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Habitación 4214

domingo 22 de agosto de 2021 | 6:00hs.
Habitación 4214

a madrugada me entregó un sueño intermitente, preso de la necesidad constante de volver a abrir los ojos para asegurarme de que ella sigue ahí. A mi lado, intacta en su desnudez, transformada por nuestras pasiones, impregnada del primitivo aroma de eso que volveremos a hacer cuando despierte.

Cuando apunte certeramente sus ojos verdes contra mi alma y yo me muerda los labios por la furia de no saberla mía, lo interpretará como un gesto de deseo. Es cierto que la deseo, de maneras que jamás voy a decirle, con sensaciones que no son de esta carne.

En un instante de inútil cavilación se me dibuja horriblemente el rostro de aquel que asiste a todos sus amaneceres. ¡Tan poco la merece!, eso me hace odiarla, aborrezco su ceguera tan premeditada, su incapacidad de ser todo lo que podríamos ser.

Eso que creo ser en este amanecer prestado que ella me otorga por placer, en lo fatal e indeciso de su amor.

La nueva jornada me vestirá con su monotonía, desprendiéndome de cualquier sueño de a dos, arrojándome al hastío de su ausencia.

Absorbo cada detalle de su imagen, inhalo y retengo el cálido aliento de su cuerpo exhausto de placer. Así la mantengo como parte única de mi corazón en el duro transitar que nos separa de un próximo encuentro.

Me siento un tonto por atreverme a pensar que nuestras sonrisas cómplices, el tomarnos de las manos para acompañar unos cuantos pasos al andar, significan para ella algo más que entretenimiento. Un pasarla bien, en todo lo banal e indigno de su significado. En ello se ve justificada mi conducta, que puede oscilar raudamente de la ternura a la frialdad. No seré el primero ni el último en usar ese mecanismo de defensa, que brega por proteger la integridad del corazón y no quedarse expuesto a cargar con el peso del oprobio sobre los hombros.

Ser señalado como el idiota que todavía cree en el amor, que habiendo-tantas-mujeres, justo ésta, que hoy descansa conmigo en la cama. Una mujer esencialmente huidiza, incapaz de unirse a las cosas para no luchar por ellas.

Pivoteo en este despreciarla y necesitarla, creerle cuando me dice te quiero, comerme el agridulce plato de sus promesas.

El televisor encendido frente a ésta, nuestra circunstancial cama, muestra imágenes que no entiendo; la botella de champagne, asomándose en la hielera que dejamos sobre la mesa de luz, me hace comparar su forma con esa cadera de doncella que reposa bajo la sábana blanca. Lienzo caóticamente esparcido en la tibieza de nuestro lecho. De pronto, abrió los ojos sin el embriagador destello romántico al que consiguió hacerme adicto. Sorpresa y algo muy parecido al miedo se asomaba a raudales en sus grandes ojos vidriosos. Una mueca en los labios que no era la incitación a un beso, sino un brusco trazo de desesperación, un intento fallido de pronunciar lo indecible.

En segundos la expresión de horror tomó todo el terreno de su rostro y parte del cuello, tumbado al lado de ella quedé tan absorto por lo curioso de su semblante que noté que mi cara imitaba sus gestos.

Me vestí para retirarme de la habitación 4214, pero con las prendas de la vergüenza y la prisa de la culpa.

Cuando el horror calcinó su rostro y sus ojos se vaciaron de lenguaje, retomé la conciencia al tacto de mis manos. Cada falange de mis dedos se relajaba progresivamente, percatándome de la enorme presión que habían estado ejerciendo.

Antes de salir, miré por última vez su figura tensa e inmóvil, sus cabellos dispersos sobre la almohada y esa tonalidad rosa que iba en degradado hacia un violeta intenso, especialmente iluminada por el calor del sol dándose paso entre las cortinas. La marca de mis dedos alrededor de su cuello.

 

Belén Silva

Inédito. Silva es presidente de la Sade Misiones. En 2016 publicó Pasiones reveladas (poemas)

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