El ascenso

domingo 29 de agosto de 2021 | 6:00hs.
El ascenso
El ascenso

ontempló la montaña, lo intentaría por tercera vez. El bosque la cubría en la base, más arriba roca negra, volcánica y desnuda, salpicada de manchones de nieve, que se hacía continua hasta la cima. Luis comenzó atravesando el sector de los árboles de lenga, aquí y allá añosas araucarias recordaban al nordeste de Misiones. La cuesta se presentaba suave, el cielo de un prístino azul y el sol golpeaba fuerte, apenas había viento. Caminó más de dos horas, salió a un campo de lava oscuro y desolado, que no reflejaba la luz brillante del día, notó que ganó cierta altura, el borde del bosque se delineaba nítido a sus pies, el panorama se abría a otras elevaciones. Avanzó otra hora, piedra, piedra y más piedra, la mochila empezó a hacer sentir su peso, el calor venía desde el cielo y desde el suelo. Se quitó abrigo, transpiraba con profusión. Al llegar a un pequeño rellano, decidió hacer un alto al amparo de la sombra de grandes rocas, el aire hervía. Tomó bebida energizante con variedad de minerales, comió galletitas dulces y chocolate, necesitaba glucosa. Al proseguir la marcha, la subida dejó de ser amable; la senda, que de lejos parecía pendiente cómoda, sencilla, se empinaba cada vez más, deviniendo terreno escabroso y agotador. La inclinación del trillo se volvió tan abrupta que ya no podía continuar; precipicios se abrían a los costados del estrecho paso, tuvo que desviar a la derecha, el zigzag sería desde allí la manera de ascender, alargando el recorrido. Aparecieron los primeros tramos de nieve, el sol la había ablandado y los botines se hundían profundo, tenía los crampones en la mochila, pero hubiera sido tedioso, lento, ponerlos y quitarlos ante cada trecho nevado, serían para la última etapa. El entrenamiento vino a la mente, primero clavar el taco del botín haciendo un hoyo, luego apoyarse en él y el bastón para dar un paso, luego con el otro pie y así. No por atender sus movimientos y cuidar su estabilidad dejaba Luis de observar el paisaje, que aumentaba en grandiosidad según ascendía. El valle tomaba forma, recortes de accidentadas costas de lagos asomaban entre los picos, las casas parecían de juguete. Los sectores nevados se sucedían con mayor frecuencia para su disgusto, ya cansado de tanto hoyo a fuerza de pierna y talón. En medio de uno de estos blancos retazos, que moría a más de ciento cincuenta metros cuesta abajo, pasó que por el cansancio no dio suficiente profundidad al hueco y al querer apoyarse para hacer tracción, resbaló, cayendo sentado, deslizándose sin remedio por el declive. En centésimas de segundo advirtió el peligro que corría al adquirir creciente velocidad, enormes piedras al final del níveo sector lo esperaban, chocar con ellas sin frenar de algún modo, significaba muerte o grave lesión. Giró sobre sí mismo con desesperación, se apoyó en los codos y clavó la punta de los botines en la nieve hasta donde pudo, manoteó la piqueta en la mochila para clavarla también, pero solo consiguió meterla más adentro, se concentró en los botines y codos, su velocidad disminuyó de a poco, de manera constante; las grandes rocas se le vinieron encima, detuvo su avance, no sintió dolor alguno. El Jesús lo tenía en la boca, no se amedrentó. Al tomar pie, comprobó que el GPS y la radio VHF se golpearon y mojaron, no funcionaban. Trató de orientarse, la rodada lo había apartado de la senda marcada, sentía frío. Estaba fuera de cuestión que no tenía posibilidad de subir por la zona nevada para retomar el camino conocido, lo haría por la parte pedregosa hasta encontrarlo en otro punto. Al alzar la vista, la perspectiva lo afligió, la montaña mostraba paredes casi verticales que parecían imposibles de ascender sin la ayuda de cuerdas, grampas y demás medios técnicos que él no traía ni sabía usar; mirando cerca en torno suyo, vio que aún podía avanzar sobre sus piernas con el consabido zigzag. Al principio, la nieve por la que se había deslizado servía como referencia, pero la deriva de la travesía lateral a la que obligaba la pendiente lo alejaron del manchón y ya no lograba identificar la ruta buscada, supuso que ascendiendo en algún momento debería cruzarla. El sol estaba alto todavía, la sombra de la montaña se dibujaba en el valle, era de tarde. Luis sintió hambre, reservaba el almuerzo para el refugio de los 2700 metros, no obstante, ya no sabía a qué hora llegaría, se detuvo y usando una piedra plana como mesa, devoró los emparedados y frutas. El cielo seguía diáfano, el viento soplaba fuerte ahora, transformado en frío, volvió a abrigarse. El paisaje se tornaba más imponente según ascendía, los lagos se pintaban de azul oscuro o refulgían al brillo del sol, enmarcados por cumbres nevadas; dedicó cierto tiempo a contemplar el panorama, cohibido por su grandeza.

