Visita inesperada

domingo 05 de septiembre de 2021 | 6:00hs.
Visita inesperada
Visita inesperada

Esta crónica —estoy seguro— los va a conmocionar como pocas, en particular a los niños citadinos, ya que lo acontecido a los dos pequeños protagonistas —de 5 y 7 años—, no es algo para nada habitual —ni siquiera infrecuente— y podría afirmarse, que es casi único (tal vez único), y más bien uno podría pensar que simplemente se trata de un cuento de mal gusto y muy truculento, pero lamentablemente… es real. Real de punta a punta. Casos así, no resultan extraños ni sorprendentes en el campo, pero lo que voy a contarles, sucedió en una ciudad. Escuchen:

 La tragedia se desencadenó una apacible tarde, en la que estos dos pequeños habían quedado solos en el departamento de su madre, ubicado en el primer piso de un edificio de varias plantas. Era un barrio tranquilo y seguro, muy cercano al centro comercial de la ciudad. Estos niños vivían con su madre y por la mañana iban al colegio, al cual ingresaban a las ocho y salían a las cuatro de la tarde; la madre por su parte, iniciaba su trabajo a las nueve y finalizaba a las cinco, o sea que en la tarde y por el lapso de una hora aproximadamente, los niños llegaban y se quedaban solos en la vivienda hasta que su madre aparecía. Ella trabajaba en un supermercado a tan solo seis cuadras. A pesar de sus cortas edades, los niños se las arreglaban solitos y muy bien; estaban perfectamente aleccionados para que no hicieran nada fuera de lugar o peligroso; además, sabían —y lo practicaron varias veces— que ante cualquier situación debían llamarla por teléfono al instante y ella en pocos minutos ya estaría junto a ellos. La madre siempre pensó y tuvo el deseo de contratar una niñera, pero sus ingresos no le permitían por el momento; por tanto, debía resignarse a dejarlos solos en ese lapso de tiempo, con tal de ganarse el pan de cada día. En realidad los niños ya estaban acostumbrados a quedarse solos.Pero, en esta tarde fatídica, habría de experimentar algo que quizá solo en las películas más fantásticas y de ficción se podría llegar a imaginar.

Los niños —como todas las tardes cuando quedaban solos— tenían una rutina de actividades, con las estrictas indicaciones y recomendaciones dadas por la madre, que ellos mismos habían tomado ya como costumbre, como lo era entretenerse con juegos electrónicos por TV o en la computadora; mirar algunos programas de dibujos animados o incluso jugar a los pistoleros, corriendo y escondiéndose en los reducidos espacios del departamento. Las prohibiciones o indicaciones más estrictas eran las de no encender ninguna hornalla de la cocina, ni jugar o maniobrar con fósforos o encendedores (que de hecho la madre los tenía escondidos); no utilizar cuchillos o cualquier elemento cortante; ni siquiera les permitía que se bañaran antes de su regreso. Si tenían hambre podían tomar leche o chocolatada de la heladera (obviamente tenían prohibido calentar), con bizcochos o budines que siempre les dejaba preparados en el armario.

Como el espacio de tiempo que los niños estaban solos era de aproximadamente una hora, la madre no les exigía que estudiaran o hicieran las tareas escolares; ella prefería que se entretuvieran mirando algún programa o jugando con la Play u otros jueguitos electrónicos, con tal de que no se les ocurriera hacer o tener tiempo a pensar en cosas raras o juegos peligrosos. Los niños cumplían muy bien con la indicaciones y recomendaciones, eran además obedientes, juiciosos, y la madre tenía total confianza en dejarlos solos hasta su regreso. Uno de los juegos que más les gustaba —y que de hecho lo hacían casi todos los días— era el de jugar a “la lucha”, es decir, jugar sobre la alfombra del living a una lucha cuerpo a cuerpo, y revolcarse por varios minutos, hasta que se cansaban, o hasta que ganaba el mayor, algo que era lo habitual. A veces —muy de vez en cuando— este se sentía generoso, se hacía el débil y dejaba que ganara su hermanito menor.

