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La liturgia de los bebedores

“El ser humano es el único animal que bebe sin tener sed”. Octavio Paz

domingo 29 de agosto de 2021 | 6:00hs.
La liturgia de los bebedores

Los humanos poseen el don del entendimiento, de comprender a la naturaleza y de aproximarse a entrever cómo funciona el cosmos. Con la evolución apareció finalmente la capacidad de abstracción: el homo sapiens sapiens, el hombre que sabe que sabe. Pero nada ha sido tan dispar como las interpretaciones que ha hecho de la cultura y sus diversidades. Las doctrinas de un predicador nazareno de hace veinte siglos es un ejemplo de ello; cada época y sociedad lo interpretó a su manera o conveniencia. En nuestros lares aquellas lejanas prédicas perduran del modo más singular.

Desde poco antes del mediodía, todos los domingos del año el Bar “Ullo” de la Bajada Vieja comenzaba a llenarse de parroquianos de variopinto pelaje que vencían las horas y las botellas hasta bien entrada la madrugada del lunes. A las doce en punto, doce apóstoles de Baco, de despareja formación y cultura, ocupaban invariablemente la misma mesa para celebrar una misa pagana afirmada en la más ortodoxa de las liturgias. Pero no había ningún redentor entre ellos; eran sólo doce. Tampoco existía mayor primacía que la cantidad de botellas y de copas. El Mesías es el vino que ocupa el centro de la mesa.

Los únicos ineludibles requisitos de ingreso al hermético grupo –además de su férrea limitación a doce miembros- era ejercer la más amplia tolerancia con el prójimo como norma de vida -sin excepciones- y ser devoto amante de alguna bebida alcohólica. Es decir, ser de nacionalidad borracho, como Humphrey Bogart en Casablanca. Otra norma implícita, penada con expulsión, era que la embriagues no concluyera en ofensa o daño a otra persona; eran educados prosélitos que seguían el apotegma de Erasmo de Roterdam: “El vino no daña, pero el que bebe sin moderación se daña a sí mismo.” Esta moderación era entendida del modo más laxo y dilatado.

Con cada vacancia se abría una convocatoria de ingreso; la prueba de admisión consistía en realizar una exposición sobre la bebida de preferencia del aspirante seguida de cuatro preguntas que cualquiera puede contestar fácilmente: ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿Hacia dónde vamos? ¿Qué tomamos? Bastaba con contestar satisfactoriamente una de ellas. Figura en los registros una admisión inmediata tras comentar el candidato un diálogo entre un hombre y una mujer:

─ ¡Oh! Estás borracho...

─ Sí, lo estoy. Y tú estás preciosa. Pero, por la mañana yo estaré sobrio... y tú seguirás siendo preciosa.

Mejoraba lo dicho por Churchill a la fea diputada laborista por Liverpool.

En el examen práctico el aspirante debía reconocer: de los vinos; si era varietal o blend, en su caso de qué cepas, presencia o no de roble, potencial de guarda, seguido de una descripción sobre aroma, color, cuerpo y permanencia en boca. Del champan, las uvas con que estaba hecho, si fue elaborado con el methode champanoise o charmat. Del whisky, si era single malt, pure malt, blend o bourbon. De las cervezas si se trata de Ale, Lager, Pilsen o Weissbier. Al final debía distinguirse el destilado del fermentado y diferenciar en copas servidas si la bebida se trataba de ron, tequila, vodka, gin, cognac o licor.

─Somos tridentinos y nuestro misal está disperso en Catulo, Horacio, Juvenal, Propercio, Marcial y todos los libertinos del mundo, nuestros templos están escondidos en bodegas y nuestras capillas dispersas en bares de todo el mundo, repetían sin que importara la evidente contradicción numérica y teológica.

Allí se ejercía una amplia concepción metafísica y religiosa; no pocos eran devotos de la “verdadera” santísima trinidad: champán, caviar y puros, con sus condignas variantes heréticas: vino, hielo y soda, o birra, pizza y faso, que no eran causales de expulsión debido a la tolerancia volteriana que practicaban.

Los menos fervorosos, aunque igualmente devotos, profesaban cultos más sofisticados o prosaicos, estilo Love, Sex & Rock`n roll, que el lector podrá imaginar según sus inclinaciones más oscuras e inconfesables. Ya sabemos lo que abunda en las viñas del Señor y de la mucha zarza en la buena simiente.

─Las bebidas espirituosas deben su nombre al sentido piadoso y la beatitud que inspiran sus libaciones, afirmaba un habitué mientras alegaba apostasías que abrían debates interminables, llenos de eruditos comentarios y citas de autores célebres. Se volcaban allí anécdotas históricas cada tanto interrumpidas por un brindis o una copa levantada.

Aunque literatura, filosofía, arte, música e historia eran primordiales motivos de conversación, todo giraba en torno de la esencial razón de la liturgia dominical:

─Existen en el mundo sólo cuatro líquidos puros; al agua, la miel, la leche y el vino, todo lo demás es adulterio y fornicación, espetaba uno.

─¡Eso jamás! Replicaba otro levantando un copón, mientras miraba los resplandores dorados de las frías gotas resbalando por el vidrio que ceñía una corona de persistente espuma blanca.

─La cerveza es la más prístina bebida sacerdotal, el origen de nuestros contactos con las divinidades, antes de Isis y Osiris. No se llega a Amón Ra sino a través de la espuma y las burbujas. Los verdaderos creadores de la Weizenbier (1) han sido los egipcios. ¿Qué sospechan que sostenía en sus manos Napoleón cuando dijo a sus soldados “Desde lo alto de esta pirámides, cuarenta siglos os contemplan”. Ya sabemos: cuatro mil años de espuma. Es decir, la cerveza es la prueba de que Dios nos ama y quiere que seamos felices.

