Asesinato en la comparsa

domingo 26 de septiembre de 2021 | 6:00hs.
Asesinato en  la comparsa
Asesinato en la comparsa

La polca paraguaya inundaba con sus saltarinas notas todo el ámbito de la plaza, aumentada en forma monstruosa por los altoparlantes colocados en el centro y sobre las esquinas de Félix de Azara y Colón. De pronto se cortó la música y una voz potente anunció:

- ¡Las comparsas deberán presentarse frente al edificio de la Gobernación, a fin de que la Comisión otorgue los premios!...

La gente corrió en un enorme revoltijo, frente a la casa de gobierno. Sobre la vereda, en los canteros, parados arriba de los asientos de los bancos y algunos en los inseguros respaldos, estiraban los oscuros pescuezos para ver a los comparseros que se disputaban el premio. Casi todos eran partidarios de unos u otros y conocían a los disfrazados y a los musicantes. El apretujamiento humano despedía un acre olor a catinga y cebolla, mezclado con el vaho repelente de la caña. Hombres y mujeres hablaban poco, con monosílabos. Se veían algunos mocosos, que desprendidos de sus madres, gateaban moqueando y meando, para sentarse encima del líquido o mojar los dedos para hacer dibujos sobre la roja vereda... Los vigilantes empujaban a los más entusiastas que querían meterse en la calzada o que empujados por los de atrás caían en ella... Alguno se retobaba, casi siempre ebrio, y era sacado de la fiesta a empellones por un mestizo de uniforme, de tez cobriza, con sable y revólver al cinto...

Nuevamente la música ensordecía los oídos. La comparsa de Gómez, se había colocado frente a la puerta principal. Los hombres formados correctamente, dirigían miradas de costado sobre el público o sobre la casa rosada, desde donde darían el fallo. Nadie hablaba y la nerviosidad del momento endurecía los rostros morenos, fijando una mayor inmovilidad en las facciones de piedra oscura...

Alguien comentó entre el público:

-Eze muzicante de éta comparza, zon lo paraguayo... Cazi todo zon de la Villa!...

La gente de Soto se acercaba. Después del grupo compacto de indios, con Cardoso al frente, venían los músicos atacando las notas de un tango. La música perezosa, indolente, disminuía el andar de los hombres que llegaron desganados a colocarse a continuación de sus rivales. Algunos de los de adelante se dieron vuelta para verlos llegar y ellos miraban a los que ya estaban. Las miradas aviesas, llenas de rencor...

Soto pasó revista a su gente. Quería que estuvieran bien formados para que causaran buena impresión. Al pasar al lado de Cardoso, éste se le acercó un poco:

-¿Qué te parece don Soto?

-Y, vamo a vé - contestó encogiéndose de hombros. Cardoso volvió a quedar rígido al frente de sus hombres y lo miró alejarse...

Estaba cansado. Cinco horas andaban formados y la rigidez de su postura le fatigaba. Le dolían los ojos por tener que mirar a través de los collares, cuyas cuentas al reflejarse en los focos de luz, le lastimaban... Miraba a la gente delante suyo, sin poder precisar bien los rostros... Estaba cansado... Y además tenía un mal presentimiento este año... ¡El hijuna gran perra de Ramírez los había jodido bien!... Había que estar ciego para no darse cuenta de que la comparsa de Gómez era más completa... Le dolían las rodillas y los pies... ¡Si pudiera estar en ese momento pescando en el río y con los pies hundidos en el agua fresca!..

De pronto, entre el montón de músicos de la otra comparsa, descubrió la figura esbelta de Ramírez. Aun de espaldas admiraba sin querer la arrogancia del hombre... La rabia empezó a atenazarle la garganta... Le costaba trabajo quedarse quieto. Sentía una desazón que parecía transmitírsele a los pies que querían “retozar” por sí solos... Si él andaba allí, la Olinda debían andar cerca. Empezó a buscarla entre el gentío... Al fin se movió un poco un negro que estaba a la izquierda a unos diez metros adelante suyo y la vio. Casi frente al lugar que ocupaba Ramírez. Andaba con una vieja alta y gorda, vestida con un traje verde chillón... Se cerró el hueco de la gente y ya no la volvió a ver...

