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El viento superó los 300 kilómetros por hora

A doce años del tornado en San Pedro y una mudanza que les cambió la vida

El matrimonio Da Silva se había instalado ese día en el pueblo y el fenómeno los dejó con lo puesto. El agradecimiento por haber sobrevivido a la tragedia y el recuerdo de las víctimas mortales

martes 07 de septiembre de 2021 | 3:30hs.
San Pedro

Hoy se cumplen 12 años del devastador tornado que arrasó con el paraje Cruce Santa Rosa, de San Pedro. Es un día que cala hondo en el sentir de las familias que vivieron en la piel la fuerza de la naturaleza y más aún para quienes perdieron un familiar. El fenómeno marcó un antes y un después en la vida de los lugareños. Tal es el caso de la familia Da Silva, que llegó a su nuevo destino provenientes de Capital Federal justo en el día que ocurrió la catástrofe.

Con unión, fortaleza y amor por la paz del interior misionero, los Da Silva decidieron quedarse y salieron adelante.

Ya pasó más de una década del fenómeno y es posible observar el crecimiento y cambio del lugar, que actualmente se está tornando un barrio, desarrollo que es fruto del enorme esfuerzo e incluso valentía de las familias, que fueron capaces de enfrentar la sensación de pánico y reconstruirse en las mismas chacras.

Quien pasa hoy por la zona jamás podrá imaginar que un día todo el verde del monte quedó casi hundido en el barro, lo que pone en evidencia la capacidad de destruirse y reconstruirse que tiene la naturaleza.

Así como el entorno fue cambiando de paisaje, también el corazón y la memoria de cada persona que estuvo presente en ese momento, que de a poco entendió lo vivido y trabaja para estar cada día mejor.

“Ni siquiera nos ponemos a recordar ese día”, señaló a El Territorio José Da Silva, que con su mujer Mary Díaz Cabrera, su hijo Álvaro -que en ese momento tenía de 13 años- y su hija Kiara -de un mes- decidieron volver a su lugar de origen, después de haber estado más de 15 años en la ciudad de Buenos Aires. Pero no imaginaban que el día que iniciaban su nueva vida en el pueblo, para disfrutar de la tranquilidad del interior provincial, tendrían que sentir el caos de un tornado que alcanzó una velocidad de entre 300 y 400 kilómetros por hora.

Los miembros de la familia llegaron cerca del mediodía del 7 de septiembre de 2009 con su mudanza. Cuando el sol casi se ocultaba lograron descargar sus bienes, en medio de un calor sofocante y hasta atemorizante.

“El calor que hizo ese día no era un calor normal, era muy diferente, un ambiente caliente. Apenas logramos acomodar ese día lo más esencial, el resto estaba todo en cajas”, indicó Mary Díaz Cabrera.

La mujer nació en Tobuna, se formó como docente y cuando contrajo matrimonio con José, compraron la chacra, pero por razones laborales estuvieron 15 años en Buenos Aires.

Ella docente y él con oficio de servicios gráficos, redoblaron esfuerzos en Capital Federal con el objetivo de un día volver y que su hija menor creciera en un ambiente diferente, tranquilo y alejado de las grandes ciudades.

Todos los ahorros y bienes se perdieron en cuestión de segundos.

“Cerca de las 20.30, mientras cocinábamos y tomábamos mate, escuchamos un ruido, parecían aviones. Miré hacia afuera y vi que era un tornado, se me congeló la sangre, venía arrasando con todo y en nuestra dirección. Nos acurrucamos entre el living y la cocina, nos abrazamos y sentimos cómo arrancó las chapas, fueron segundos”, detalló.

José supo enseguida de qué se trataba porque era seguidor de los documentales y películas sobre tornados.

