Inmigrantes

miércoles 22 de septiembre de 2021 | 6:00hs.

El 4 de septiembre de 1949 se estableció el Día del Inmigrante. Recordatorio de la fecha en que los integrantes del Primer Triunvirato en el año 1812, dispusieron la llegada de inmigrantes para poblar al nuevo país que empezaba a diseñarse. Más tarde, con igual criterio, Alberdi acuñaría la frase “gobernar es poblar”, dándole el sentido que “poblar es educar, mejorar, civilizar, enriquecer y engrandecer espontánea y rápidamente, como ha sucedido en los Estados Unidos”. Y agregaba: “Para civilizar por medio de la población es preciso hacerlo con poblaciones civilizadas; para educar a nuestra América en la libertad y en la industria es preciso poblarla con poblaciones de la Europa más adelantada en libertad y en industria, como sucede en los Estados Unidos. Los Estados Unidos pueden ser muy capaces de hacer un buen ciudadano libre, de un inmigrado abyecto y servil, por la simple presión natural que ejerce su libertad, tan desenvuelta y fuerte que es la ley del país, sin que nadie piense allí que puede ser de otro modo. Pero la libertad que pasa por americana, es más europea y extranjera de lo que parece. Los Estados Unidos son tradición americana de los tres Reinos Unidos de Inglaterra, Irlanda y Escocia. El ciudadano libre de los Estados Unidos es, a menudo, la transformación del súbdito libre de la libre Inglaterra, de la libre Suiza, de la libre Bélgica, de la libre Holanda, de la juiciosa y laboriosa Alemania”.

El Protector de los Pueblos Libres, José Artigas, admiraba la Constitución de la naciente Nación de los Estados Unidos, y de los hijos europeos que la hicieron.

Es, tal vez, lo que interpretó el presidente Alberto Fernández cuando expresara que los argentinos descendemos de los barcos.

Si aquellas inmigraciones de 1812 sucedieron así, nuestra rica historia misionera describe que los primeros hombres blancos que llegaron para habitar lo que hoy corresponde territorialmente nuestra provincia, fueron sacerdotes de la Compañía de Jesús en el siglo XVI. Se trataba de la avanzada católica con el firme propósito vocacional de convertir a los habitantes guaraníes al cristianismo, nación que ya tenía su propia creencia religiosa y su propio Dios en Tupá.

Si bien los Jesuitas no fueron inmigrantes, deben ser considerados como hombres emigrantes que vinieron a vivir en la más espantosa pobreza por su férrea fe en la tarea evangelizadora. Eran pues desarraigados de su país de origen.

Aquí fundaron pueblos -las reducciones guaraníticas- bajo un régimen socialista y humanista único, jamás superado, y la defendieron con uñas y dientes junto a los nativos habitantes contra los implacables esclavistas bandeirantes.

En la batalla de Mbororé, allá en Panambí, sobre el río Uruguay, en 1641, entablaron la primera gesta bélica en esta parte del mundo en salvaguardia del pedazo de territorio que después formaría parte de la Argentina. También fue la primera batalla anfibia: se luchó en el río y se peleó en la tierra con dolor, sangre y muerte por defender sus pueblos, su suelo y un sistema de vida.

Si esa batalla se perdía, toda la Mesopotamia, Paraguay y la Banda Oriental hubieran pasado a pertenecer al Imperio Portugués.

Después de la diáspora guaranítica, urgentemente Misiones debía poblarse para protegerla del sempiterno asedio lusitano. Ya no estaba Andrés Guacurarí y Artigas, el General Indio, para cuidar sus fronteras. Entonces nada mejor que enviar gringos europeos para que se afincaran, colonizaran y levantaran pueblos. Es decir, hombres, mujeres y niños desarraigados para que se arraigaran.

La primera oleada “oficial”, organizada por el gobierno, comenzó en l883 en la zona Sur de Misiones donde antes se habían desarrollado los pueblos jesuitas: Concepción, Apóstoles, San Javier, cercanos al río Uruguay.

La colonización privada -a través de compañías colonizadoras formadas al efecto- se dio inicio en 1920 y se distribuyeron sobre la ruta 12 bordeando el Paraná, teniendo de epicentro a Eldorado, colonización liderada por Adolfo Schwelm, y otra encabezada por Carlos Culmey, fundador de Puerto Rico y Montecarlo

Una tercera, extraoficial, se asentó simplemente cruzando los ríos: grupos de europeos, brasileros y paraguayos.

Luego de la segunda guerra mundial vinieron los japoneses y en los noventa coreanos y chinos de Taiwán. Los laosianos llegaron no como inmigrantes sino con el estatus de refugiados. De esta forma, la provincia de Misiones, se erige en fiel exponente y paradigma del asentamiento de seres venidos desde distintos puntos del planeta. La de mayor conglomerado de razas, “el crisol, según los poetas”, la más cosmopolita en componentes de nacionalidades.

Entre aquellos curas heroicos si Ruiz de Montoya fue el referente, Roque González de Santa Cruz el ícono. Fundó primero Itapúa, sobre el Cerro Pelón en lo que hoy es Posadas, y   luego Nuestra Señora de Encarnación en Paraguay. Murió acribillado a flechazos por su fe, lejos del lugar donde nació. Después levantaron otros pueblos: San José, San Ignacio, Santo Tomé, San Carlos, Yapeyú. Hoy, todos estos pueblos y ciudades componen una gran región unida por lazos comerciales, sociales, de amistad y parentescos.

La brillante labor evangelizadora, social, cultural, de desarrollo económico, el sistema organizativo y el intenso tráfico comercial que los jesuitas impusieron en su área de influencia, generaron los celos y las intrigas de los hombres mediocres de las ciudades, temerosos que el modelo se impusiera. Ergo, un mediocre rey, influenciable, ordenó la expulsión de la Compañía de Jesús en 1767, dejando para la posteridad las reliquias de ruinosas taperas, las ruinas que hoy los turistas admiran.

Y entre tanta admiración deberíamos preguntarnos: ¿qué país tendríamos en nuestro presente si estos laboriosos visionarios no hubieran sido expulsados?

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