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Las valijas

domingo 04 de julio de 2021 | 6:00hs.
Las valijas

Era la primera vez que viajábamos a Buenos Aires en avión, con mi amigo Pacuto. Lo hacíamos en un vuelo nocturno.

Al disminuir de altura para aterrizar, apreciamos la grandiosidad del espectáculo: la ciudad iluminada por cientos, ¡miles! de luces. Cuando ingresamos al salón y vimos esa cantidad de gente que se movía de un lado a otro, tuvimos la sensación de hallarnos inmersos en un mundo nuevo, desconocido para nosotros. Me acordé de la novela “Aerodromo”. No; “Aerodromo”, no. “Aeroparque”. ¿O era “Aeropuerto”? ¡Qué raro! ¿Por qué algunas bases se llamaban aeropuertos, y otras, en cambio, aeroparques? Y si te equivocás, con los porteños, te ves en mala situación.

—Se dan cuenta de que sos pajuerano.

—No sólo eso; sino que, además, se creen que los estás cachando.

-¡Qué vidrios tan grandes! Y cuánta gente del otro lado...

-Son los que esperan a quienes vienen de viaje, como nosotros.

-Algunos nos miran. ¿Se darán cuenta de que no somos de acá? ¿De que no conocemos...?

-Sí; busquemos una puerta y salgamos pronto.

Salimos apresuradamente; pero, para sorpresa nuestra, no estábamos en el exterior, sino en una sala más amplia, por la que unas pocas personas, a esa hora, circulaban con sus bártulos en procura de alguna de las puertas. Nos enfilamos detrás de una pareja, y en un par de minutos estuvimos afuera. Íbamos a ubicarnos en “la cola” de los taxis, cuando advertimos que no traíamos nuestras valijas. 

Giramos sobre nuestros pies, con intenciones de ingresar de nuevo; pero la puerta no cedía a nuestros esfuerzos, por más que lo intentáramos a cuatro manos. Un señorón que pasaba, nos miró con sorna y nos indicó otra puerta, hacia la que nos dirigimos presurosos. Estaba cerrada; pero al aproximarnos, se abrió como por encanto. Ingresamos en la sala grande, nos cruzamos con la gente (nueva gente), que se desplazaba hacia las salidas, y nos fuimos de boca a la puerta que daba acceso al primer salón, de donde no debimos salir sin las valijas. Ahora lo advertíamos.

Allí fue nuestra sorpresa; nuestro estupor. Un guarda nos contuvo: teníamos que permanecer del otro lado, a la espera de los viajeros que habíamos ido a recibir. Le explicamos que no esperábamos a nadie; que nosotros éramos pasajeros de uno de los vuelos recientemente arribados; que lo único que pretendíamos era retirar nuestras maletas. Para persuadirlo, le mostramos los pasajes y los comprobantes de despacho. Nos miró con fastidio, y nos dijo:

El equipaje de este vuelo ya fue entregado. Tienen que pasar por Administración a reclamar sus maletas.

De mala gana nos indicó por donde se llegaba a la Administración. Estaba cerrada, porque la Empresa ya no tenía más vuelos. Logramos que un comedido nos indicara el trámite a seguir: a la mañana, a partir de las 7 y 30, las oficinas de la Administración comenzaban su atención al público.

Nos resignamos. Cuando nos registramos en el hotel, el conserje nos dijo muy discretamente que debíamos pagar por anticipado, en razón de que no portábamos valijas. Era norma. Nos dispusimos a hacerlo. En ese hotel efectuaban rebaja a los asociados del gremio al que Pacuto y yo pertenecíamos; pero ¡las certificaciones y recibos habían quedado en una de las valijas! Hubimos que abonar tarifa completa.

A la mañana, tempranito, estábamos en Aeroparque, en la propia Administración de la Empresa. ¡Por fin recuperaríamos nuestro equipaje! Hubo un ir y venir de la empleada, en averiguaciones. Al cabo, nos pidió los comprobantes de despacho. No los teníamos. Estaban los pasajes solos. Sin duda, las tarjetitas se habían desprendido por algún roce, y habían caído ¡vaya a saber dónde!

-Si no tienen los comprobantes, tendrán que esperar que venga el jefe. El decidirá.

Quedamos alelados. Recordé un cuento que había leído, cuyo protagonista, luego de sufrir una serie de complicaciones y trastornos, decía: “Entonces, me puse a pensar en Kafka”. Yo hice lo mismo: me puse a pensar en Kafka. No sabía quién era, la verdad; pero igual me puse a pensar en Kafka...

Relato publicado en el libro 10 cuentistas de la Mesopotamia. Otros libros del autor: Las figuras del habla misionera, Paisaje de luz, tierra de ensueño y Narraciones, historietas y poemas.

Hugo Wenceslao Amable

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