Una tarde de agosto, apenas llegaron del colegio, se tomaron un vaso de leche chocolatada y luego —sentados en la alfombra uno al lado del otro— se pusieron a mirar un programa en la televisión, que trataba justamente de figuras animadas en plena lucha cuerpo a cuerpo; a poco de estar mirando ya se tentaron, y uno empujó al otro y se armó la lucha. Reían y rugían, se decían palabras remedadas de los programas, y se juraban mutuamente destruirse uno al otro, con frases como “¡te mataré maldito!”; “¡no podrás conmigo, te estrangularé!”; “¡te romperé todos los huesos enano asesino!” y cosas por el estilo. La agitación y esfuerzos reflejados en sus caritas rojas, y la concentración en la lucha, los tenía totalmente abstraídos, por eso sin dudas… no advirtieron del espantoso e inimaginable peligro que se cernía sobre ellos. Cuando comenzaron a percibir esa insólita, macabra y aterradora presencia entre ellos —y alrededor de ellos— no pudieron o no supieron qué hacer, o tal vez ni siquiera atinaron a reaccionar.

Una gran Pitón africana, una de las víboras más grandes del mundo, los comenzaba a envolver y enredar, a la vez que los comprimía progresivamente. Los dos estaban siendo atrapados en un gran ovillo de poderosos músculos. La brutal y repentina conmoción que sufrieron esos niños, los dejó atónitos y paralizados, desbordados hasta en su imaginación y con el pánico helándoles la sangre. Era algo inexplicable, insólito y casi surrealista, quizá apenas pudieron lanzar unos gemidos o tímidos gritos de auxilio, mientras eran asfixiados por el colosal reptil.

Unos minutos después de las 17 llegó la madre. Cuando abrió la puerta, y saludó —como habitualmente lo hacía apenas ingresaba y mientras colgaba la cartera en el perchero— le resultó extraño que nadie contestara, pero apenas se dio vuelta encaminándose hacia el living, la escena ante sus ojos la dejó muda, helada y paralizada…

La sensación más atroz y fulminante que pueda sentir una madre, la invadió, haciéndola caer de rodillas, con los ojos desorbitados, sin poder lanzar una sola exclamación, un grito o sonido… Una extraña e increíble masa polimorfa se movía y balanceaba muy lenta y suavemente sobre la alfombra: una especie de ovillo o un revoltijo del cuerpo de un reptil, que contenía los cuerpitos, y de los que solamente asomaban partes de ellos, aquí una pierna, en otro sitio un brazo o parte de la cabeza, y en medio de ese ya extremo y grotesco espanto, algo peor: la gran boca del animal, tragándose la cabeza y parte de los hombros de uno de los cuerpitos.

La mezcla de sensaciones, de estar viviendo una real pesadilla o de estar frente a la genuina y horrenda realidad, se confundía en los pensamientos de esa pobre mujer. No se sabe si esa madre alcanzó a pedir auxilio de alguna forma, o si comenzó a romper cosas luchando y tratando de separar a sus hijos de ese enmarañado y fatal revoltijo; pero cuando algunos vecinos acudieron, la mujer estaba tirada en el piso, desmayada, y la escena dantesca sobre la alfombra, era igual o peor. Primero con palos y todo elemento contundente que encontraron a mano, algunos hombres comenzaron a golpear al animal, luego vino alguien con un revólver y le disparó al cuerpo. A los pocos minutos, ya se habían sumados los bomberos, la policía y médicos, cuando todo el barrio y la ciudad se estremecían ante esa surrealista e increíble noticia. Con mucho esfuerzo, al cabo de unos minutos, se logró separar al reptil de los cadáveres de los niños.

Esta es toda la historia. Y a pesar de lo dicho al inicio del relato, cualquiera tiene derecho a pensar —con justa razón— que esto no es otra cosa que un cuento de mal gusto, exagerado y truculento, con el simple propósito de asustar a los niños, y que además está desubicado, porque nadie puede creer ni imaginar que una Pitón africana, va a llegar a una ciudad, ingresar a un edificio y subir hasta un departamento del primer piso y estrangular a dos niños, pero… lamentablemente no es un cuento, ni un invento exagerado. Todo es real. Increíble y espantosamente real.

Increíble de punta a punta. Como se desprende del relato, no ocurrió en el monte, en alguna zona rural, o algún pequeño pueblo; tampoco fue un suceso remoto de hace siglos… ocurrió hace poco, en agosto de 2013. Para llevarlo al límite de lo increíble, en plena ciudad y en uno de los países más modernos y avanzados del mundo: en Canadá, en la Ciudad de Campbellton, de New Brunswick.

