La culpa

domingo 19 de septiembre de 2021 | 6:00hs.
La culpa
La culpa

Así que, entonces, no me queda otro remedio más, que matarla.

Las palabras que acabó de pronunciar Andrés con una frialdad inhumana lo inmovilizaron en sucesivos pasos que de la incredulidad pasaron al azoramiento para dar por fin lugar al miedo que se trasuntó en la cara de Miguel el cual después de un oprobioso silencio alcanzó a preguntar.

-Andrés, ¿te sentís bien?

-Si lo que querés preguntar de verdad es si estoy loco, te respondo: no. No estoy loco. Aunque habría que inquirir cuál es el umbral de la locura. Bien valdrá hacerse ese tipo de preguntas que tanto te han fascinado siempre: en qué punto cardinal de la vida comienza la locura. En qué punto exacto termina la cordura. Porque todos hemos tenido instantes de locura. Vos sobre todo, ¿no?

Comprendo que te asombre mi serenidad pero porque ya lo tengo todo resuelto desde su muerte hasta la última de sus consecuencias que incluyen por supuesto, tu silencio. ¿O acaso tenés problemas morales con eso?

La pregunta de Andrés hecha a su amigo de toda la vida creó más intranquilidad en un Miguel que no salía de su asombro y miedo.

-Eh.... No sé qué responderte.

- En verdad, no es necesario que respondas nada. Cuando las cartas están echadas sobre la mesa sobran las palabras.

-¡Cómo pueden sobrar las palabras cuando entre vos y yo nos hemos pasado la vida contándonos desde las alegrías hasta la última de las miserias! ¡Reaccioná Andrés!

-Vos has dado en la tecla correcta. Mi actitud es sólo la reacción a una serie de acciones bajas, traicioneras, de gente sin escrúpulos que me han engañado durante una buena parte de mi vida.

-Pará, pará. No ha sido así. Fue un momento de debilidad, nada más.

-¡No me digas! Largo el momento, ¿no? A vos que te ha gustado siempre boludear con las palabras y los conceptos, como aquellas de: ¿Cuándo empieza la vida, cuándo la muerte? ¡Boludeces! Estás hablando de un momento que duró siete años y que ¡oh!, maravilla de las cosas inexplicables tuvo un hijo como descendencia al cual yo, ingenuamente lo he criado como propio.

Tu palabrerío es eso, sólo sonidos huecos como esa música de boliche que tanto te gusta escuchar. No sé si algún día entenderás que tus acciones son las que realmente valen.

-Entonces tendrías que saber que te quiero de verdad. Los dos balazos que me pegaron por defenderte en aquella pelea de borrachos me han costado estar rengo de por vida.

-Sos muy hábil para entremezclar las cosas Miguel. Siempre te he admirado por eso. Te adelanto: no tenés que convencerme de nada. Si lo que buscas es sopesar las cosas buenas y las malas en una imaginaria balanza de la vida, llegás tarde, como siempre. Yo ya lo he hecho. Por eso a vos, no pienso matarte. Pero a ella, sí. La balanza le ha jugado en contra. Son muchas las indignantes cosas que no conocés y que prefiero callar. Ahora, si hablo con vos usando todo este palabrerío, es sólo porque me conviene, porque todavía me vas a servir para un propósito que con el tiempo llegarás a conocer. Y porque no debo agregarle al niño más dolor del que tendrá al quedarse sin madre. Pero un alto precio habrás de pagar. Tendrás que callar para siempre lo que sabés. Y ese silencio amordazará tu conciencia, tendrás noches en vela llenándote de reproches. Precisamente esta noche, será la primera de tantas en las que te preguntarás si en verdad hiciste lo correcto. ¿No has dicho siempre, con tu boludeada mentalidad hippy que lo pasado pisado y que hay mirar al futuro? Bueno, ahora tendrás la oportunidad de poner en práctica esas sonseras.

-No vas a poder, Andrés. No me importa lo que pase. Te voy a denunciar.

-¡Aja! ¡Qué bien! Me vas a denunciar. ¡Denunciar que!

-Voy a ir a la policía y le contaré todo lo que has hablado.

-¡No me digas! Y pensar que en algún momento de mi vida te creí inteligente, sabio, conocedor. Creéme, así, duele menos hacerte mierda. Pensándolo bien, en todo caso, es una devolución de favores. Vos salvaste mi vida para que al fin se metiera en la inmundicia en que está metida. Yo, no te voy a matar, pero hecho mierda vas a quedar. Igual que yo. Y atención, no te metas con el chico. Brindale el amor que siempre le has dado. Te va a necesitar más que nunca y a él, no tenés que fallarle como me has fallado a mí.