“Pasó, giró y volvió hacía nosotros, torciendo como si fueran papeles de caramelos las chapas y un árbol enorme se cayó a metros de donde estábamos y después siguió hacia un sector de monte, que quedó como si hubiera pasado una máquina. Pasó el tornado y al rato se desató otra tormenta que me asustó mucho más”, agregó el hombre, sin tener en ese instante noción de la gravedad del fenómeno, hasta que se dieron cuenta que estaban en la nada y se acercaron hasta un vecino, cuya vivienda no fue dañada. En ese momento empezó la peor etapa.

“Comenzamos a escuchar los gritos, el desespero de gente pidiendo por socorro, no sabíamos muy bien qué hacer, decidimos buscar ayuda cuando vino un muchacho gritando que en su casa estaban todos muertos”, recordó con expresión de angustia José.

El hombre fue hasta Tobuna, que está a unos mil metros, para avisar sobre lo ocurrido e intentar comunicación con las autoridades de San Pedro, teniendo en cuenta que el lugar donde ocurrió el hecho está a 34 kilómetros de la zona urbana y en aquella época no había señal de telefonía móvil, sólo se contaba con un teléfono fijo.

Mary recibió en sus brazos a una de las primeras víctimas mortales, momento que le genera enorme pesar y hecho que de cierta forma les sirve de agradecimiento, porque si bien perdieron todo lo material, no enfrentaron el dolor de perder lo irrecuperable, como lo es una vida.

“Cuando estábamos en la casa del vecino vino un chico con una nena, yo la agarré y estaba muerta, la puse sobre un mostrador y cubrí con una sábana su cuerpo. Ahí nos dimos cuenta de que fue algo terrible, espantoso”, contó.

Empezar una vez más

En ese momento comenzó el rescate en un ambiente desolador, donde era imposible avanzar por los caminos sin una camioneta 4x4 y una motosierra para cortar los árboles caídos.

Todos estaban repletos de dolor y poco a poco llegaron las asistencias y así las familias se animaron a retornar a sus espacios, porque casas ya no había. En el caso de Mary, no tuvo coraje para ir al lugar. Recién en diciembre decidió volver.

José regresó al día siguiente para ver qué podía rescatar de sus bienes. Con enorme esfuerzo construyó nuevamente la vivienda y así, muy unidos, pudieron salir adelante.

“Yo no volví, fue complicado el impacto psicológico, tengo terror a las tormentas, cuando el tiempo se pone feo es horrible para mí, no puedo escuchar el ruido de la olla de presión, por ejemplo, un trauma que queda por más que lo hayamos superado”, aseguró la mujer, que no ve la hora que pueda estar terminado el sótano actualmente en construcción para resguardarse allí. Es que fue tal el impacto que decidieron edificar un refugio para protegerse ante la posible llegada de otros fenómenos.

Como esa sensación de miedo y para ser conscientes de que el fenómeno puede reiterarse, en su chacra aún se mantiene incrustada en un árbol una de las chapas que era de la parte de la cocina.

Se destaca el progreso y la resiliencia de la familia para superarse, subsistiendo con las suplencias de docente que fue consiguiendo Mary y la plantación de tabaco.

“Fue comenzar de cero, fue duro, todo lo ahorrado en 15 años en lugar de invertir tuvimos que usarlo para volver a comprar desde lo básico. Hubo que arremangarse y trabajar juntos duro y parejo. Y cuando vemos que la sacamos barata... si pensamos en quienes perdieron a un familiar, nosotros no tenemos motivo para rendirnos”, recalcó el matrimonio.

Si bien podían regresar a Capital Federal, donde serían reincorporados en sus trabajos, decidieron quedarse motivados simplemente por amar la naturaleza.

“A los dos nos gusta el campo, la tierra, trabajar con la tierra, la paz y la tranquilidad de estos lugares. Nos criamos con el trabajo en la tierra y en nuestra chacra no desmontamos y es lo que pedimos, por favor no tumben más tanto monte. Con ese fenómeno entendimos el poder de la naturaleza y que debemos respetarla”, concluyó la familia.

La fecha es recordada con enorme respeto. Cada 7 de septiembre, familiares y vecinos se acercan al monolito a celebrar una misa en honor a las once víctimas mortales que dejó el tornado.

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