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La última dedicatoria

domingo 22 de agosto de 2021 | 6:00hs.
La última dedicatoria

El sillón se mecía acompasadamente ante el amplio ventanal, como marcando el tiempo, que indefectiblemente transformaba en pasado cada minuto de presente que se vivía en esa casona de las afueras de la ciudad. La monotonía de aquella siesta misionera solo era interrumpida por el paseo de algún lagarto y el canto ensordecedor de las chicharras.

De pronto, la niña corrió hacia donde estaba la abuela llevando entre sus manos un vetusto sobre negro con un libro en su interior.

̶ ¡Abu, Abu… mirá lo que encontré en el baúl que tenés en tu habitación!

La anciana giró lentamente su cabeza hacia la niña y la escuchó.

̶ Está muy viejito y roto… y en la primera página dice tu nombre. Te leo: “A Margarita, la hermosa flor que voy deshojando con mi amor”. Abu: ¿Quién es “tu” Esteban?

La abuela sorprendida abrazó a la nieta, tomó el libro y comenzó a hojearlo. Miles de imágenes se sucedieron por su mente, una tras otra, abriendo las puertas a los recuerdos. Luego de un momento y después que su rostro, tallado por la edad, dibujó una tenue sonrisa, le habló:

̶ Es un regalo de tu abuelo cuando éramos muy jóvenes y comenzábamos a querernos, lo había comprado a un amigo cuyo padre conoció al autor. Historias muy atrapantes, con muchas tragedias, que fascinada leía a escondidas hasta que mi padre lo descubrió y al parecerle inapropiado para mi edad, una noche tormentosa de invierno decidió deshacerse de él y tirarlo a la lluvia. Esa misma noche, cuando todos dormían, sigilosamente fui en su búsqueda, por suerte un frondoso árbol impidió que se mojara totalmente, pero sus tapas se inutilizaron al caer en un charco de agua, por ello tiene éstas que las armé con tela y cartón. Algunas hojas se mojaron y las sequé con la plancha, igualmente quedaron manchas como mudos testigos de aquel hecho. Luego lo escondí, nadie debía encontrarlo en la casa. Hacía mucho tiempo que no hojeaba sus páginas, hasta me había olvidado que estaba en el baúl.

La niña escuchaba absorta. En cada momento de silencio podía escuchar la respiración entrecortada de su abuela. Ella continuó hablándole y mientras tanto, hojeaba lentamente el libro sin entrar a leerlo, como buscando marcas, palabras o señales del pasado que tanto calaron su alma.

̶ Con tu abuelo nos amamos hasta la locura, a pesar de nuestra juventud y de las trabas de mi padre. En los momentos que nos prohibía vernos se subía a los árboles cercanos a la casa y me arrojaba trozos de tacuara, las más finitas, en cuyo interior, enrolladas, me enviaba cartas de amor junto a hojas en blanco con dibujos hechos por él para que le contestase en ellas. Me retrataba, mira…

Hojeando casi hasta el final del libro, saca un dibujo con la cara de una mujer.

̶ Este dibujo lo guardé porque es el que más me gustó.

La niña se incorporó y tomó el dibujo enmohecido.

̶ ¡Qué linda eras abuela!

Y siguió contándole, su voz se hizo más suave como si le costase hablar.

̶ Una vez, su locura llegó al extremo de seguirnos a Posadas, donde mi padre tenía negocios y una vez al mes pasaba dos o tres días para reunirse con los contadores y firmar papeles. En una bicicleta y recorriendo caminos terrados, aparecía en algunas ocasiones y mientras mi padre se ocupaba de los negocios, nosotros aprovechábamos para vivir nuestro amor, una locura para la época. Luego vino nuestra tragedia…

La niña se sobresaltó.

̶ ¿Qué pasó Abu?

̶ Cuando quisimos casarnos, tu abuelo vino a hablar con mi padre. Por supuesto, se disgustó bastante, pero aceptó. Durante la cena se descompuso y murió a pesar de los esfuerzos del doctor… un infarto, nos comentó. Para disipar un poco nuestra culpa, nos enteramos en el entierro que, entre los disgustos, el día anterior había recibido una carta de un abogado de Posadas en la que le informaba que sus negocios habían salido mal y estaba en la ruina…. ¡Todos estábamos en la ruina! Yo fui a vivir con Esteban y mi madre enloqueció y terminó internada…

- Abuela: ¿Por qué no conocí al abuelo? - preguntó la niña:

Ella dio un profundo suspiro, siguió hojeando el libro y soltando una lágrima le contó:

̶ A tu abuelo le gustaba cazar y pescar… a veces solo y a veces con amigos, salía y pasaba días en el monte o en el río. Apenas nació tu padre, en una de esas salidas tu abuelo sufrió un accidente. Nunca se supo lo que pasó, había salido con unos amigos a pescar al río, éste estaba picado y la canoa se dio vuelta y tu abuelo se ahogó. Por lo menos eso me dijeron, su cuerpo nunca fue encontrado, nunca creí esa historia... era un excelente nadador. Desde allí tuve una vida dura, pero salimos adelante. Siempre amé a tu abuelo, a veces me visita en sueños y me habla, me lee poesías y me espera…, nunca quise rehacer mi vida junto a otro hombre, a pesar de tener pretendientes. Tu padre me trajo a vivir con ustedes y…

Hizo un largo silencio. Su respiración se volvió más rápida. Otra lágrima comenzó a recorrer los surcos de su mejilla, miró fijamente hacia el ventanal como atendiendo a algo o alguien que le llamaba la atención, fue un instante, respiró profundamente, luego cerró los ojos y su cabeza lentamente fue inclinándose sobre el hombro derecho.

Ante la mirada de la niña, el libro fue deslizándose de entre sus manos hasta caer al suelo. Una brisa de viento revoloteó las hojas amarillentas que quedaron abiertas en el final. Como un capricho del destino, en esa parte se podía leer con letras manuscritas y manchadas por la humedad:

“Margarita: este libro es para tí: son cuentos de amor de locura… y de muerte, porque a nuestro loco amor solo la muerte lo puede separar…o encontrar. Tu Esteban”.

 

José Pereyra

Cuento escrito en homenaje a Horacio Quiroga con motivo de cumplirse el 83° aniversario de su fallecimiento. Pereyra es docente jubilado y reside en Virasoro, Corrientes

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