Ñande Reko Rapyta (Nuestras raíces)

Tutorial para crear un mito

viernes 03 de septiembre de 2021 | 6:00hs.

E
l jueves 21 de octubre de 2004 era un día como cualquier otro en Posadas, en el edificio del Concejo Deliberante capitalino se trabajaba en una de las tantas “puestas en valor”, retirando el piso del hall de acceso, buscando el revestimiento original -si lo hubiera-, en pos de preservar tan valioso patrimonio histórico; y de pronto una placa de mármol de unos setenta centímetros de ancho y poco más de un metro de largo quedó al descubierto, algo sorprendidos los obreros la retiraron, la dieron vuelta y espantados leyeron: “Hilda V. Fernícola. Falleció el 17 de diciembre de 1907 a la tierna edad de seis años. Tu familia te lo dedica en eterna memoria”.

Rápidamente llamaron al responsable de la obra, éste convocó a las autoridades del Cuerpo, que a su vez reunieron a entendidos en el tema -de patrimonio histórico y de historia local- y también llegaron los periodistas; fotos y más fotos, entrevistas apuradas, afirmaciones, por lo menos, arriesgadas y sin criterio.

La escena era así, muchas personas alrededor de una lápida -claramente era eso-, escombros, tierra y un pozo, sin brocal, pero calzado y profundo, de forma rectangular a ras de piso y circular más abajo… rara forma para una tumba, pero…

Una de las personas presentes pidió a uno de los albañiles una cuerda y un ladrillo, improvisó una especie de plomada que introdujo en el hoyo, segundos más tarde se escuchó un leve sonido y un par de minutos después, cuando recogió la cuerda se apreciaba mojada, conclusión: era un pozo de agua, sin dudas.

De todas maneras, se dijeron y publicaron todo tipo de versiones; mientras, nos pusimos a investigar tratando de entender y de ser posible, comprobar el significado del hallazgo.

En el Archivo General de la Provincia, en un tomo interminable, incontables notas dirigidas al Ministerio del Interior de la Nación, dan cuenta de una epidemia de peste bubónica en esa fecha; se solicitó colaboración con elementos de salubridad e higiene, con carácter urgente, todavía transmiten los momentos desesperantes vividos más de un siglo atrás y luego de la emergencia, la experiencia fue bien aprovechada en situaciones similares.

Se ordenó el blanqueo y limpieza de viviendas, “sitios y baldíos” y hasta se llegó a ordenar el incendio de alguna “casa-habitación” en pos de detener los contagios de esta enfermedad transmitida, mayormente, por las ratas, sumado a las prácticas domésticas para deshacerse de los roedores que incluyeron venenos varios, armas de fuego, perros de caza y cualquier otra idea pasible de implementación.

La documentación encontrada en el municipio local permitió deducir que, posiblemente, la niña Hilda Vicenta Fernícola padeció de peste bubónica en ese año -como tantas otras personas que habitaban nuestra ciudad-, la epidemia tuvo su origen en la panadería y fideería propiedad de su padre Carlos, que en aquellos días estaba ubicada sobre la calle Colón entre Bolívar y Córdoba; fue él mismo quien realizó los trámites de inhumación para la pequeña Hilda, en el cementerio La Piedad, adquirió por diez años la Sepultura N° 21, en el cuadro D, y ese mismo día se realizó la triste ceremonia.

La casona de la calle Bolívar casi Rivadavia, dos años después - en 1909 - era propiedad de María Zuelet de Pomar y fue adquirida por las autoridades locales de ese momento para “Casa Municipal”, por doce mil pesos abonados en seis anualidades; actuó en la transacción el escribano Justo Viñas Urquiza, y el presidente del Concejo Municipal, José Pagés; en marzo del año siguiente la Municipalidad funcionaba a pleno en el lugar.

Entonces, ¿cómo llegó la lápida allí?

En el campo de las hipótesis, tal vez solo se trató de una reutilización, una lápida que no se utilizó para su fin específico y que se aprovechó para cerrar un pozo de agua en pos de un patio interno de la vivienda, o de un hall en esos tristes días; tal vez pasaron años hasta que se la usó como tapa y luego se construyó un contrapiso, vaya uno a saber…

Lo que sí es seguro es que nunca hubo allí una tumba y menos que los restos de la criatura hubieran sido depositados en ese lugar, los Libros de Registro del Cementerio lo confirman.

Pero lo dicho, dicho está, y de vez en cuando se cuenta esta historia de la “lápida del Concejo”, los más osados hasta han visto una figura casi humana, casi femenina, vestida de blanco, deambular por el edificio; otros escucharon voces, sonidos de cadenas y hasta algún sollozo…

Dentro de las conjeturas y “buenos deseos” de aquel año 2004 se mencionó la posibilidad de crear “un lugar de la memoria”, dada la importancia del hallazgo para el patrimonio histórico local; se precintó el área y… los primeros días del mes de febrero de 2005 la lápida se retiró del lugar.

Se afirmó que sería trasladada al Cementerio la Piedad y se la ubicaría en el panteón de la familia Fernícola y fin de la historia; sin embargo, nunca llegó a la necrópolis, quedo arrumbada en algún rincón del edificio del cuerpo legislativo… un rumor, ¡bah!, chisme de pasillo entre sesión y sesión, dice que la plancha de mármol quedó en el estacionamiento del Concejo, bien al fondo, fuera de las miradas curiosas y un día, después de mucho tiempo, alguien se dio cuenta que estaba en el piso, partida en mil pedazos y ojoma  la reliquia; pero ya saben, un chisme es sólo un chisme.

A pesar de haberse esclarecido el hallazgo, todavía, cada tanto se lo cuenta en su primera versión, se lo da por hecho y, por cierto: el mito fue creado, en este caso sobre un supuesto falso, se renuevan los avistajes de fantasmas y espectros, se vuelven a oír las cadenas, se olfatea el azufre y la pestilencia…

No creo en brujas, menos en fantasmas. pero por si acaso, reforcé las estampitas en mi cartera, me baño los martes y viernes con vinagre blanco y colgué un pentáculo en mi cuello, obvio con una cadenita hermosa; y si tengo que entrar al Concejo Deliberante, ni loca paso por el hall frente a la Presidencia.

¡Hasta el próximo viernes!

¿Que opinión tenés sobre esta nota?