformarse, cuando las vías de comunicación sean más fáciles, en un centro hortícola de los más importantes.

Pero para eso se necesita la terminación del ferrocarril que unirá a Posadas con Santo Tomé y Concordia, en Entre Ríos, a un paso de Buenos Aires, aguas abajo.

Entonces las variadas frutas tropicales constantemente conducidas por el ferrocarril vendrán a abastecer los mercados y, como ellas, muchos otros productos.

Podrán también establecerse ciertas industrias, como por ejemplo, la de los tomates, que allí dan con tanta facilidad y excesivo desarrollo.

Ya en forma de salsa o pasta que no sólo abastecería a la República, sino también podría fácilmente ser artículo de exportación valiosa.

La extracción del añil, que se encuentra por allí y da tan buenos resultados, es tan fácil que se reduce a lo siguiente: Poner en una batea llena de agua los gajos cortados sin machucar las hojas, dejándolas 24 horas allí, pasadas las cuales se sacan, agregando al agua una cierta cantidad de lejía fuerte; se revuelve con unos cazos, con los que se extrae una especie de espuma que se forma hasta tres veces, dejando luego asentar el añil que se deposita en el fondo.

Este procedimiento es muy empleado en el Paraguay, y para las familias agricultoras, dado el poco trabajo que da el cultivo de la planta, vendría a ser un elemento más de producción cuyo importe reforzaría sus entradas, y al territorio, el conjunto de su exportación, haciendo ingresar una suma de dinero no despreciable.

Como esta, muchas otras pequeñas industrias, como la del almidón de mandioca, cuyo método de fabricación daré más adelante, ídem la de la fariña, etc., podrán desarrollarse rápidamente el día en que el ferrocarril, con su silbato civilizador, concluya de despertar al suelo misionero.

Del libro Tercer viaje a Misiones (1896). Ambrossetti fue uno de los primeros en recorrer esta región y dejar testimonio de lo que vio, escuchó y pudo experimentar. Autor de innumerables trabajos fue el más grande investigador, folklorólogo, historiador, etnólogo, dedicado a la arqueología y antropología del Alto Paraná.
Juan Bautista Ambrossetti

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