Ñande Reko Rapyta (Nuestras raíces)

La Picada

viernes 16 de julio de 2021 | 6:05hs.

Si digo “picada” en cualquier punto de la geografía argentina, la mayoría de las personas entenderán que hago una referencia gastronómica –una entrada compuesta de varios alimentos dispuestos en pequeños platos o cuencos, onda antipasto italiano o tapa española-; o bien, a un tipo de competencia automovilística entre dos o más conductores -en general ilegales y muy peligrosas-; otros considerarán que indico la herida producida por un animal o insecto, una cicatriz, un tipo de daño en objetos metálicos, enojo y hasta una especie de caída libre, pero si entre los oyentes se encuentra una misionera o misionero, sin duda alguna sabrá que hablamos de una senda abierta en el monte -o selva– a machete limpio… allá ité.

Las picadas, como la tierra colorada, la yerba mate y el reviro, son símbolo identitario de Misiones; cuando el conquistador llegó, cuando los caminos nativos no fueron suficientes y el Camino Real fue imposible… aparecieron las picadas, marcando el avance del humano sobre la naturaleza brava y exuberante; desde entonces hasta hoy, este método sigue vigente.

Tan importantes fueron que le prestaron el nombre a parajes y localidades como Picada Sueca, Belgrano, Bonpland, Española, Finlandesa, Galitziana, Gobernador López, Iglesia, Libertad, Polaca, Portuguesa, Rusa, San Javier –por tres-, San Martín, Sargento Cabral, Sur Mecking y Yapeyú, cuyo derrotero es la historia misma de esta provincia.

De igual manera, Picada es el nombre de un barrio y un club deportivo posadeño.

El conocido barrio La Picada, ubicado en la chacra 90 de la ciudad capital, tiene su origen en coincidencia con la fecha de “fundación oficial” de Posadas, en 1870, cuando se asentaron los primeros pobladores registrados, entre ellos Gervasio Acosta y Simeón Martínez –pionero en el cultivo de caña de azúcar-, Pedro González, Nemesio Figueredo y Roque Vergara, a orillas del Paraná.

La única vía de circulación era un picada que atravesaba la propiedad del Coronel Moritán –actualmente chacra 86, barrio Los Pinos– y a medida que se acercaba al río se trasformaba en un trillo, también a campo traviesa dentro de la propiedad de Juan B, Mola y la de Antonio Álvarez –frente al Regimiento-; a fines del siglo XIX el barrio contaba con destacamento policial, más vecinos, trapiches, alambiques, fábricas de rapadura y colmenares, cuya comercialización generó la necesidad de mejorar la picada, que ya le daba nombre a la zona.

Por entonces se inauguró la Escuela N° 7, frente a la casa de la familia Kury, y justamente fue Adrián Kury, en la chacra 105, quien abrió el primer almacén y tienda, siniestrada pocos años después; las verdulerías de ´Tomás y Bartolo Canepá, Bonino y Armez marcaron el inicio de plantaciones de frutales y huertas; cuando Lázaro Gibaja inició el cultivo de cítricos en su propiedad de 20 chacras, generó 300 puestos de trabajo masculino y 65 femeninos cubiertos por mujeres inmigrantes austroalemanas y húngaras; para sacar la producción se debieron mejorar las calles del barrio, lo que significó un progreso urbano.

Apenas iniciado el siglo XX, nuevos establecimientos escolares abrieron sus puertas, la 53, la Escuela de Agricultura y la 219.

Por el año 1912 fue asesinado el vecino José Arnai cuando unos malhechores intentaron robar metales preciosos que se suponía tenía escondidos en su terreno, como era costumbre entonces no siempre se recurriría al cementerio y lo sepultaron en la chacra 135; poco a poco comenzó a circular el rumor que la cruz de su tumba “hacía milagros” y durante décadas se encendieron velas sobre la lápida, en tanto se decía que su espíritu deambulaba por las inmediaciones.

La Picada, como núcleo barrial, abarcaba desde la actual avenida Corrientes hasta el arroyo Mártires –toda la zona oeste posadeña-; como calle, tenía varios tramos cubiertos por montecitos espesos, que tornaban poco seguro su tránsito y alimentaban leyendas de “gauchos bandidos”, “luces malas y “aparecidos”; tampoco faltaron las historias de “entierros” de otros tiempos.

Hacia la década de 1930, este barrio abastecía a la ciudad de productos de granja y huerta, y quedaron en la memoria de los más antiguos el tesón de Pedro Labat, Don Méndez y las familias Ferreira, Espíndola, Soto Zarza y Medina, por citar a algunas.

Con el paso del tiempo, la Escuela de Agricultura cerró sus puertas y esas tierras fueron cedidas al Ministerio de Guerra de la Nación; el 8 de junio de 1933 inició las clases la Escuela N° 219, en un galpón, con 18 alumnos, y Osvaldo Viana como único maestro, tuvo varias denominaciones populares hasta que primó la identidad barrial y se legitimó el único nombre posible La Picada; su edificio es producto del Plan Quinquenal de la década de 1950.

En esos tiempos, en la zona se inauguró el primer y único jardín zoológico de la ciudad, al que nos referimos hace unas semanas, y en los años 60 el Concejo Deliberante capitalino dictó la ordenanza que cambió el nombre popular de La Picada por avenida Tambor de Tacuarí; a medida que la ciudad creció el gran barrio fue cediendo espacio a otros y así surgieron Los Pinos, 20 de Junio, Regimiento, 1° de Mayo… nuevas instituciones modernizaron la zona, la plaza 20 de Junio, la ermita de María Auxiliadora, la Escuela Especial N° 10 y tantas más.

Con identidad cultural propia, es cuna de artistas regionales reconocidos y de vasta trayectoria.

En este contexto geográfico y cultural, hace más de seis décadas surgió el Club Atlético La Picada. Dedicado al fútbol inicialmente, es el estandarte deportivo de esa parte de la ciudad. Bautizado por los entendidos como “el tren del oeste”, fue y es el lugar de esparcimiento, contención y competencia por excelencia, cuna de futbolistas reconocidos y reservorio de sueños e ilusiones.

Como queda claro, una palabra, un concepto es mucho más que eso… veces es parte del ADN social y cultural de muchos o de uno.

¡Hasta el próximo viernes!

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