El reportero que detestaba a Quiroga

domingo 19 de septiembre de 2021 | 6:00hs.

Ardía el mediodía en el municipio de Dos de Mayo, un pueblo del interior de la provincia de Misiones. El impecable Chevrolet Celta color plata circulaba con lentitud por la calle terrada, conducido por el reportero holandés Jhojan Thomson, quien venía manejando desde Posadas, donde alquiló el auto en el aeropuerto, junto a Peter Herman, su asistente personal y compañero de todos sus viajes.

Thomson era un cronista reconocido, y comenzó a producir notas sobre fenómenos raros desde hacía unos cinco años, ganando prestigio internacional por la polémica que suscitaba cada una de sus intervenciones. El hombre era lo que se llama un cazador de mitos, del grupo de los desmitificadores, aquellos que se empeñan en explicar científicamente todos los fenómenos sobrenaturales, desmoronando leyendas. Aunque su presencia en Misiones era por una cuestión casi personal. Y se basaba, básicamente, en una obsesión visceral hacia los mitos de Misiones y en particular hacia Horacio Quiroga.

Todo había comenzado el año anterior, cuando en una cena organizada por la Chronicle Live (el magazine donde trabajaba), la joven escritora Mary Fourneau le hizo pasar vergüenza en público. La discusión había surgido por un personaje que había citado la muchacha, (quien era una reconocida autora de novelas) ya que había creado uno de sus personajes de ficción basada en uno de los cuentos del reconocido escritor uruguayo sobre el Yasy Yateré. Y esa noche en la cena le había contado tantos sucesos ocurridos en la selva misionera, en Argentina, además del caso que narraba Quiroga en su relato, que a Thomson le costó trabajo digerir el postre.  Y la vergüenza pública que sufrió en esa cena, donde no supo responder ni contraatacar ningunas de las historias de Fourneau (cuando normalmente sobre otros mitos retrucaba con facilidad y soberbiamente, y además generalmente dejaba en ridículo al relator), hizo que su orgullo sufriera un fuerte golpe, emoción negativa con la que convivió por varios meses, sin encontrar forma de subsanarla. Hasta que un día, entre las crónicas que le presentaba Herman como buen asistente en forma casi diaria, escuchó sobre la noticia de un niño raptado por un duende al que llamaban Pombero en Argentina, más precisamente en Misiones, pero que fue rescatado sano y salvo dos días después en la espesura del monte. Inmediatamente Thomson decidió viajar a Argentina: su próximo programa trataría de los duendes de Misiones, y sus falacias.

El caso que estudiaría Thomson personalmente le sucedió a una pareja de cosecheros de yerba (llamados en la región tareferos) , quienes en cuestión de minutos extraviaron un jueves en horas de la siesta a su pequeño hijo de dos años. De la búsqueda del chico participaron unos 200 agentes especializados del Grupo de Operaciones Especiales (GOE), entre quienes se encontraba el cabo Jorge Marcelo Vera. El rastreo fue por dos días infructuoso, aún con la ayuda de un helicóptero.

Por lo que el sábado, y haciendo caso al padre del niño, que insistió que se lo llevó el pombero, Vera y el GOE decidieron seguir el camino del pombero. Según la tradición, cuando el pombero rapta a los niños camina siempre hacia la salida del sol. De modo que el experimentado escuadrón decidió seguir esa dirección. Comenzaron desde el lugar donde el chico se extravió, y se ocuparon de adentrarse en el trillo en el monte, con machetes, abriendo ramas y avanzando, siempre hacia el este. “Este camino nos llevará directo al chico”, decía Vera, cuyo abuelo le contó siempre la historia del Pombero en su infancia. Y así fue. A media mañana, ubicaron al niño durmiendo a la orilla de un arroyo, sano y salvo. Había recorrido misteriosamente medio kilómetro del monte más espeso.

- Primero, ¿dónde lo encontraron? - preguntó Thomson al padre del chico, quien lo recibió en Colonia Milagros. El reportero no quería perder tiempo.

Da Silva, el joven padre, le señaló el lugar. Era muy tupido el monte, en una vegetación que los lugareños llaman capueral. El hombre explicó a los visitantes que el lugar es demasiado agreste como para ingresar sin botas ni machete, y aún así estarían expuestos a alacranes, gusanos, víboras, arañas, entre otras peligrosas especies que habitan la selva. Sin contar con el yaguareté, o jaguar de esas zonas.

“Ese día no le puse caña y tabaco al Pomberito, por eso se llevó al gurí”, le explicó el joven padre al reportero.

