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Cuento de amor en la fronda

(A partir de poemas de Vasco Baigorri) *

domingo 12 de septiembre de 2021 | 6:00hs.
Cuento de amor  en la fronda

Tiempos eran aquellos cuando todo era nuevo. Colores, olores, sabores. La extraña sensación que los unía, que percibían continuamente, una emoción que los ligaba sin saber que era. Sin saber que era algo tan antiguo como la vida. Tiempos eran de poder gozar un día de sol, bebiendo el aire diáfano de una mañana, con el alma  libre de cargas amargas y el cuerpo grácil, magro y joven.

Era fácil ascender por un rayo de luz hacia el pájaro o la mariposa.

Era frecuente impulsarse hacia el canto que vivía en lo alto de las catedrales verdes de la floresta y donde se hallaban los nidos, las flores y el embrujo que parecía fluir de las telarañas, combadas por el peso de las perlas de rocío que las ornaban.

El canto de la espesura llegaba a sus oídos nuevos como la melodía de un gnomo silbador, hechizante, cautivante y hacia ella iban, etéreos en su inocencia.

Si en cambio llovía, la cortina que al paisaje pone la lluvia era propicia para jugar deslizándose, mojarse  y perfumarse de la esencia de nubes, pintarse de cielo desplomado.

Eléctricos impulsos percibían ambos, nuevos en su nueva vida, y de tan nuevos que eran no sabían que lo eran.

Hubo una siesta de cigarras, fragante de mangos maduros, en la que él le habló una mirada que a ella le pareció un grito, un alarido desamarrado de la timidez de la boca cerrada, una caricia atrevida pero deseada, un beso robado justo a tiempo.

Escuchar ella el mensaje

“la trenza que parte en dos tu espalda,

dibuja insinuante,

 el asfalto para mis caricias.

En la ruta de tu cuerpo

quiere transitar mi mano

descubriendo los paisajes

secretos de tus curvas,

mientras las uvas de tus pechos  se bañan en mi boca”.

... y callar indiferente, sorda con los tímpanos heridos del canto de grillos siesteros, fue sólo un gesto de sus ojos encandilados por el reflejo del sol en el agua depositada en la blanca caperuza de un güembé.

La siesta fue haciéndose tarde y lejos se encendió la lumbre del crepúsculo. Se anunció con pañuelitos de sombra la noche. Otros aromas, otros sonidos, se alzaban ante ellos.

Ardía de muerto sol la lejanía. Y de salada humedad los ojos de él. Ella deshizo su trenza, sacudiendo la cabeza y llenando de briznas de luna naciente la cabellera, arrojó hacia él un rayo de luz plateada...

   “Libera tus duendes,

fantasmas enclaustradores

de deseos privados, permíteme

el dulce de tu boca,

la única piel de tus manos,

el refugio de rayos y truenos

en la tormenta de los días.

Sonríe

en mi abrazo,

como mariposa

en su soplo de vida

y volemos juntos en la locura de un beso”.

El apreció la invitación y  juntos libraron la batalla única donde la vida es la premisa; donde el conquistador es conquistado y viceversa y el amor es el emperador de ambos y los impulsa a seducir dejando seducirse.

Sin noción de tiempo y espacio permanecieron, sin atavíos, la piel ahita de libertad y caricias. No estaban solos. Miríadas de trasgos, duendes y geniecillos de la fronda se reunían a esa hora a festejar la noche y a velar el día. Y viéndolos, bailando la danza frenéticamente dulce del amor, organizaron en derredor de ella y él una ronda al compás de la melodiosa conjunción de sus latidos, timbales por momentos, redoblantes en otros, transformando el silencioso hechizo de la noche en mágico concierto inaudible.

Todo sueño da paso al despertar, todo impulso se debilita y fluye inexorable hacia el final. Él sacudió de su cabeza tentaciones, pensamientos, ilusiones, abriendo a la realidad las ventanas de su rostro. Ella, magnífica en su desnudez sobre la hierba, observó restablecida de los embates de la lid que iba a llover. Sonriendo el puso el índice  sobre los labios  de la muchacha ahora mujer y muy quedo, para no romper el cristal del embeleso, le dijo ..

“Mientras la lluvia

envidiada

golpea tu piel

y te acaricia

deslizándose libidinosa,

carnal

hasta en lo más íntimo

yo,

enloquecido amante,

apenas

humedeceré mi boca

en la curva de tu cuello”.

Alto el lucero, la Luna en el cenit, salieron al camino.

Las ropas mojadas, desgreñados, pies embarrados y el calzado colgando de los hombros. Como si no lo intuyeran, quienes esperaban su llegada preguntaban,

“¿Dónde estuvieron, qué les pasó?”

* Los poemas son de un tríptico de Vasco Baigorri escritor,  poeta, ecologista, nacido en el Chaco, residente en Misiones  creador del grupo AVE (Aristóbulo del Valle Escribe).

Abad es periodista, ha publicado varios libros y participado de muchas antologías.

Esteban Abad

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