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El Geppeto de los fierros reside en Misiones hace 15 años

Carlos y el universo mágico de piezas metálicas

El escultor oriundo de la Patagonia, Nelson Carlos Múñoz, recicla chatarra para realizar esculturas de diferentes tamaños y formas que expone y vende en Garupá

martes 14 de septiembre de 2021 | 5:30hs.
Carlos y el universo mágico  de piezas metálicas
Carlos Muñoz exhibe y vende sus esculturas sobre la avenida Las Américas, de Garupá. //Fotos: Marcelo Rodríguez
Carlos Muñoz exhibe y vende sus esculturas sobre la avenida Las Américas, de Garupá. //Fotos: Marcelo Rodríguez

El hombre del sur mira al horizonte, en sus pupilas, aves surcan el cielo, motocicletas devoran ruta, héroes y monstruos del cine se enfrentan. Tiene las manos curtidas, las uñas con restos de grasa, los cabellos con rastros del tiempo; sin embargo su mirada es limpia, su hablar calmo.

Lo conocí un domingo que parecía ser domingo, cuando cambié el camino de regreso, quizás para que el destino me llevara a topar con algo que parecía algún personaje de película o dibujos animados. Amarillo e imponente lo vi parado ahí, en una esquina de la avenida Las América, de Garupá, resultaba imposible no verlo. Detuve mi marcha y descubrí que al Transformer le hacían compañía Alien, Depredador, un perro, un tucán colorido, además de camiones, motos y toda una parafernalia de seres metálicos.

Días después fui a la casa del responsable de todo ese universo con piel y alma de chatarra: Nelson Carlos Muñoz (53). Vino de Río Gallegos hace 15 años para tener una nueva vida y aunque las cosas no le salieron como esperaba, se aquerenció. Vive en Garupá con su hijo, “él es misionero y no quiere ir al sur, entonces nos quedamos acá”.

Jubilado tempranamente, se encontró de pronto con mucho tiempo disponible, un clima agradable, muy distinto al paisaje natal, árido, frío y ventoso, sintió la necesidad de hacer algo con su ocio, “estaba tan aburrido. No sabía que hacer. Yo allá hacía turnos de 18 horas en la empresa, me levantaba temprano, siempre estaba activo. Y acá son tan hermosos los días, no hay frio, no hay viento, se puede salir a caminar; entonces dije ‘voy a probar hacer esculturas’. Comencé con las motos, porque vi motos por todos lados. Hice varias y a mi hijo les gusto y me dijo, papá porque no las vendes? No. Me da vergüenza, le respondí”, dijo.

Cuenta además que, entusiasmado, buscó lugares para exponer pero por algún motivo no muy claro le negaron los espacios y sus pedidos no prosperaron. No fue motivo para abandonar, todo lo contrario. “Entonces, para no molestar a nadie, me pongo en la esquina. Aunque no venda nada no importa, siento mucha satisfacción cuando me felicitan, o a la gente le gusta lo que hago. Pero lo que más llena mi espíritu es que las personas tengan contacto con lo artístico. Eso no tiene precio y paga todo el esfuerzo”, explica.

“Siempre me gustó el arte, entonces cuando pude, me dediqué a ello”, contó. Quizás en sus recuerdos resonó la voz del gigante ese que habitaba los galpones de Retiro y del cual fue su asistente y luego amigo, el escultor Carlos Regazzoni: “Yo trabajé con él hace años en Pico Truncado ayudando a armar los dinosaurios, y ahí me quedó la espinita”.

De oficio mecánico trabajaba arreglando motores en una empresa petrolera, fue entonces cuando conoció al famoso escultor de la Patagonia, que llegó a tener un castillo en Francia, que vendía sus obras en Europa y tenía su atelier y un restaurante atípico en galpones del ferrocarril en Retiro. “Él venía al taller de la empresa petrolera a retirar el material que se desecha para usarla en sus obras. Ahí lo conocí, nos hicimos amigos y yo me ofrecí para ayudarlo” rememora. “Era una persona muy humilde. Algún día te voy a copiar le decía, y él me respondía ‘tenés que aprender porque yo no voy a estar para siempre’”.

Con el mandato y la posta recibida, Nelson disfruta de su retiro en Misiones junto a sus dos hijos. Cuando el varón va a la escuela, él recorre buscando chatarra para crear. Su otra hija tiene 12 años, se llama Milena, pinta y lo suele acompañar cuando expone las esculturas. Ella muestra sus cuadros.

Vivir en un lugar como Garupá tiene sus ventajas, su fisonomía más propia de un pueblo permite a Muñoz mirar en los patios o fondos de las casas la materia prima con la que va a materializar lo que ve en su imaginación.

“Voy mirando y le ofrezco a la gente limpiar el patio. A cambio me quedo con los “fierros” y les tiro la basura”, “o voy y me ofrezco: le limpio el taller y me quedo con lo que a mi me sirve”. A lo largo del tiempo se hizo conocido al punto que ahora ya le acercan el material. “Algunos chicos me traen y yo les regalo motos, muñequitos”.

En el principio fueron las motos, luego vinieron camiones a escala. Con el hacer fue midiendo sus propias posibilidades, acrecentando su confianza para lograr esculturas más grandes y con mejor línea. Así, del cúmulo de chatarra, desechos y virutas alumbraron yaguaretés, caimanes, perros, tucanes, escenas de gente tocando guitarra, de un partido de fútbol, veladores, relojes.
Su fuente de inspiración está en el cine o la televisión, pero por la forma como lo cuenta, la más importante viene del deseo infantil, “los chicos del barrio me dicen ‘por qué no hace un robot’, por ejemplo, y entonces yo busco información, observo y en un momento dado tengo la imagen en la mente y veo los elementos con los que puedo armar la escultura. Recurro a los chatarreros como les dicen acá. Algunos que ya me conocen me dicen llevá no más lo que necesites y me llevo lo justo y necesario porque como yo alquilo no puedo estar llenando de chatarra. Me tomo unos mates, fumo, cierro los ojos y voy pensando: necesito un tanque, para el pecho unas cubiertas, los brazos, unos amortiguadores, un carter. Todo es reciclado. No me gusta comprar material. Lo único que compro es pintura para darle vida, color”, explica.

“Mis precios no son elevados, la cosa es que compartan el arte y vean que con cosas simples pueden hacerse cosas bellas, darle vida”, resume.

Los platos de bicicletas, las arandelas, los tenedores, cuchillos, pedazos de planchas, partes de autos, viejas herramientas o electrodomésticos, monedas, pueden cambiar su destino de basura o chatarra, por la de un animal mitológico en un jardín, un personaje en una repisa, o un velador original. Sólo hay que esperar que el Geppetto de los “fierros” se encienda y la soldadora una las partes que están esparcidas por el taller del artista patagónico, que se quedó con el clima misionero, las tardes del sol, las lluvias lacias y la posibilidad de brindar lo que en algún momento a él le negaron. 

 

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