─¡Pamplinas! Retrucó otro un poco ofuscado. El mayor objeto de adoración de la historia de la humanidad en todas las épocas y culturas ha sido el oro, que es tan bello y maleable que hasta puede hacerse líquido; le disputa su belleza al ámbar, sus milagros al nirvana y sus prodigios al éxtasis. Los druidas celtas con unas maltas de las higlands elaboran el whisky; que, mal que les pese al islam, al judaísmo o al cristianismo en cualquiera de sus versiones -recuerden que versión viene de verso- al Yahvéen las biblias católicas ya Jehováen las evangélicas, es la única forma eficaz y rápida para la transubstanciación.

─Todo muy bien, pero el único milagro creíble fue convertir el agua en vino, dijo uno con aire de suficiencia.

─Como ha dicho Bertrand Russel, por eso no soy cristiano; teniendo el poder de convertir ese líquido inodoro, incoloro e insípido en un scotch de veintiún años, fue un desperdicio, la única oportunidad perdida de dimensiones babilónicas que hallamos en las Escrituras, replicó el whiskero.

─Sin embargo, si hurgamos hasta el fondo, la deidad evidente, la única ostensible, es la naturaleza: Deus sive natura decía Spinoza; y una manifestación de la perfección divina son los apetitos puestos por Dios, los que no pueden ser limitados o constreñidos. No hay pecado si el varón y la mujer sacian su sed con los medios y formas de placer natural. Es la tesis varias veces repetida por el Marqués de Sade en “Justine o los infortunios de la virtud”. Todo lo que produce placer es bueno y deseable en sí mismo.

─Bien, pero, a pesar de la mucha tela para cortar -también en Filosofía en el tocador- el primero en postular esa liviandad fue Epicuro: el placer es el bien supremo, que Aristóteles eleva de rango al decir que dicho bien es la felicidad.

-Es lo mismo, no hay mayor vía a la felicidad que el placer; otra vez Epicuro. Pero, no en el concepto frívolo y toscamente hedonista que ha querido atribuírsele por rústicas interpretaciones teológicas. No hay mayor bien que el placer, es cierto, pero Epicuro se refería al placer intelectual. Lean sus diálogos en el jardín.

─Es verdad, ahora que lo veo mejor; esta botella es un destello de sabiduría e inteligencia, se oyó decir en un extremo.

Las desordenadas disquisiciones se interrumpieron cuando sonó la campanilla que impuso un gran silencio. Se escuchó entonces la grave voz que apuntaba la antigua letanía:

─Introibo ad altare Dei.(2)

─Ad Deum qui laetificat juventutem meam,(3) se respondía en coro.

─ Deus, qui humanae substantiae dignatem mirabiliter condisti, et mirabilius reformasti: da nobis per hujus aquae et vini mysterium, ejus Divinitatis esse consortes.(4)

Dicho esto comenzaba oficialmente la liturgia dándose inicio, en cada caso de manera individual -descorchando un cáliz de salvación añejado en roble- el momento de elegir la consagración favorita; la transubstanciación, es decir la transformación de una substancia, el vino, en otra, la sangre de Cristo, en que perduran los accidentes del vino: su color, forma, cantidad, gusto, olor. Se seguían ortodoxias de siglos: el vino para la celebración eucarística debía ser “del producto de la vid”, como se señala en Lucas 22,18 del Libro.

Luego cada parroquiano podía libremente continuar la liturgia con la bebida espirituosa de su preferencia. Quienes predicaban y practicaban la más amplia tolerancia, de ninguna manera podían imponer condiciones reñidas con las elecciones individuales. El vino es, al fin, una forma de coherencia.

La hora del almuerzo, las meriendas o la cena, no lo marcaba el reloj sino el apetito. Las tribulaciones no estaban centradas en la salud del cuerpo, sino en los cuidados del alma y el bienestar del espíritu. La variedad de sabores y delikatessen mudaba con la hora y los líquidos servidos.

Según estudios antropológicos de los investigadores de la Universidad de la Bajada Vieja, en el bar “Ullo” se postulaba una novedosa y osada teoría: como nunca han sido vistos juntos o al mismo tiempo “Pomby” -para los amigos- y “Yasy” -para los parientes- dichos personajes serían una sola y misma persona. Un sólo y mismo ser capaz de la metamorfosis ovidiana, con aptitud de bilocación -estar en dos lugares distintos y distantes al mismo tiempo- propia de los santos.

La diversa apariencia y gustos del Pombero y del Yacy Yateré no son más que una variación de sus preferencias cotidianas o cambios de humor. Los disidentes y críticos del Departamento de Neurociencias de la Facultad de “El Brete” refutaban que dichas bifurcaciones ontológicas se deben a las dualidades del observador; cada uno ve el Pombero o Yasy Yateré que lleva adentro.

 

Rodolfo Roque Fessler

Referencias
1) Cerveza blanca de trigo.
2) Me acercaré al altar de Dios.
3) Hasta Dios que alegra mi juventud.
4) Oh Dios, que maravillosamente formaste la naturaleza humana y más maravillosamente la reformaste: haznos, por el misterio de esta agua y vino, participar de la divinidad. (Textos de la misa tridentina o preconciliar).

Inédito. Del libro Cuentos de la Bajada Vieja que se editará este año. El autor tiene publicado “Los blancos dientes de la aurora y otros cuentos”. Ilustración: El triunfo de Baco, pintura de Diego Velázquez (1629) Museo del Prado.

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