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El tierno

lunes 12 de julio de 2021 | 6:00hs.
El tierno

Por Ramón Claudio Chávez Ex juez federal

Historias de los estudiantes universitarios hay muchas, llenas de colorido, con sabores dulces y también amargos; pero todas con la impronta juvenil de la búsqueda del porvenir, muchas veces con ciertos rasgos de inconciencia.

El ambiente va generando relaciones de compañerismo, complicidad en las aventuras, y gran medida relaciones de amistad que duran toda la vida.

Además de los claustros, las clases y las horas de estudio, no es menos importante la convivencia y las relaciones interpersonales que esto produce.

Desde la pensión, el comedor, las casas compartidas, le dan un matiz propio e inimitable, a ese mundo que es la vida del estudiante universitario.

El Negro Candia de Mercedes, Ricardo de Apóstoles, Atilio y Juan Manuel de Posadas, deciden alquilar una casa para convivir mientras estudiaban en la Universidad Nacional del Nordeste.

El Negro se había criado en una estancia y conocía de animales como nadie, era obvio que se inclinó por estudiar Veterinaria; Ricardo eligió la misma carrera, y los posadeños optaron por Medicina.

Compartían la limpieza de la vivienda, la cocina cuando preparaban los alimentos en el hogar, las largas horas de mate, y un reglamento no escrito para ordenar las horas de estudio.

Atilio y Juan Manuel estudiaban juntos, o en forma individual. El Negro Candia se organizó para hacerlo con Ricardo, porqué decía que no le gustaba leer solo.

Los sábados compartían partidos de fútbol con otros estudiantes, algunos de la ciudad y otros del interior.

La interesante vida social los llevaba a interactuar con chicas y chicos de otras carreras, entre ellos Fernando, amigo de Ricardo desde el secundario, que estudiaba para Contador Público en Resistencia.

Buscaban administrarse económicamente, porque los padres debían solventar los gastos mientras estaban en la universidad, y era de estilo que recibieran algún paquete de arroz, de fideo, de harina o de yerba; y debía durar “porque no se sabía cuándo” venía una nueva remesa.

El Negro Candia, con la picardía de la calle, se encargaba de poner sobrenombre a sus compañeros de convivencia. Los estudiantes de Medicina eran “los Curanderos” y Fernando “JacKaroe”, por cierto, parecido físico al personaje de la Revista D’artagnan.

Las señoras del vecindario charlaban frecuentemente con ellos, cariñosamente les decían “los chicos”, y una de ellas; La Chola que llevaba y traía el chisme, el Negro le apodó “Mercedes Ninci”, porque siempre informa primero.

En ocasiones almorzaban en un comedor llamado “La Posta del buen comer”, ubicado en las inmediaciones de la Facultad de Medicina.

Ricardo se puso de novia con Daniela Villafañe, una morocha bella, que tenía cierto parentesco con los Díaz Colodrero y empezó a modificar la rutina de estudio.

La negra lo llevó por delante y el vago, pasaba la mayor parte del tiempo con ella.

Regresaba a la casa y constantemente hablaba de ella.

– ¡No saben ustedes lo que es Daniela!

– ¡No pensé que me iba a enamorar tanto!

– ¡Si pué!, le dijo Candia.

La historia de amor llena de romanticismo empezó a generar inconvenientes en la casa.

El Negro no podía realizar la rutina de estudio, porque Ricardo se levantaba cerca del mediodía y no estudiaba.

Daniela también estudiaba medicina, pero Ricardo vivía obsesionado con su romance.

Empezaron a llamarle en la casa “El Tierno”.

Jackaroe vino un sábado y le pregunta a Juan Manuel: ¿Está Ricardo? y éste le contesta:

– ¡Aquí no vive ningún Ricardo, quizás le estás buscando al Tierno!

– ¡Debe estar en la Costanera con la novia y a la noche seguro lo encontrás en “¡El Castillo”, el boliche de moda!

Hablaron con Ricardo:

– ¡Organizate, andá de novio, pero estudia, así no vas a poder rendir!

Hablaron con Daniela y ella los entendió, estaba bien con él, pero no quería un novio “full time”.

Finalmente pasó lo que tenía que pasar; Daniela cortó la relación y “El Tierno” ingreso en un profundo pozo depresivo.

Sus amigos trataron de incentivarlo por todos los medios para que retome sus estudios; pero el decidió abandonarlos y regresar a Misiones, más precisamente a Posadas.

El Negro Candia encontró otro compañero de estudios, y luego de un gran esfuerzo todos culminaron sus carreras, incluso Fernando, que regresó a Misiones y comenzó a ejercer su profesión.

El Tierno empezó a trabajar en la empresa de energía, esa que nos enciende y apaga la luz, y mantuvo siempre la relación de amistad con Jackaroe.

Se juntaban a comer, el contador vivía en un departamento alquilado en el centro de la ciudad y El Tierno, en otro, un poco más distante.

Una noche el profesional se fue al Cine Español para ver dos películas, luego de comenzada la segunda, en el silencio de la sala escucha la voz del boletero que dice:

– ¡Al señor Fernando…lo buscan en la entrada!

Empezó a correrle transpiración en la espalda, le asaltó el temor de que algo grave había ocurrido.

– ¡Nadie sabe que yo estoy aquí!

Temeroso se levantó de su butaca y se dirigió al acceso.

¿Quién era?

El Tierno que fue a buscarlo al departamento y el portero le dijo:

– ¡Creo que se fue al cine!

Jackaroe estaba enardecido con su amigo, se lo hace saber,

– ¡No podés venir a buscarme al cine y hacerme llamar de la forma que lo hiciste!

El Tierno le explicó que estaba melancólico y que necesitaba hablar con un amigo.

Al fin de cuentas se apreciaban, eran amigos y continuaron siéndolo.

De lo otro se ocupó la vida, que acomoda los tantos en nuestras historias.

El tierno, que era verdaderamente eso, un tierno, se conoció con una chica, que lo apuntaló en lo que tanto le costaba y le cambió el rumbo de sus proyectos.

Él mismo reconoció su error estudiantil, y pensó, como lo hace mucha gente, que las cosas por algo pasan.

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