Calló nuevamente la música. La voz potente reclamaba atención para dar a conocer el veredicto. La multitud se apretujaba y remolineaba en dirección al lugar que daba frente a la puerta principal... Cardoso sentía la boca seca y la sensación de que hubiera quedado hueco, como si los oídos se hubieran agrandado en su interior...

Sobre el rumor de la gigantesca colmena, resonaba potente la voz: ...Acordar los siguientes premios: Primero a la comparsa “Los tenorios de Villa Urquiza”; segundo a la comparsa “Los príncipes del Chaquito”... Y tercero... “

No creía haber oído bien. Miró a su alrededor como para preguntar el resultado que se negaba interiormente a reconocer... Pero en la comparsa de Gómez explotaron algunos sapucay jubilosos y de pronto, el disciplinado conjunto de músicos atacó una guarania, cuyas dulces notas se elevaron sobre la noche tropical, haciendo aplaudir al público...

Soto se acercaba a él con sonrisa descolorida. Tenía la tez pálida y los dientes resaltaban más amarillos:

-No jodieron, don Cardoso.

-Ajá...

Dio las órdenes del caso. Había que disimular el contratiempo. Rehicieron la formación que con el contraste se había deshecho un tanto y las notas de una polca, alegres y vivaces, los envolvieron mientras desfilaban frente a las autoridades...

Soto saludó al pasar frente al palco y los estandartes se inclinaron apenas en el saludo; todos miraban al frente, rencorosos, y así fueron hasta que salieron del corso, por la calle Bolívar, en dirección al río...

A mitad de la cuadra Cardoso se sentó en la vereda, apoyado sobre el tronco de un árbol, cuya sombra lo sumía completamente en tinieblas. Respiró hondo... ¡Por fin había terminado este carnaval jodido!... No quería pensar en lo que había pasado porque al rencor del fracaso, unía su rencor propio, por el hombre que había sido el causante de todo...

El relajamiento de los músculos le hacía bien. Respiró hondo, con placer y encendió un cigarrillo que chupó ávidamente. Los hombres de la comparsa estaban en esa mitad de la cuadra, formando pequeños grupos; algunos con sus instrumentos en la mano, que ahora le parecían cosas muertas... Soto se sentó al lado suyo, sin hablar. Se sacó la gorra y prendió un cigarrillo. Cardoso se sacó igualmente el gran penacho y el aire fresco le hizo bien...

-¿Qué hacemo don Soto?

-Lo que uté quiera chamigo - dijo el otro elevando un poco los hombros.

Se acercaba en ese momento Contreras, con otros dos comparseros. Propuso:

-Jha há Ya hú, caña! (1).

Se levantaron y lentamente se dirigieron al boliche. Caminaban sin ganas, con un sabor amargo en la boca, sin ánimos ni para putear a sus rivales ni a la suerte perra... Soto rumiaba su primer fracaso desde hacía años y contestaba con algún monosílabo. Cuando llegaron se sentaron en una mesa; seguían sin hablar y bebían silenciosamente. La caña les calentaba los estómagos vacíos y los mareaba. En el boliche no había nada que comer. Sólo un resto de tres chipás duras que no alcanzaron para nada...

Don Gumersindo, el dueño, siendo del barrio estaba también interesado en la comparsa. Aunque la actitud de los hombres se lo decía claramente, interrogó:

-¿Y, como salimo?

Soto contestó con un gesto vago. Cardoso dijo:

-Bien jodido. ¡Ganó el comparsa de Ramíre!

 El hombre nada dijo y siguió atendiendo a otros parroquianos que de paso, sobre el mostrador, vaciaban algunas copas de caña. Cardoso miraba a Soto con lástima y se sentía un poco culpable del fracaso... Si Ramírez era el que los había hecho fracasar, sin duda había sido por él y por su lío con la Olinda... Y Soto lo había rechazado porque era amigo suyo... Empezó a roerlo una rabia sorda. Otras veces en este mismo día y en momento similar, todo era alegría y farra. El alcohol se les metía en el cuerpo con claridad de sol y la alegría les cascabeleaba, haciéndolos reír y bromear... Hoy serían los otros los que estarían contentos, riéndose de ellos, bailando y bebiendo... ¿Dónde puta habrían ido?... Sería lindo ir adonde estuvieran y hacer un desparramo... 
Contreras estaba animado por el alcohol y de su mente se había borrado el fracaso. Contaba lo que le sucedió a su hermano y los demás, poco a poco, lo escuchaban interesados y suspendidos al final de sus palabras...

