Ramón encontró compañera

domingo 18 de julio de 2021 | 6:00hs.
Ramón encontró compañera
Ramón encontró compañera

l hombre acariciaba las cuerdas de la guitarra. Suaves notas se engarzaban en melodías apenas perceptibles que acompañaban el sonido del viento norte del mediodía de aquel domingo de agosto.

Sentidas letras hechas canciones brotaban de sus labios mientras la soledad, a la que ya se estaba acostumbrando, lo abrazaba con su manto de melancolía y tristeza.

A su lado, sobre una mesa de paraíso, con el veteado tallado por el tiempo, una copa de vino tinto lo acompañaba en su larga sobremesa. Lo saboreaba lentamente cada vez que necesitaba aclarar la voz o cuando alguna lágrima traicionera le acercaba algún recuerdo.

Por momentos se abrazaba a la guitarra y se quedaba mirando lejos mientras el trago de vino recorría su alma curando las heridas y las penas que querían aflorar.

Ramón estaba solo, la vida lo entretuvo cuidando a sus padres y cuando estos se fueron sintió que era tarde para buscar una compañera. Ser un buen trabajador, honesto y respetuoso, no fueron condiciones suficientes de ser buen partido para alguna señorita ni para disimular su timidez y ya se estaba acostumbrando a esta vida sin dar parte de nada a nadie. Su humilde casita estaba a la entrada del pueblo, o a la salida, dependiendo si iba o venía. Un jardín de rosales de varios colores la rodeaba, era el recuerdo de su madre que tanto las cuidaba. Cada vez que la visitaba en el camposanto, junto a una oración y una vela encendida siempre le dejaba las rosas más lindas.

Cada mañana Ramón salía muy temprano rumbo al trabajo, silbando canciones que eran caricias para el alma. El campo lo esperaba y durante el día se sentía feliz con esas tareas que sentía tan suyas y que le valían la confianza y la consideración que le tenían los dueños. En síntesis, un gran tipo, de pocos amigos, pero muy gaucho y solidario.

Y entre tragos de vino y caricias a su guitarra la tarde dominguera iba pasando. No se tiró a realizar su siesta habitual pues era un día diferente. Sara, la hija de don Jacobo, el carnicero del pueblo, a la que también ya se le estaba pasando el tiempo de gracia, le avisó que iría visitarlo. No quería que su guitarra se sintiera celosa, si al fin y al cabo era solo para charlar un rato.

Una nueva canción comenzó a rasguear en la guitarra. A lo lejos, por el camino arbolado que venía del pueblo, con su vestido de flores azules la vio venir.

No entendía por qué su corazón se le aceleró de repente. No le iba a fallar justo hoy. Cuando ella estuvo cerca se aproximó al portón para recibirla, eso sí, con la guitarra en la mano. Y se sentaron, y se miraron, y por fin se hablaron.

La tarde agonizante los encontró muy juntos saboreando los pasteles de membrillo que ella preparó con esmero, mientras un mate espumoso unía sus labios que aún no se animaban a sellarse. Cada tanto un chamamé que arrancaba de su guitarra, encontraba en ella la dulce voz que acompañaba su música y le susurraba el corazón con sus bonitos ojos negros. La misma casa se llenó de vida como no se vivía desde que vivían sus padres, mientras una suave fragancia de rosas frescas inundaba el lugar.

Y desde esa tarde un trío de amor nació en la zona. Ramón encontró compañera y en las fiestas del lugar, junto a Sara y a su querida guitarra, le cantaron a la vida y le cantaron al amor.

 

José Pereyra

Inédito. El presente relato obtuvo el segundo premio en un concurso. Pereyra es docente jubilado y reside en Virasoro Corrientes

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