La niña de Guatemala

lunes 20 de septiembre de 2021 | 6:00hs.

Por Ramón Claudio Chávez Ex juez federal

Mujeres bellas encontramos en todos lados, algunas más que otras, pero bellas al fin.

Silvana era el ícono de la belleza en la ciudad. Alta, atractiva, sexy, de ojos verdes que encandilaban. Ella lo sabía y siempre era el centro de atracción en cualquier evento social.

En el secundario no pasaba desapercibida ante las miradas inquietantes de las chicas y de admiración en los varones. Era elegante para vestirse y sabía exponer cierto aire de ingenuidad cuando lo necesitaba.

Se fue a la gran capital para estudiar ingeniería. En la facultad era una chica más, pero entendía que la belleza es una carta de recomendación que puede ganar corazones de antemano.

Predominaban en ella esos rasgos unificadores de donaire, proporción y luz.

Con viento a favor, avanzó en la carrera y culminó sus estudios en un tiempo razonable.

Sabía que no podía regresar a su ciudad, incluso no estaba segura de quedarse en la capital. Pensaba en París o en Roma para coronar su carrera.

Comenzó en un estudio importante a desandar el camino hacia el éxito, los restantes profesionales estaban encantados con la nueva colega y admiraban profundamente su belleza.

Interiormente, Silvana sabía que su atracción física le allanaría el camino hacia el éxito y también entendía que debía capacitarse.

En la universidad tuvo relaciones fugaces, porque era amante de la libertad para poder alcanzar sus logros personales.

Al tercer año de egresada, se cruzó con Emilio, un joven que la deslumbró inmediatamente. Emilio era inteligente y no se detenía en ponderar la belleza física de su novia. Le movió los ejes, como suele decirse, y la relación amorosa se tornó intensa; ella, que no solía sentir celos por sus pretendientes, se preocupó por la seguridad con que Emilio manejaba las relaciones.

Hablaron de irse a trabajar a Europa, pero él no estaba convencido de la aventura, creía que podían lograr aquí lo que intentaban buscar en otro lado.

Ella seguía soñando con París, pero temía dar sola un salto al vacío.

La pareja se fue construyendo con cierta dificultad al comienzo, pero Silvana se enamoró perdidamente de ese hombre que parecía tener las soluciones para todas las cosas, incluso las más complejas.

Tenían amigos en común, de su propia generación, con quienes compartían salidas, reuniones sociales, boliches.

Una compañera de facultad, Sofía, empezó a ser su confidente, en medio de la amistad con los otros chicos.

Silvana empezó a darse cuenta de que a su pareja le interesaba su belleza, pero no era lo más importante en la relación, y se incomodó un tanto para sostener el equilibrio del amor con algo más que el encanto físico.

Sofía le decía que actuara con naturalidad, que no busque fingir o demostrar lo que no era y que, de una manera simple, las cosas deberían funcionar.

Salieron un año y ella quiso convivir con su pareja; él le dijo que era prematuro, que prefería por el momento seguir saliendo con sus amigos, jugar al fútbol los miércoles por la noche y acostarse a cualquier hora.

Le dolió ser menos importante en la vida de Emilio y su seguridad también trastabilló. Dejó de lado su sueño europeo para salvar su pareja, pero Emilio rompió la unión con argumento triviales y empezó a salir con Sofía. Sí, Sofía, su mejor amiga.

Sintió que le pasó un tren por encima, no entendió que las barreras estaban bajas y se terminó estrellando.

Julia Elena Dávalos cantaba una canción de amor, ‘La niña de Guatemala’: “Quiero a la sombra de un ala/ contar este cuento en flor/ La niña de Guatemala/ La que se murió de amor/ Ella dio al desmemoriado/ una almohadilla de olor/ él volvió, volvió casado/ ella se murió de amor”.

Hay muchas niñas de Guatemala, Silvana era una de ellas. Pasaron los años, tuvo otras relaciones, pero a todos comparaba con Emilio.

Pasó el tiempo, su carrera profesional siguió con altibajos y su vida amorosa con cierto dolor.

Su personalidad ya no era la misma de su juventud, empezaron los problemas de ansiedad, inestabilidad emocional y psicofármacos.

Decidió regresar a su ciudad natal, donde estaban sus padres y también sus hermanos, con quienes tuvo problemas de readaptación.

Discutía con la gente por temas sin mayor trascendencia, les gritaba a sus vecinos, que empezaron a tildarla de loca. Le molestaban los ruidos de las casas cercanas, la música que escuchaban y los denunciaba.

Ya no era la chica bella que se fue a la universidad, sus ojos verdes dejaron de encandilar, descuidó su aspecto físico y su hermosa cabellera.

La gente se preguntaba si era la misma Silvana, la respuesta fue no.

Esta es otra muy diferente a aquella Silvana, al igual que la niña de Guatemala: se murió de amor.

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