-“...Mi hermano Deolindo andaba entonce por Concepción de la Sierra. Había dentrao de cuidadó de una chacra, que queda ante de llegá por el camino de Apóstoles. La Pancracia, su concubina, que é una linda mujé y su gurí, Ermelindo, el má grande, que ahora trabaja de embarcadizo. Todo andaba trabajando juerte y contento. Vivían con lo veinte peso por mé que ganaba Deolindo, pero plantaban mandioca y zapallo y poroto y tenía gallina y huevo; y el patrón andaba contento...

“Pero la Pancracia empezó a ponerse amarilla. Algo le andaba judeando la salú, pero ella no lo decía. Mi hermano hacía como que no veía nada y cada tanto le preguntaba que como andaba, pero ella decía que bien y no se le podía sacá una palabra...

“La chacra etaba en medio de un monte. Por todo lado la rodeaba lo paraiso y para llegá al rancho sólo eta el camino que de noche é tan oscuro como adentro del monte... Deolindo tiene que salí cada tanto por su trabajo y pasa la noche ajuera, y ya venía fijándose que cada vé que él salía por la noche, al llegá por su rancho al otro día, la Pancracia andaba má mala... Al final decidió vigilá inventando salida...

“Durante la do o tré primera noche nada vió, pero a la cuarta, una noche oscura que daba miedo, se escondió detrá de la casa, por el tronco de un paraíso grandote... Las sombras lo envolvían y del monte venía toda clase de ruido, que le encogía el umbligo, aunque mi hermano é bien macho. Despué, como a eso de la dó de la madrugada, cuando se etaba por queré dormí, vió algo que se movía adelante suyo, que se dirigía hacia el rancho... Deolindo no creía lo que veía... ¿Sería que la hembra se la andaba pegando?... Pero no podía sé. Siempre, dende hacía años andaban junto y no era mujé zafada... Se fijó bien; la figura era de un hombre alto, con sombrero aludo... Mi hermano espero que quisiera meterse adentro para pescarlo. Pero no entraba, rondaba el rancho... Entonce se decidió... Sacó su cuchillo y pensó en acercarse hasta el árbol má próximo, pero apena se movió aunque no hizo ningún ruido, la figura desapareció y no hubo forma de encontrá ni rastro de la pisada... Otra tré o cuatro noche le pasó igualito. En cuanto se movía tratando de cazá al hombre, desaparecía y no se veía nada má... Y dimpué, cuando llegaba al rancho, encontraba a la Pancracia boqueando, con una angutia que no la dejaba respirá...

“Al final, sospechando que pudiera ser eso, había ido a lo de la médica, que le dijo que ese hombre grandote del sombrero ancho, que ronda a la mujere sola en la noche, era el Pombero. Le dió un payé pa que se disparara, pero no hubo caso y mi hermano tuvo que despedirse de su patrón, pa que no se le muera su mujé... Dende que vino por Posada, nunca má se apareció y la Pancracia anda otra vé gorda y juerte..,’.

Soto, con la boca entreabierta había seguido el relato. Los demás tenían los ojos abiertos, sin pestañear. Quedaron en silencio y al cabo dijo Cardoso rumiando su pensamiento:

-¡Jodido el asunto!...

Tomaron otras copas y desaparecido el misterio, que hiciera flotar el cuento del hermano de Contreras, tomó posesión de sus mentes el fracaso de esa noche... Soto preguntó:

-¿Dónde andarán festejando?

-Lo paraguayo sabe ir siempre lo de don Zapata - contestó uno de los dos comparseros, que hasta ese momento no había pronunciado palabra alguna.