¡Patrañas!, exclamó. Y ustedes, crédulos de fantasías, ¿dicen que también oyen al Yasy Yateré por estos lugares?- preguntó irónicamente Thomson, recordando cuando la joven escritora le dejó en ridículo el año anterior.

-Así es -respondió Da Silva-, suele andar cerca del tacuaral. Y señaló una enorme y frondosa vegetación, una parte de las cuales estaba formada por tacuaras, pero que por la altura de ellas era imposible ver más allá, donde se extendía un intransitable monte.

El reportero se dirigió a dicho lugar, y como mofándose, hizo un breve silbido.

Según había leído Thomson, el ser mitológico respondía a esos chiflidos, y era su forma de hacerse notar.

Hubo un breve silencio primero, por un instante la selva dejó de emitir sonido alguno. Y al momento, con una claridad espasmódica, se escuchó un silbido claro, transparente, penetrante.

El hombre no pudo con su personalidad, arrebató a Da Silva su machete y dio varios pasos hacia al tacuaral, entrando en él. Estaba seguro Thomson que descubriría al pájaro que chillaba y rompería un mito importante de la región. Y así sería nuevamente tapa de magazines internacionales. Así que se envalentonó, y siendo filmado de cerca por su asistente, (quien ingresó con él, presto con la cámara filmadora), volvió a silbar. Un momento otra vez, y ahora sí, más estridente aún, con más claridad y una nota aguda, chirriante, el silbido era casi una afrenta. El reportero estaba como en trance, dio unos pasos entre el tacuaral, abriéndose camino con las manos y cuando no podía, con el machete, buscando el origen de aquel sonido. Thomson escuchó las palabras de Herman, quien desde atrás le dijo “Yo me quedo acá jefe: no sigo”, le gritó entre la vegetación y tacuaras en la que ya no se veían entre sí. Herman hizo varios pasos hacia atrás, hasta que vio el rancho del tarefero entre las tacuaras, y suspiró aliviado. Salió rápidamente, y junto a Da Silva, quedaron esperando a Thomson, llamándole insistentemente.

Pero Thomson no respondía. No contestaba porque estaba hipnotizado, buscando el silbido, que parecía estar cerca, pero no tan cerca. Por momentos el sonido misterioso parecía estar a dos pasos, pero cuando los recorría, estaba tres pasos a la izquierda y así. Como una condena eterna. Giraba con vehemencia esperando ver algo, y corría al lugar del chiflido, que por momentos parecía sobrenatural, pero no encontraba nada, lo que le desesperaba aún más, y seguía buscando su origen.

Por momentos le parecía ver la figura de un niño pequeño, de cabellos dorados y ondulados, pero en el momento en que lo enfocaba, desaparecía. El silbido era rítmico: a tal punto que después de un tiempo ya Thomson podía predecir cuándo sería el siguiente: como una sinfonía maldita, no podía dejar de escucharla, pero tampoco quería hacerlo, y eso lo atormentaba sin cesar.

Herman y Da Silva, ante la desaparición de Thomson, decidieron hacer la denuncia. Al otro día, el GOE de Apóstoles buscó toda la jornada al hombre extraviado, pero fue inútil. No lo encontraron ni ese día, ni al otro, ni al siguiente. A las tres semanas la policía provincial se negó a seguir la búsqueda y dieron oficialmente por perdido al hombre. Thomson desapareció de la faz de la tierra. Como si lo hubiera tragado la selva. Aunque Da Silva, comentaba por lo bajo: “Fue el Yasy Yateré”.

Thomson pasó a ser noticia internacional luego que se conociera el extraño caso. Muchos magazines de circulación masiva trataron su imagen como de “víctima de uno de sus mitos”. Pero nunca quedó claro. Lo cierto es que a los pocos días de este desgraciado hecho, Herman tuvo que volver a Holanda, pero esta vez solo, sin su jefe.

Tristemente emprendió el asistente de Thomson una tarde el vuelo de Posadas a Buenos Aires y de allí a Amsterdam.  Solo, porque el mediático cazador de mitos no aparecería jamás con vida.  Jhojan Thomson, el reportero que se molestó con los mitos de esa región, se quedó perdido, para siempre, en el monte misionero.

Este cuento, inspirado en la novela El camino del Pombero, fue seleccionado por el autor para publicar en Letras de Acá a principios de semana. Silvero falleció este viernes a la madrugada. Tenía 52 años y publicó 18 libros. El año pasado recibió el Andresito de la Literatura por su trayectoria. Va en esta publicación, un pequeño  homenaje de Letras de Acá ,a un imprescindible de la literatura y la cultura  misionera.

Aníbal Silvero

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