Amor en tiempos de pandemia

domingo 25 de julio de 2021 | 6:00hs.
Amor en tiempos de pandemia
Amor en tiempos de pandemia

Silvana, la pícara, la sonriente. Hacía mucho tiempo no era ella misma. Se había separado hacía unos meses. Fue de esos amores que hacen daño, que duelen. Al final cuando te alejas sientes la paz que nunca antes tuviste.

Estaba aburrida, el Facebook mostraba caras nuevas. Adelino Fagúndez, en su cabeza se armó un torbellino…

—Ade… ¡Chogüí!, sonrío, ¿será el mismo?

Habían pasado 20 años desde aquel primer beso, aquel primer amor.

La nostalgia le invadió, nunca entendió por qué su mamá nunca le quiso.

Volvió a la realidad. Adelino Fagúndez estaba ahí al alcance de una solicitud. Hizo click, máximo no le aceptaría pensó.

Tapó su cara con la almohada, tenía que dormir, mañana habría que trabajar.

El gato maullaba sobre la silla, lo miró para retarle y decirle con vehemencia que no podía subirse a la cama. Obvio que no le hizo caso, ese gato endemoniado hacía lo que tenía ganas.

Estaba cansada, el ronroneo de Kita la acunó hasta dormirse.

El despertador sonó insistentemente, las noches eran cada vez más cortas pensó, parecía una vieja quejándose siempre.

El trabajo en la tienda era rutinario, las tiendas en los pueblos son así, la gente va cada tanto, casi siempre es la misma.

Su teléfono la sacó de sus pensamientos, una alerta de Facebook.

—Será Chogüí — pensó

—No, imposible. Aunque algo en su interior quemaba, se resistía a abrir la aplicación y averiguarlo.

Llegó doña Bruna, vieja insoportable, la detestaba, pero bueno, el cliente siempre tiene la razón.

La atendió lo más amable que pudo, se terminó llevando varias remeras y una chalina.

Entre mates y clientes la mañana había transcurrido y ella, no se atrevía a abrir la aplicación.

Tomó coraje, después de todo ¿qué podría pasar?

Adelino había aceptado la solicitud de amistad y había varios mensajes en su casilla.

Silvana estaba algo angustiada, y ¿si era su mujer?, después de todo no sabía nada de él.

Respiró y abrió el mensaje esperando que no la conociera o lo que era peor, que su mujer la mandara por un tubo:

— ¡Sil! ¡Mi gran amor!

—¿Dónde vivís?

—¿Estás casada?

—¿Tienes hijos?

Era una seguidilla de mensajes con preguntas. Pensó que entre ellos habían quedado tantos interrogantes, esta vez buscaría las respuestas, ya no había nadie que impida que ellos se vean.

Trató de mantenerse con calma para responder, pero sus dedos se negaban a hacerlo.

—Hola

—Sigo acá, en el mismo lugar.

—¿Vos?

—Yo separada hace algún tiempo, algo largo de contar.

Del otro lado no hubo ni respuestas ni lectura, un silencio incómodo se apoderó de ella. Un dolor, como aquella vez hace tantos años.

Cerró la tienda, preparó su comida y se dispuso a vivir en su monotonía casi absurda. Necesitaba reconectarse, puso algo de música, Chayanne de fondo… atado a tu amor. Las lágrimas brotaban, por el amor, el primero y también por el último.

Sonó su teléfono, era él. Estaba vez la catarata de mensajes invadió su mundo. Él le contaba que era viudo, que, a pesar de haber hecho su vida, nunca la había olvidado.

Silvana tenía el corazón apretadito, recordó todo lo que lloró cuando él se fue, y la paliza que recibió cuando su madre se enteró de su noviazgo.

Las charlas se hicieron cada vez más frecuentes, parecía que no habían pasado esos más de 20 años.

Hablaron de reencontrarse apenas se pudiera.

Él vivía en Buenos Aires lo que hacía más difícil todo. Pero tenía unas vacaciones pendientes así que sería pronto.

El día llegó, hizo todos los papeles para ingresar a Corrientes, parecía de cuento, pedir permiso para ingresar a su provincia, tal vez era cierto eso de la “República de Corrientes”.

Se hizo el hisopado, y con este ingresó al pueblo. De todas maneras, a pesar de haber dado negativo, tenía que estar aislado siete días.

Pero habían pasado ¡20 años! ¡Silvana no esperaría!

Y no lo hizo. Se subió al auto y fue a verlo.

Se encontraron en una casa que el primo de Adelino le prestó para que se aísle mientras pasaban los días de control.

Cuando se vieron todo volvió, la calidez de cuando eran adolescentes, la pasión, los besos.

Todo se puso muy intenso, las caricias se hicieron más atrevidas, ¡era mágico!

Adelino la desvistió con ternura, como si se tratara de aquella muchacha de hace 20 años que fue suya por primera vez, sus ojos estaban llenos de calor e intensidad.

La magia fue interrumpida por una sirena y por las luces del patrullero que invadía la habitación en penumbras.

Un vecino de la casa denunció que estaban robando, así que el patrullero vino a verificar el hecho. Adelino explicaba que estaba aislado, que la casa le prestó un pariente, luego de constatar la identidad todo se calmó.

Silvana estaba en un ataque de risa cuando Adelino entró a la habitación. Tuvo que esperar que los vecinos se duerman para salir e ir a su casa por un camino vecinal para que no la descubran.

Ya en su casa estalló en carcajadas.

En sus 40 y tantos años, jamás la interrumpió la policía en plena acción.

Cosas de la pandemia se dijo, mientras acariciaba a kita… esa noche durmió feliz.

 

Mónica Analía Ortiz

Ortíz es de Colonia Liebig Corrientes. Es docente, miembro del Grupo de Escritores de Apóstoles. Libros publicados: Palabras de una mujer (2015), Desnuda (2016), Las aventuras de Samy y Anita (2017), Madrugadas y silencios (2018), En las redes (2019) y El brujo (2020)

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