Luego de la espeluznante tragedia y a la luz de las investigaciones y reconstrucción de los hechos, todo resulta muy simple, lógico y fácil de entender: en la planta baja del edificio que habitaban los niños, funcionaba un local y consultorio de veterinaria, y una especie de tienda donde tenían una gran variedad de mascotas y algunos animales exóticos, y entre estos… la temible Pitón africana. Una de las serpientes más grande del mundo, después de la Anaconda y la Pitón reticulada. Es de hábito principalmente terrestre y suele alcanzar una longitud de hasta 9 metros y pesar hasta 110kg. Como toda serpiente constrictora, ataca a su presa directamente a la cabeza con sus poderosos y aserrados dientes hacia atrás, luego se enrolla sobre la misma hasta asfixiarla. El sencillo mecanismo por el que mata es simple: se enrosca y comprime más y más sobre la presa, cada vez que esta respira. Se alimenta de aves, roedores, antílopes y cerdos. Se sabe que es capaz de engullirse un impala de hasta 60kg., o incluso leopardos, a los que acecha desde el agua. Según las leyes de ese país, no es legal tener semejante y peligroso animal en un local de mascotas, y de hecho, el dueño la tenía en forma clandestina y resguardada en una jaula, en una pequeña pieza, lejos de miradas indiscretas, ya que la tenía por encargo para vendérsela a un campesino coleccionista de reptiles. Esta peligrosa “mascota” medía unos cinco metros y pesaba casi 50kg., y quiso el destino que ese día el local no fuera abierto al público por la mañana y que recién lo hicieran poco antes de las cuatro de la tarde. Se cree que (por algún desperfecto de la vitrina-jaula donde se encontraba encerrada) la Pitón se habría escapado en horas de la noche, y luego durante el día, lenta y sigilosa habría recorrido el local, hasta dar con las tuberías de la aireación del edificio, por allí se escabulló y anduvo, hasta desembocar en uno de los departamentos del primer piso… en el departamento de los niños. Allí habría ingresado un rato antes de iniciada la tragedia o tal vez mucho antes, permaneciendo quieta y agazapada en algún rincón del departamento. Cuando llegaron los niños, y sin dudas alertada por los ruidos, el olor y la detección del calor —sus principales instintos de caza— se deslizó hacia el living, y a pesar de que es sumamente raro que pueda cazar a dos presas juntas y de manera simultáneamente, la razón o explicación por la que atrapó a los dos pequeños —según los especialistas— sería porque ambos estaban juntos y abrazados revolcándose, y su instinto interpretó esto como una sola masa viva o fuente de calor, y los atacó… Pero hay algo más, una triste ironía: es infrecuente que este reptil ataque o atrape a seres humanos, a los que diferencia por el olor de sus presas animales; pero estos niños, esa tarde y luego de salir del colegio, ingresaron al local de mascotas que hacía pocos minutos había abierto; esto era una costumbre y lo hacían siempre, según declararía luego el dueño de dicho local; allí se quedaban diez o quince minutos recorriendo jaulas y mirando toda la colección de animales, incluso fueron hasta los fondos, donde había un pequeño patio —una especie de corralito— donde tenían dos ovejas y un chivo, y como siempre lo hacían, jugaron un rato con estos animales, abrazándolos y acariciándolos. Esto impregnó a los niños de olor animal, y eso fue lo que detectó la Pitón en el departamento: presas animales. Fin de la historia.

Una recomendación final: por más que vivan en una gran ciudad, y se crean a salvo de todos los peligros salvajes, les aconsejo que controlen comercios, negocios o viviendas que rodean vuestras moradas, nunca se sabe dónde acecha el peligro… Tampoco se confíen de los rincones de vuestro propio departamento, siempre puede haber algo…

Cuento incluido en el recientemente editado Vol. IX de los Cuentos de terror para Franco – Editorial DE LA PAZ. Resistencia - Chaco. Mitoire ha publicado los libros La cacería (2014), Crispín Soto y El Diablo (novela fantástica), Historia de un niño-lobo (novela fantástica) y Mensajes del más allá (novela fantástica), entre otros

Hugo Mitoire

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