¿Marchamos hacia una conciencia nacional partidaria?

jueves 19 de agosto de 2021 | 6:00hs.

Desde hace más de cien años, la vida política nacional fue impulsada por los grandes movimientos políticos (conservadorismo, radicalismo, peronismo), así como por los posteriores y frecuentes golpes militares. En este proceso, ¿qué lugar se asignaba al pueblo, a la sociedad argentina?

Desde 1983, uno de esos factores, las Fuerzas Armadas, ha desaparecido; la sociedad civil argentina entonces, quedó frente a su espejo, amarrada a sí misma, aprendiendo –lenta y contradictoriamente– a sostener y realimentar el sistema democrático. Pero como opina Juan Quintar, investigador de la Universidad Nacional del Comahue, si no podemos satanizar a los militares, quizás sí lo podamos hacer con las dirigencias políticas partidarias, pero esto haría evidente nuestra poca inocencia colectiva con lo sucedido desde 1983 hasta hoy…

Afirma Quintar que acá aparece el desafío político de esta época: “Elaborar un modo de pensar y de hacer política que –con las mayorías como principal sujeto de construcción– profundicen nuestra democracia con la suficiente autonomía que nos permita diferenciarnos de esas mayorías cuando se inclinen por poner en suspenso esas libertades”. (‘Pensar la Nación’; 2010).

Argentina fue pensada –pero pocas oportunidades concretadas– con programas políticos reales, sociales, económicos, educativos, ideológicos, culturales, científicos con horizontes claros. Pero quizás sea cierto lo que expresaba el infortunado Aldo Ferrer de que la “densidad nacional” aún no es suficiente como para lograr los consensos necesarios.  

Siempre se pensó la Nación y se promovió un proyecto nacional, con palabras o símbolos; algunos quedaban afuera y en poco tiempo se convertían en una amenaza. Eso sucede desde hace unos 150 años, época en que los ideólogos de la Generación de 1880: Sarmiento, Echeverría, Mitre, Alberdi, en la que señalaba claramente a los de “adentro” y a los de “afuera” (Civilización y Barbarie): gauchos, criollos, pueblos originarios (indios), y los nuevos inmigrantes (gringos).

A inicios del siglo veinte aparece el radicalismo con Yrigoyen, postulando que “el radicalismo es el pueblo”. Décadas después surge el peronismo –inicialmente apoyado por radicales como Scalabrini Ortiz, Jauretche, Manzi, Discépolo– y se desarrolla la consigna “el pueblo es peronista, peronismo y nación es lo mismo”.

Este “adentro” y “afuera” hunde sus raíces en lo étnico y cultural. Así, todo gran proyecto nacional ha consolidado en formas diversas, ideológicas o doctrinarias variadas, impugnando al “otro” (étnico, cultural, económico o de clase). Quintar afirma que aquí está una de las cuestiones a resolver para lograr generar grandes consensos y evitar las crispaciones consecuentes, imposibilitándonos de crecer en toda nuestra diversidad socioeconómica.

Por lo tanto, la idea de generar una “política nacional” debe tener como respaldo un pensamiento nacional y un necesario consenso previo.

Además, históricamente –argumenta Quintar– la conquista de América estableció una colonialidad en los saberes, los lenguajes, el arte, el imaginario con el que Europa Occidental era el centro, y una universalidad excluyente de otras miradas. Lo señalaba el sociólogo estadounidense Immanuel Wallerstein: “La ciencia social surgió en respuesta a problemas europeos en momento en que ella dominaba todo el mundo”. Esto ha determinado que muchos de nosotros miremos el país “con anteojeras”, con teorizaciones y metodologías elaboradas para otros contextos y necesidades.

También nuestra política y pedagoga Adriana Puiggrós lo señalaba al afirmar que “existe en nuestro país un desencuentro entre la cultura que el sistema educativo inculca y la vida social y productiva del país. Eso está oculto detrás del guardapolvo, los rituales y el disciplinamiento… la desarticulación entre la producción de conocimiento y su utilización social es muy grande en Argentina”.

Hoy no hay paradigmas válidos que nos propongan, ya el centro del mundo no está en condiciones de hacerlo; ayer España o Portugal, luego Gran Bretaña, después los Estados Unidos, quizás hoy el triángulo China, Rusia y Estados Unidos. Esto nos podría resultar beneficioso, pensar desde nosotros, “echados en el suelo”. Podríamos recuperar el pensamiento del escritor y político Alejandro Rozitchner, quien considera que necesitamos –sobre todo por la actual y contradictoria situación latinoamericana– más “atrevimiento que seriedad, más realidad que historia, más pensamiento inquieto que estudio minucioso y encerrado”.

Concluyo que vivimos hoy un momento en que es necesario desarrollar pensamientos nacionales y latinoamericano, la reflexión como una aventura ligada a la práctica y comprometida ética y políticamente con cada país, abierta al futuro.

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