Mudanza nocturna

domingo 12 de septiembre de 2021 | 6:00hs.
Mudanza nocturna
Mudanza nocturna

Nunca es recomendable mudarse de noche. Una buena mudanza requiere de buena luz. Pero a veces no queda otra. Llegué a la nueva casa cerca de la medianoche. El irrumpir de la camioneta y la descarga de mis muebles interrumpieron el silencio del barrio. La casita tenía un comedor, un baño y una pieza. Era pequeña pero se percibía cierta calidez. Había un solo foco adentro, en el cuarto. No quise hacer tanto ruido, así que me propuse simplemente acomodar la cama en la habitación, irme a dormir, y proseguir al día siguiente con el resto. La heladera había quedado atravesada entre la cama y el ropero. Tuve que moverla sujetándola por ambos lados, como abrazándola. Tenía que tratar, por un lado, de no hacer ruido, y además, no rayar el bello piso. Parecíamos, la heladera y yo, 23 luchadores de Sumo enlazados en combate. No pude llevarla, como quería, hacia un costado. Cada vez que intentaba moverme lateralmente, la heladera se atascaba entre la mesa y la cocina. Había cajas por todos lados; era difícil desplazarse. El lavarropas me impedía mover la heladera hacia el baño. En un intento, un plato se escapó de su caja y se hizo trizas. Esto debió despertar a más de un vecino, pensé. No era una buena forma de llegar al vecindario. Opté por desistir de mover la heladera y me dispuse a introducir la cama en el cuarto. Tenía que hacer lugar. Con bastante dificultad, coloqué unas cuantas sillas sobre el lavarropas y un par de cajas sobre la cocina. Esto me dio margen de maniobra para acomodar el cuerpo y sujetar la cama por la cabecera. La levanté, e intenté llevar uno de sus extremos hacia la entrada del cuarto. Ahí me di cuenta que esa cama tenía una medida superior a la de la puerta. Por tanto, solo podría pasar desarmada. No obstante intenté meterla en diagonal entrando primero la cabecera al cuarto del baño. Fue ahí que descubrí que el inodoro había sido instalado demasiado cerca de la puerta del baño, que por ello, no se abría más que unos centímetros hacia adentro. La cama quedó incrustada entre el baño y el pasillo, con media parrilla encima del lavarropas.  Yo, que había entrado a la habitación, tuve que agacharme para poder pasar de nuevo al comedor, como si la cama fuera un puente. Decidí ir en busca del colchón y llevarlo al cuarto. Así dormiría esa noche, pensé. Miré alrededor del bochinche en busca del colchón. Había quedado atrapado entre el ropero y la pared. Un mar de sillas y bolsos me separaban de él. Cuando pude sujetarlo, tiré fuerte para liberarlo de la presión que ejercía el enorme armario. Fue una mala idea: el armario se movió demasiado hacia un costado, y por el peso de unas cosas que tenía dentro, se desplomó. El ruido fue como un explosión, seca, que se expandió por toda la casa y más allá. Los vidrios temblaron. Esa caída provocó, como efecto dominó, el desplace del televisor, que estaba sobre una mesita de luz, hacia el suelo: un bolso lo salvó de una muerte segura. Con aquel desplome, quedé definitivamente atrapado. Por más que lo intenté, no pude salir. Entre la cocina y el armario, acechado por la heladera, yazco desde entonces bajo una mesa. A duras penas pude manotear la notebook y un paquete de Criollitas. Van dos días. Comienzo a tener sed. Si alguien lee esto, por favor, venga a rescatarme.

Este relato forma parte del libro Urú, publicado en 2016. Alvez nació en Posadas. Es periodista y escritor. Publicaciones: Urú y otros relatos, libro de cuentos. Y Descubiertero.

Sergio Alvez

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