Terminaron con lo que quedaba de la segunda botella. Soto se sentía mareado y triste. Salieron a la calle y se despidió:

-Ta mañana, chamigos. Me voy a dormí por mi rancho.

-Ta mañana - le contestaron.

Los otros siguieron caminando felices en cierto modo de que se hubiera separado de ellos Soto. Caminaron al azar por el centro, cruzándose cada tanto con máscaras sueltas que se resistían a abandonar el traje, a pesar de que hacía más de una hora que el corso había apagado sus luces. Vieron otro boliche abierto y se colaron a seguir bebiendo... Cardoso tenía la mente fresca y en ella se sucedían las imágenes. Tan pronto veía a Ramírez o a la Olinda, como oía el altoparlante. Todo ello le martirizaba y un pensamiento se le iba metiendo en el cerebro: buscar a Ramírez esa noche!...

Contreras, completamente ebrio, musitaba cada tanto:

-¡Asunto jodido el Pombero!...

Los otros hablaban de su trabajo y de los horarios de los trenes de carga. Eran peones del ferrocarril y cada uno exhibía su saber delante del otro...

La cabeza le seguía dando vueltas a Cardoso... Tenía que buscarlo a ese paraguayo hijo de puta... Si no lo hacía no iba a poder dormir... De pronto dijo:

-Yahá catú chamigo. Vamo al baile. Por lo meno vemo como baila lo cornudo.

En su fuero interno aplicaba el despectivo calificativo a toda la gente de la comparsa en que formara Ramírez.

-¿Por qué no vamo lo de don Menénde? – arguyó Contreras.

-Si uté, mi amigo, no quiere vení y si tené y por otro lado,

-Vamo entonce — dijo sintiendo el puyazo.

Los otros dos, sin voluntad propia, siguieron a los amigos que doblaban en la calle Ayacucho en dirección al camino del cementerio

Hablaban apenas. Cardoso se entregaba a sus pensamientos y ahora se sentía totalmente despejado. Una inquietud vaga se cernía sobre él y si no fuera por temor al ridículo, le hubiera gustado encontrar un motivo para no ir adonde encontraría a Ramírez. Reconocía que no le importaba gran cosa el fracaso, ni por la comparsa ni por su ingenuo orgullo de cacique de carnaval; le importaba sólo por Ramírez a quien odiaba, porque era el hombre de Olinda y eso ya no podía soportarlo más, pero era un enemigo de cuidado y debía estar atento, con cien ojos, y no permitirse el lujo del menor descuido...

Dejaron atrás el depósito de las Aguas Corrientes y caminaron sumergidos en la oscuridad. De vez en cuando veían a los costados del camino un reflejo de luz que se filtraba por las rendijas de la puerta de algún rancho. Antes de doblar, en el camino que lleva directamente al cementerio, sintieron música y ruidos que les llegaban en forma apagada. Todos andaban en la noche con la misma seguridad que si fuere de día y más que ver, sentían los obstáculos y las desigualdades del terreno, que salvaban con agilidad.

Por fin llegaron. Dos o tres lámparas de kerosene colocadas sobre mesas de pino, daban una luz macilenta que se perdía antes de llegar a la calle. El sitio era amplio y había una docena de esas mesas a la derecha de la humilde casa de material, sin revoque, cuyo dueño era un correntino grueso y aindiado, llamado Zapata. Allí tenía su modesto almacén de comestibles y de vez en cuando daba un baile, que era siempre la preocupación de la autoridad policial de ese sector.

Quedaron indecisos, observando en la sombra. Ya no había mujeres y los guitarristas habían dejado de tocar. Alrededor de una mesa rodeada de hombres, Ramírez beodo, hablaba en voz alta. Todos estaban disfrazados como él. Otras mesas estaban ocupadas por una docena de parroquianos, ajenos a los otros.

Se expresaba con violencia. Tenía los ojos brillantes y cuando se incorporó, “retozaba”:

-Etuvo formidable, mi amigo. Yo fuí quien lo jodió a don Soto y a lo roñoso que va con él y todavía no sé cómo no le crucé la jeta sin diente... ¡Nosotro lo paraguayo cagamo a lo argentino éta noche!