-Pero en qué cabeza cabe que me voy quedar quieto mientras nos estropeas la vida a todos.

-Porque, querido Miguel, esa asignatura que nunca pudiste aprobar en toda tu puta vida, hoy la vas a rendir y aprobar con un diez felicitado, aplausos, medalla y besos. Porque tengo poder y plata. Porque el mismo gitano que te recomendé (que a mí no me conoce) para reventar a ese atorrante que te jodió con cheques incobrables, es el mismo que ya habrá, a esta hora, violado, robado y matado a quien querés salvar. Así que sería mejor que la policía no le eche el guante. Él te conoce, ya una vez lo contrataste y el resto de la historia te la podés imaginar. Encima, tipos como vos, no le caen bien a la policía.

Así que tu silencio te vale seguir en libertad. Claro, una libertad bastante estropeada. Y si hablás, esta sociedad a la que siempre has despreciado e insultado, te va a agarrar de las mechas y te va a arrastrar por el fango. Tu futuro es malo, pero puede ser peor. Vos la vas de gran señor, pero entre nosotros sabemos que has hecho muchos enemigos y que la plata que debés es más que la que tenés para cobrar. Y encima, como si eso fuera poco, tendrías que cargar al marido vilmente engañado como un factor más de ira en tu contra. A vos que te gusta el boxeo, te voy hablar en términos pugilísticos. No te da el peso para mi categoría. Yo te he vencido con las malas artes de una pelea arreglada de antemano. Así que mejor tirate a la lona hasta que te cuenten los diez. Esta pelea la has perdido y sólo hace falta que te llegues a enterar y que aceptes el nocaut.

¿Viste? ¡Qué cosa, Miguel! Vos siempre llenaste la vida con palabras y yo era el callado. Ahora, me tenés hablando hasta por los dos o los cuatro, si la incluimos a ella y al niño.

-Te pensás un genio, ¿no?

-No soy un genio. Ya pagué por anticipado y aún me falta pagar la cuota más brava. Ella, a estas alturas, ya pagó. Vos, estas empezando a pagar. Y el chico, que nada tiene que ver, no paga y nunca debe saber nada.

- ¡Yo te mato!

-¡Qué vas a matar! Para matar se necesita un coraje que no tenés. Mejor andate a tu casa y emborrachate mal, pensando en la mala vida que de ahora en más vas a vivir.

Miguel se levantó en silencio mirando a Andrés con una mezcla de odio y miedo. Al no encontrar las palabras que expresaban lo que sentía, encaminó sus pasos hacia el amplio jardín delantero de la vivienda.

Momentos después, el ruido de un motor en marcha le anunció a Andrés que se había ido de la casa y en un sentido más amplio, para siempre de su vida. Se sirvió un generoso whisky, se acomodó en su sillón preferido y se dispuso a una espera no muy larga.

Tomó el celular y llamó al casero de la quinta.

-Hola, don Carlos. ¿Le puede decir a mi mujer que en un rato salgo para allá? Gracias.  Calculó que el paso lento de don Carlos le invertiría unos diez minutos llegar desde la cabaña a la casa principal para encontrarse con el horror y después reaccionar en llamarlo a él. Apuró un largo trago juntando valor. Degustó con placer la bebida que, ya sabía a pesar de haber tenido sus dudas, sería la última. Todo el mundo conocía del desmesurado amor por su mujer. Y que, cuando ella viajaba, él se sumergía en una melancolía de la cual sólo salía cuando regresaba.

El tiempo se detuvo a pesar de que las manecillas del antiguo reloj de la sala seguían su interminable marcha alrededor de la esfera. Cuándo al fin recibió la esperada llamada de don Carlos, un -¡No puede ser!- Fue lo único que escapó de su boca.

Al teléfono lo tiró al piso y se encaminó hasta la cómoda de su habitación.

Sacó del cajón de abajo el revólver que había heredado de su padre, comprobó que estaba cargado y volvió al sillón y a su whisky. Bebió su último trago en el silencio espectral de una casa signada por la tragedia. Luego, sopesó la pesada arma meditando en los instantes cruciales y exactos, en los que terminan una vida y empieza una muerte.

El relato es parte del libro Cuentos Misioneros, Parte IV. Pomilio reside en Puerto Iguazú y ha publicado Cicatrices del alma (poesía), La licorera y otros cuentos y Los 33, (novela), entre otros.

Cruz Omar Pomilio

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