“Me quiero ir del país…”

jueves 22 de julio de 2021 | 6:05hs.

Sergio Zabalza es un destacado psicoanalista, con ocho libros publicados (se puede ver su biografía en Google) y acaba de publicar en Página 12 una interesante nota sobre la aparente intención de muchos jóvenes de irse del país.

Muchos de nosotros alguna vez hemos soñado o concretado irnos un tiempo del país, por dinero, por la familia, por temor o por otras razones; otros no lo hemos concretado, y seguimos aquí, trabajando por un país mejor.

En estos momentos, cierto sector social y político está intentando imponer un pensamiento negativo y depresivo, con la consigna “este país se va a la m…”. Muchos jóvenes observan que, tras los cuatro años de la gestión macrista, sobrevino el coronavirus y con él las restricciones impuestas para preservar el sistema sanitario y la vida de los ciudadanos, con el inevitable costo de un cierto deterioro en algunos sectores de la economía y el esparcimiento (turismo, reuniones sociales, festejos, deportes masivos, festivales, recitales, conciertos, etc.).

Zabalza afirma en su nota que “la actitud adoptada por la principal oposición -ampliamente descripta recientemente por el insospechado de “populista” diario The Guardian– busca enrarecer el clima con la intención de instalar el desánimo entre quienes aún tienen pendiente la misión de forjarse un porvenir”.

También reflexiona acerca de que, hablar de infectadura para calificar las medidas restrictivas adoptadas por el presidente –similares a las adoptadas en otros países como Alemania, Francia o Israel–, los reclamos de libertad efectuados en las marchas anticuarentena realizadas; el flagrante negacionismo expuesto por comunicadores que minimizaron los efectos de la pandemia o la denuncia por envenenamiento efectuada al presidente por el plan de vacunación, cuestiones que vienen a cuento porque si de algo hay que preservar a los adolescentes y los jóvenes es del “tono absoluto” con que el relato de la realidad –buena o mala– se les impone. Acceder a la adultez “mete miedo” como dicen en el barrio; esto es: genera angustia. En muchos casos, la vida se les presenta a estos jóvenes como una suerte de abismo imposible de abarcar y cuya intensidad los empuja a pensar en acciones inconvenientes.

Desde siempre el adolescente ha experimentado que “nadie lo entiende”; se siente afectado por las manifestaciones de un contexto que le exige satisfacciones desconocidas; percibe que el mundo que le ha tocado vivir no es para él; cree advertir que los compañeros con quienes hasta hace un tiempo compartía tiempo y espacio ya no le resultan afines a sus inquietudes, etc. En este contexto, la frase “hay que irse de este país de m…” no hace más que brindar consistencia a lo que en definitiva no es más que el síntoma de incomodidad propio de la etapa de la vida de un joven.

Frases como “me voy del país” o “este país no tiene solución” y otras similares constituyen un ilusorio intento de salvación individual de muchos de estos jóvenes. y forman parte del repertorio urdido para generar desánimo y frustración entre los más jóvenes, muchos de los cuales se levantan todas las mañanas para sostener la nación que los poderosos no se privan de criticar.

Valdría la pena revisar con qué parámetros y expectativas se gesta una decisión trascendente como es la de abandonar el país que lo vio nacer; las personas del entorno; los amigos; afectos; costumbres; cultura; cuestiones que en muchos casos no sólo atañen a un individuo sino a toda una familia. En este punto, Zabalza propone poner el foco sobre lo que él denomina “la ilusión del Todo”.

Afirma que el discurso del desánimo enarbola de manera más o menos explícita juicios terminantes: “este país es una m…”; “en cualquier parte trabajando la mitad te comprás un auto y una casa”; “mi primo se fue el año pasado y ya consiguió laburo”. Todas frases formuladas con carácter absoluto, dejando de lado los aspectos oscuros o contradictorios que toda opción genera. Lo cierto es que en muchos casos, el primo (que es arquitecto) consiguió laburo, pero atendiendo tras la barra de un bar; si, trabajás la mitad, pero sólo te alcanza para pagar el alquiler y tomar un café cada tanto; y como postre de este cóctel desvariado, los problemas del nuevo país que ahora te aloja no te afectan porque estásafuerade esa comunidad y, con probabilidad, lo seguirás estando durante un buen tiempo.

Pienso que que cuando una persona se va a vivir a otro país suele cancelar su juicio sobre las desventuras, injusticias y contradicciones del sitio que ahora habita, pero la frase “cualquier cosa es mejor que esto”, dicha y repetida mil veces antes de tomar el avión en Ezeiza, se desvanece apenas el nuevo destino hace saber algo que nuestros jóvenes no saben: que la condición de inmigrante nunca es gratis; no hay que dejarse engañar por los mitos que los mensajeros del desánimo agitan mientras reposan sus humanidades en el mismo país de donde extrajeron sus ganancias, para luego fugarlas, diciendo “este país no tiene remedio”.

O también creo que Argentina se va a levantar del desastre macrista y de la pandemia que asola al planeta merced a la batalla que, de manera firme y silenciosa, está librando codo a codo este pueblo, que ama el lugar donde nació. La misma convicción con la que hace más de doscientos años hombres y mujeres decidieron terminar con el vasallaje colonial para así construir una nación en la que todos tengan derecho a elevar su palabra y vivir con dignidad.

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