Que la nube no me tape el cielo

lunes 19 de julio de 2021 | 6:00hs.

Por Ramón Claudio Chávez Ex juez federal

Al mejor estilos de los refranes, nos encontramos muchas veces con los proverbios: frases breves elaboradas como una idea, una enseñanza, un consejo, una sentencia.

Los proverbios hindúes o chinos, llenos de sabiduría, continúan vigentes en la actualidad. Esos consejos de hace cientos de año, utilizados con frecuencia para adornar ideas o hacer pensar.

“Que el árbol no te tape el bosque”, es uno de ellos; y es usado donde lo cotidiano se vuelve difuso, o en una historia idílica que abre una ventana sorprendente hacia la tragedia.

El Dalai Lama sostiene que se debe crear un sitio para lograr la paz interior, poder prescindir de las ideas que nos hacen creer que estamos de un lado o del otro.

Un ejemplo claro es cuando un profesional defiende el abordaje de su trabajo por encima del resto. El árbol sería su idea que no le deja ver el bosque, el vínculo verdadero del profesional con el cliente.

Si árbol nos tapa el bosque, debemos dar varios pasos para atrás o elevarnos lo suficiente para poder ver el bosque completo.

Es indudable que las nuevas tecnologías han cambiado definitivamente los paradigmas y las formas de relacionarse del ser humano.

La aparición de internet como un esquema revolucionario de comunicación produjo en nosotros una enorme transformación.

Podemos comunicarnos inmediatamente con cualquier persona en el mundo en forma virtual; y a la vez, estamos más solos en nuestra vida interior.

Así apareció “la nube”, “súbelo a la nube” o “ese servicio está en la nube”.

Las redes sociales inundaron el espacio, en un abrir y cerrar de ojos, la comunicación virtual te traslada a los lugares más distantes.

Las fotografías se convirtieron en “selfies”, los grupos de WhatsApp y el Facebook invadieron la privacidad de las personas, aceleraron definitivamente las conversaciones.

La “nube” te permite trabajar a distancia desde tu hogar, incluso desde otros países.

Los inmigrantes que poblaron nuestra provincia no conocían internet, trabajaban duro de lunes a viernes en sus chacras, los sábados arreglaban las herramientas de las labores, los domingos habitualmente concurrían a misa y luego compartían la jornada con vecinos, donde departían amablemente, tomaban conocimiento de los hechos que sucedían en la zona y regresaban al atardecer a sus hogares.

La irrupción de la televisión fue modificando paulatinamente esas tradiciones, interrumpiendo ese contacto social que se tornó esporádico.

El mundo ha cambiado, la virtualidad nos hace vivir de otra manera, a la que debemos adaptarnos, aprovechando todo lo bueno que la tecnología nos brinda.

Seguramente los cambios van a ser más intensos.

Como dice la Negra Sosa:

“¡Cambia, todo cambia!”.

Lo que no puede cambiar la máquina, es la esencia de las personas.

Yo no quiero que la nube me mande corazones, besos y me encanta si son sólo simbólicos.

No quiero que Mark Zuckerberg y Bill Gates sepan más de mi vida privada que mis seres queridos.

Extraño esas cartas de amor que llegaban por el correo postal y que demoraban quince días. Quince días que me ilusionaba con el texto que recibiría.

La nube nos robó el tiempo que le dedicábamos a la amistad, esa que tenía horas de charlas con una picada de mortadela, galleta y una sangría.

No quiero solamente escribir a una persona querida que tiene un problema:

–¡Como todo, ya va a pasar!

Necesito verla, escucharla, poder decirle que cuente conmigo, como yo puedo contar con ella o él.

“Que la nube no me tape el cielo” podría ser un buen proverbio para no perder del todo ese lado mágico de la relación de las personas que la máquina no puede reemplazar.

La gente en las grandes ciudades vive apurada, corre para tomar el tren o el subte, habla por teléfono con sus amigos; y por las noches, se queda sola mirando tele.

Quiero irme de viaje y desconectarme de la realidad cotidiana, por la noche si debo responder algo importante lo hago, si no, no estoy.

Habrá tiempo para vernos y charlar al regreso.

Quiero hablar personalmente con el almacenero del barrio, saber cómo está hoy, no ser solo un cliente.

La señora que vive al lado de mi casa no me saluda como antes:

–¡Hola, buen día vecino!

En definitiva, no quiero “Que la nube me tape el cielo”, no quiero que la nube me impida ver las estrellas en una noche de abril, esas con luna llena que despierta los sentidos.

Quiero sentir el olor de la noche, sus sonidos, sus silencios, sin interferencia alguna.

No quiero que la nube me prive de abrazar a mi amada, de mirar cerca y también lejos, hablar o permanecer en silencio.

Volver cuando salgo el sol.

–¡Mañana, mañana será otro día!


Publicado en ideasdelnorte.com.ar

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