La sombra de la montaña ya tocaba la base de la opuesta. Luis se preocupó, el reloj confirmó que el día transitaba la media tarde, debería estar en la zona del albergue, pero no lo veía por ninguna parte. La intensidad del viento aumentó de manera notable, levantaba piedritas que azotaban la cara con malevolencia y se hizo helado, calaba los huesos; de prolongarse, no soportaría esas condiciones. Buscó reparo detrás de una roca de considerable tamaño y observó una depresión en la ladera de la montaña, avanzó hacia allí temiendo ser remontado como barrilete. Al colocarse entre la roca y la pared montañosa el viento amainó, la piedra lo desviaba haciendo que ruja furioso. La depresión resultó la entrada a una cueva, a la que ingresó. Primero no logró ver nada, esperó que sus ojos se adaptaran a la escasa iluminación, que provenía del resplandor de afuera y se adentró en la oquedad. Al caminar pocos metros la oscuridad se hizo completa, sacó la linterna de minero de la mochila, la abertura se ensanchaba hacia el interior, el basalto negro volcánico absorbía la poderosa luz que portaba. De pronto dio un brinco, un hombre lo miraba con fijeza, sentado ante una mesa, a un costado del fondo de la cueva, tendría alrededor de setenta años, vestía colorida vestimenta de lana y un poncho de pelo de vicuña, llevaba larga melena canosa, presentaba rasgos físicos característicos de los mapuches que vio en la zona. El hombre saludó a Luis, se presentó como Nehuen, pidió que apagara la linterna, encendiendo buena luz que provenía de un farol alimentado por una garrafita, en la estancia había también otras dos sillas, un armario grande, una estantería de cuatro anaqueles con libros, un catre con cobijas y otra garrafita con accesorios de hornalla y estufa. Nehuen dijo que el clima no estaba bueno para estar afuera e invitó a Luis a quedarse, que no tuvo otra opción que aceptar. Nehuen preparó mate, comentó a Luis que de octubre a marzo gustaba vivir en la montaña, porque se sentía en la verdadera cima, no en la metafórica que se utilizaba para referirse a las personas que llegaban a lo más alto de su actividad; ante la auténtica cima el resto del mundo quedaba a los pies, se miraba alto y lejos, las ambiciones del hombre palidecían y se estaba cerca de la luz de Dios, se percibía con los sentidos la paz espiritual. “Aquí descanso y soy feliz”, afirmó el anciano.

Al caer la noche, el viento cesó casi por completo, Nehuen sugirió a Luis salir, el cielo estaba sin nubes, la luna llena iluminaba el valle, las montañas y los lagos, aquí y allá resplandecían las luces de pueblos y pequeñas ciudades, la vista era magnífica. Nehuen dijo que el hombre podía vivir pleno contemplando la grandeza de la naturaleza y respetándola, no necesitaba la parafernalia de la tecnología electrónica superflua ni el afán de consumo, eso solo producía infelicidad a corto o mediano plazo, porque si comprabas lo que deseabas, sentías complacencia efímera y pronto te acostumbrabas a lo que deseaste; la sociedad volvía a crear la necesidad de otro artículo para ser feliz, si lo obtenías, otra vez lo pasajero, si no lo conseguías, sentías frustración, insatisfacción, amargura, así una cadena de la que resultaba un pobre tipo desgraciado. Resultaba necesario ubicarse en otro plano, ascender, dejar atrás el querer consumista, superar la relación establecida que indicaba que la acumulación de bienes y poder material es igual a realización personal, los hombres que se alzaran por encima de estos espejismos, que lograran no depender de lo efímero y lo inmediato, era muy probable que obtuvieran plenitud verdadera en la vida. El mapuche no renegaba de la tecnología moderna, pero distinguía entre la que solucionaba cuestiones reales de la vida y la que se hacía para resolver problemas que no existían, alimentando el consumismo. En esa altura, donde los conflictos, las pasiones, las miserias y grandezas humanas que se daban en el seno de las diminutas luces que se veían a la distancia quedaban reducidas a la insignificancia, Luis dio la razón a Nehuen. Cenaron un exquisito fideo al pesto acompañado por medio vaso de Malbec mendocino, después Luis se metió en su bolsa y penetró en la oscuridad del sueño

Luis creyó que amanecía, una luz como la del sol dio en su cara. Pensó que no podía ser, estaba en el fondo de la cueva. Intentó darse vuelta para hablar a Nehuen, pero un agudo dolor en el costado se lo impidió. Parpadeó, sus ojos comenzaron a enfocar, no comprendía, distinguió la cara de Gastón, el muchacho que le alquilaba el equipo de montaña, luego vio que la luz era la ordinaria de una habitación; notó que se encontraba rodeado de aparatos con pantallas de control conectados a su cuerpo y a través de un brazo, sujeto a la cama, recibía suero.

-¡Zafaste loco! - exclamó Gastón

-Zafé de qué…preguntó incrédulo Luis

-De morir, b…, te llevaste un porrazo con las piedras cuando rodaste desde la senda marcada.

- No puede ser, me di vuelta y fui frenando con los codos y las botas, no me golpeé .

-Ja, ja ja, frenaste y eso te salvó, pero igual te diste un golpazo, quedaste desparramado entre las rocas, gente que venía por el trillo te vio y avisó por la radio. Un helicóptero de Gendarmería te trajo hasta el hospital.

-Pero sentía el viento fuerte con piedritas en la cara…entonces otra vez no llegué ni cerca de la cima, seguí subiendo en sueños, fue tan real, conversé con un hombre arriba…

-Ese viento seguro era del helicóptero cuando te alzaban, tira piedritas si hay sueltas, no estarías desmayado del todo. Llegaste próximo al refugio de los 2700, no está mal.

Entró el médico, explicó a Luis que sufrió una severa conmoción cerebral y se rompió tres costillas, una de la cuales casi le perfora el pulmón. Tuvo mucha suerte, agregó.

Luis tomaba mate con su mujer en el corredor, ella lo regañaba por su intención de volver a la montaña en cuanto pudiera, decía que los de Misiones nada tenían que hacer en las grandes cordilleras, Luis observó el cerrito cubierto de selva que besaba al río Uruguay, estaba seguro que Nehuen estaría encantado con esa vista.

 

Carlos Manuel Freaza

Inédito. Freaza ha publicado los libros Rotación de los Vientos y El amigo jesuita (novela), seleccionada para la Feria Internacional del Libro 2018.

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