Ñande Reko Rapyta (Nuestras raíces)

Revuelto Gramajo

viernes 23 de julio de 2021 | 6:05hs.

A la llegada del siglo XX, la Colonia Candelaria y su zona de influencia vivían un período de esplendor a través de la producción de yerba mate, aunque las tierras disponibles para la agricultura eran escasas y, en su gran mayoría, estaban en manos de propietarios de grandes extensiones o latifundios.

El período comprendido entre las décadas de 1920 y 1950 se conoció como “La floreciente etapa de Gramajo”, en directa alusión a uno de esos latifundistas Arturo Gramajo Cárdenas.

Nacido en el año 1860 en la ciudad de Buenos Aires, Arturo Gramajo Cárdenas se graduó como abogado, y casi enseguida comenzó su carrera diplomática, impulsó la construcción de lugares emblemáticos de esa ciudad, como la Iglesia de Nuestra Señora de la Piedad y el Pasaje de la Piedad, actualmente sobre la calle Bartolomé Mitre, en terrenos propiedad de su esposa María Adela Atucha Saraza. El 23 de febrero de 1915 asumió como intendente de la Capital Federal, hasta el 14 de noviembre de 1916, en la última etapa de la presidencia de Victorino de la Plaza; su breve gestión se caracterizó por impulsar proyectos de obra pública como los citados en su faz particular.

Padre de cinco hijos -Adela, Jorge Arturo, Inés, María Elena y Horacio Antonio–, gustaba de practicar bobsleigh, carreras de trineos articulados de dos o cuatro tripulantes, en las que consiguió varios galardones importantes.

En el año 1912 adquirió una propiedad de Francisco Resoagli, de 12.000 hectáreas, ubicada en Candelaria, Cerro Corá y Profundidad -actualmente conocida como Establecimiento Santa Cecilia-. Además de los yerbales tenía un secadero y puerto propio; rápidamente se trasformó en el mayor productor de la zona, fuente de trabajo de cientos de lugareños, muchos de ellos vivieron con sus familias allí.

Gramajo era “justo y cumplidor” según sus peones –virtudes escasas en esa actividad y época-; tanto, que su fama trascendió las fronteras misioneras y atrajo a trabajadores de provincias vecinas, Paraguay y Brasil, y fue el lugar por excelencia de acopio de yerba mate comprada a otros productores del lugar.

En el establecimiento la organización y jerarquía para el trabajo fueron fundamentales, con la cadena básica de un urú mayor – jefe de los urús -, los urús –personas encargadas de cuidar la secansa de las hojas de yerba colocadas en el catre del barbacuá, durante 24 horas ininterrumpidas- y los guaynos –ayudantes de los dos anteriores-, se llevaba adelante la totalidad de la cadena productiva del “oro verde” para luego embarcar el producto elaborado, desde su puerto, hacia los mercados de Buenos Aires y Rosario, bajo las directivas de Arturo y Horacio Gramajo, los hijos de don Arturo.

Construyó y sustentó un establecimiento escolar para los hijos de los trabajadores, conocida como la Escuelita de Piedra de Gramajo, o simplemente Escuelita Gramajo. Inició su tarea con treinta y cuatro alumnos, bajo la dirección de la docente María Aguilar de Rosales; en el año 1939 fue designada como Escuela N° 285 Santa Cecilia y funcionó más de cuatro décadas. Con el tiempo se la rebautizó popularmente como El Castillito de Piedra.

Dentro de la propiedad, unas cincuenta viviendas eran habitadas por empleados permanentes, contaba con un almacén de ramos generales y una capilla de rito católico.

Gramajo era un excéntrico para los candelarienses; se cuenta por ahí que cada año, más o menos para el mes de octubre, organizaba una gran excursión de pesca a la isla Pindoí, a la que se refería en las charlas como Isla Capitán Dorado, y que era parte de sus tierras –con un comodato de 99 años por ella-; el contingente era numeroso y meticulosamente organizado, decenas de empleados y cocineros traídos desde la capital del país atendían al importante número de “invitados especiales” para cada ocasión.

El anfitrión deleitaba a los asistentes con una carta especialmente diagramada para ellos, en base a pescados, destacándose los dorados, y mamíferos de la zona, especialmente venados y carpinchos.

Todo parece indicar que el famoso revuelto Gramajo nació en el establecimiento de don Arturo, y de su mano o de la de sus hijos, al regreso de una que otra salida nocturna, cuando “el bagre picó” y solo se encontró en la cocina con unos huevos, jamón y papas en el horno, mezcló todo, agregó un poco de sal y pimienta… y nació una delicia de la cocina argentina. Otra versión –obra de Félix Luna– cuenta que surgió por iniciativa del edecán del general Julio Roca, llamado Artemio Gramajo, historia que sólo se conoció por la publicación del libro ‘Soy Roca’… Vaya uno a saber, ¿no?

Las largas tres décadas del Establecimiento Gramajo generaron un movimiento comercial y económico en la zona de Candelaria de tal magnitud que dio origen a la expresión “la etapa floreciente de Gramajo”, y como todo en la vida, un día tuvo fin.

El establecimiento estuvo en manos de los Gramajo hasta el año 1948, luego fue intervenido y se designó para tarea a Olegario Bidart y Eduardo Caló; dos años más tarde fue transferido a la familia Werner –a una de las empresas del holding familiar -. En 1955 tuvo nuevos dueños, una sociedad de catorce miembros, encabezados por Víctor y Cesáreo Navajas; a partir de entonces entró en un proceso de reconversión productiva, dejando de lado la producción yerbatera hasta eliminarla de esas tierras; el resto es bastante conocido.

El Castillito está, el revuelto existe y se consume, los Gramajo son historia… A veces no hay que mirar tan lejos para conocer tradiciones de ensueño, tan propias y tan nuestras.

¡Hasta el próximo viernes!

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