Una carcajada general fue el comentario de los que le acompañaban que, como él, tenían marcado acento del país vecino.

-¡No se pase don Ramíre! - rezongó Zapata.

Estaba inquieto ante la actitud del borracho, sobre todo por los que escuchaban en otras mesas, cuyo aspecto no era tranquilizador.

-Ché ayapó la aya poseba, porque ché macho! (2).

Zapata se encogió de hombros. Ante todo estaba su negocio y sabía por experiencia, que cualquier traspié le proporcionaría dificultades con la policía. Trató de calmarlo:

-Vamo mi amigo, acá somo todo amigo suyo y no tiene por qué ofender.

Extendió la mano en gesto amistoso, pero el otro respondió con un manotón:

-¡No soy su amigo, correntino asqueroso!...

Sacó a relucir su daga y sus compañeros lo rodearon cubriéndole las espaldas, pero de una de las mesas colocadas atrás, partió una botella que golpeándole en el hombro, le rebotó en la cabeza, haciéndolo trastabillar. Varios de los hombres que lo habían estado escuchando, sacaron sus cuchillos. Ramírez, aunque aturdido por el golpe y borracho, se daba cuenta del peligro que corría y retrocedía hacia la salida, sin perder de vista a los que iban a atacarlo. Sus compañeros lo habían abandonado y habían huido, saltando el alambrado del fondo.

Cardoso estaba solo, afuera, perdido en la oscuridad espesa que proyectaba el copudo paraíso de la entrada. Contreras y los otros se habían ido antes, cuando empezara la riña... Ahora escondido veía acercarse a ese hombre a quien odiaba, dándole indefenso la espalda...

El paraguayo no perdía de vista a ninguno de los hombres que tenía al frente. Su cara, que ahora tenía grandes sombras y reflejos rojizos de la luz de las lámparas, brillaba con el sudor que la barnizaba y Cardoso lo sentía jadear a menos de dos metros de distancia... Sacó el cuchillo. Sabía que en cuanto Ramírez pudiera ganar la sombra, estaría salvado... El corazón le golpeaba fuertemente y le parecía que el otro terminaría por sentir esos golpes... Tenía miedo, un miedo cerval de que la ocasión que se le venía a las manos, se le escapara. De pronto había decidido librarse de ese hombre. Su código moral no difería en mucho del de los animales que poblaban la espesa selva de Misiones... El ataque de sorpresa y rápido, era lo que permitía sobrevivir...

Ramírez miró de reojo el suelo cercano a sus pies y vio que medio metro atrás, la oscuridad era completa. Despejado y alerta por el peligro, se consideró salvado. Con rapidez dio un salto hacia atrás y los que lo perseguían lo vieron desaparecer, tragado por la sombra. Oyeron el leve ruido de las alpargatas del hombre al caer y a la vez un golpe sordo. El paraguayo apareció de nuevo en la zona de luz, con los ojos desencajados y abriendo la boca convulsivamente. Por un momento miró hacia adelante, con las piernas abiertas, bamboleándose hacia los costados, moviendo los brazos que parecían querer agarrar algo en el aire de la noche y, de pronto, cayó hacia adelante, de cara contra la tierra roja...

Cardoso, con la capa recogida corría silenciosamente, empuñando el puñal ensangrentado. Nadie lo había visto y creía no haber errado el golpe. Sentía en el pecho una alegría salvaje y unas terribles ganas de lanzar el sapucay, que pugnaba por salir desde lo más hondo de su sangre india...

Los hombres se dispersaron y Zapata anotó mentalmente a los que llevaría a declarar como testigos. Dando un suspiro, se dirigió hacia el teléfono y pidió comunicación con la policía...

(1) Vamos a tomar caña.
(2) ¡Yo me paso donde quiero, porque soy macho!
Fragmento (Capítulo IX) de la novela Bajada Vieja. Areu Crespo fue pintor, grabador, escritor y escribano. Nació el 20 de mayo de 1909 en Totana, Murcia, España y falleció en Buenos Aires el 2 de febrero de 1989.

Juan M. Areu Crespo

 

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