Ñande yara, el fuego y el hombre

miércoles 01 de septiembre de 2021 | 6:00hs.

E
l calentamiento global provoca incendios por doquier. Una leyenda misionera-guaraní la previó en relato de los chamanes. Cuentan que Ñande Yara, el Señor de todas las cosas, creó primero la Tierra con sus infinitos dones naturales, después las diferentes especies de animales para que poblaran el suelo, habitaran en el aire, en las aguas y por último al hombre, género semejante al de los dioses sin sus poderes, creado con la intención definitiva de que gobierne y se sirva de toda la naturaleza de acuerdo a sus necesidades sin destruirla. Concluida la creación, se dirigió al grupo más variado de animales y les manifestó que serían felices en su perenne irracionalidad, en cambio, a los bípedos eréctiles les dotó de inteligencia y razón con la siguiente sentencia: “vuestra felicidad dependerá exclusivamente de si saben usarlas”. Sin embargo, nunca fue así. Jamás el hombre llamado rey de la creación ha sabido usarla a favor de la tierra y la sigue destruyendo sin importarle las generaciones que vienen, pues ha eliminado la mitad de todos los árboles del planeta. En el mundo hay tres billones de árboles, 422 por persona según el recuento más preciso hasta la fecha, a este ritmo de deforestación, desaparecerán en 300 años.

Uno de los tantos usos del fuego por el hombre primitivo convertido en agricultor, fue quemar matorrales y bosques para cultivar el suelo utilizando las mejores capas. Después siguió el rozado dejando tierras inermes y erosionadas, entonces nada mejor que buscar otros bosques con la misma intención volviéndose con el tiempo costumbre inveterada. Esto se observa en zonas del norte argentino con la finalidad de expandir la frontera agro-ganadera a cambio del suelo dañado. En contraste, hace 100 años, el sabio Moisés Bertoni dio a conocer las conclusiones de sus 25 años de investigación sobre la utilización del fuego en campos y bosques en la región subtropical. Aquí sus conclusiones: “La quema destruye junto con las materias orgánicas el humus sobre el cual descansa la fertilidad de la tierra e impide retener la humedad y la predispone ante cualquier sequía. De esa forma, se dificulta toda reacción físico-química necesarias para que las raíces encuentren suficiente alimento. El suelo (así maltratado) se vuelve compacto y duro y deja libre las materias solubles que las lluvias arrastran fácilmente, relativizando el buen efecto que pueden tener las cenizas, cuya influencia es de corta duración. Destruyendo la capa superficial de materia orgánica de la tierra, se expone a dos grandes enemigos: los excesos de insolación y la erosión. Todo lo expuesto, se evita desterrando la quema y practicando el cultivo de cubierta verde permanente”.

Si viviera don Moisés en el momento actual, estaría llorando de impotencia al observar la impresionante imagen satelital mostrando devastadores incendios. Uno en especial. El catastrófico que consumiera enorme porción del Amazonas. Considerado el mayor reservorio de la biodiversidad y bosque tropical más grande del mundo, ardió desbocado como fuego del Averno. En esos días ígneos se destruyeron 500 mil hectáreas, la sexta parte de nuestra provincia considerando una superficie de 3 millones de hectáreas o 30 mil kilómetros cuadrados. Tan horrible fue la situación que la Nasa, a través de su plataforma de información sobre incendios para el sistema de gestión de recursos, comunicó la devastación en estos últimos años de más de 2.250 kilómetros cuadrados en la parte brasileña, y llevan contabilizado hasta la fecha la suma récord de 72.900 focos. Un aumento grotesco. Los satélites siguen detectando nuevos incendios forestales como en Córdoba y otras provincias argentinas, haciendo peligrar la supervivencia de seres humanos y la incineración de millones de insectos y miles de animales achicharrados.

Durante miles de años los hombres justificaban los fenómenos de la naturaleza y el origen de la vida en términos religiosos. Fue en la antigua Grecia, cuna de la filosofía occidental, donde pensadores trataron de encontrar explicaciones a través del pensamiento y no por intermedio de dioses o sacerdotes. Así los postulados de Tales, Anaximides, Anaximando entre otros, intentaron ver en el agua y en el aire los hechos y transformaciones de la naturaleza. Heráclito y Empedocles interpretaron que el fuego era responsable de esos cambios.

En realidad, el fuego, siempre ejerció en el hombre gran fascinación visual imanado del movimiento y brillo de la combustión hecha llama. Sin duda, el acto de dominarlo fue todo un acontecimiento evolutivo ya que le dio calor, protección contra animales feroces y lo indujo a generar otras técnicas. Además, los aglutinó en su derredor obligándolos a convivir en grupos civilizados, atrayendo en esa costumbre a los canes, su primer y mejor amigo. Todo un conglomerado social.

Fue Lavosier, el padre de la química, quien descubrió que el oxígeno del aire es el elemento responsable de la combustión actuando sobre los cuerpos orgánicos, elementos que solamente la naturaleza puede ofrecer. Nació pues el fuego, después que las plantas brotaran de la tierra si consideramos que el sol, un inmenso plasma ígneo responsable del nacimiento del reino vegetal, no lo es.

Tampoco faltaron filósofos que entrevieron similitudes entre el fuego y la vida animal ya que, a semejanza, nace, crece, muere y puede reproducirse generando calor y energía. Pero también respira tomando oxígeno del aire y desprendiendo dióxido de carbono, similar a la función de los animales superiores quienes se alimentan destruyendo materia orgánica. Química contraria a la fisiología de las plantas que sintetizan sus propios alimentos a partir, precisamente, de la absorción del dióxido carbónico del aire liberando oxígeno. El mismo oxígeno que se expandió en la atmósfera permitiendo la vida en la tierra. Estas reconversiones las realizan las plantas, y el deber moral del hombre es cuidarlas, como no lo viene haciendo, y como no lo hizo Romina Picolotto.

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