Los Desahuciados del Viejo Miño

lunes 21 de junio de 2021 | 6:00hs.

E
n el año 1973, cuando Maradona no era todavía Maradona, ese Maradona de la leyenda, participó con Los Cebollitas en los Juegos Evita que se disputaron en Embalse Río Tercero. Si bien desplegó su magia, allí fue actor de reparto, su equipo perdió la final contra el Club Social Pinto de Santiago del Estero, Pinto sin “s” como diría Luis Landriscina.

La final termino empatada 2 a 2, y en la ejecución de penales el arquerito del equipo santiagueño le detuvo el tiro de los doce pasos al Diego.  Como él mismo lo cuenta en el libro ‘Yo soy el Diego de la gente’, una vez terminado el partido, el hijo del técnico del equipo campeón, al verlo amargado, se acercó y le dijo:

–¡No llores, hermano, si vos vas a ser el mejor jugador del mundo!

Carlos Miño vive en Granadero Baigorria, en el Gran Rosario, de la provincia de Santa Fe.  Es un loco del fútbol y siempre jugaba, así fuere en un picado o en cualquier campeonato. Era muy amigo del Negro Zamora, aquel que jugó en Ñuls y en River. El Negro le conseguía entradas y Miño iba a la cancha, en Rosario o en Buenos Aires. Jugaba en el mismo puesto del Negro, quien le enseñaba trucos para desorientar al marcador; a él además le encantaba provocar al contrario.

Se armó en Granadero Baigorria un campeonato de barrio donde los equipos debían tener su propia cancha. Había reglamentos, árbitros y una gran concurrencia de público. Jugaban de visitante un partido bravo, a Carlos lo marcaba un colorado raspador al estilo de Mac Allister, pero mucho más corpulento. Para ir “calentando el agua”, Miño se acerca y le dice:

–¡Qué picnic que me voy hacer esta tarde!

Lo pasó una vez y metió un centro envenenado que no fue gol de casualidad. Se cruzaron una mirada con bronca. En la siguiente jugada el colorado le mete una patada y lo desparrama en el pasto.

-¡Eh, referí, eso es para expulsión!

El hombre del pito se lavó las manos y le hizo una amonestación verbal:

–¡En la próxima lo echo!

La mecha estaba prendida y Miño lo tenía entre cejas. En el siguiente avance le puso al marcador los tapones a la altura de la rodilla. Viene el árbitro, le muestra el cartón amarillo y el delantero lo encaró:

–¡Qué te pasa a vos, el tipo me desparramó y no sacaste tarjeta, yo voy a la pelota y me sacás la amarilla! No jodas conmigo porque no sabés con quién te metés. ¡Yo maté a tres tipos y hace cuatro días que salí de la cárcel de Coronda; mirá si voy a tener problema en enfriar a otro!

Terminó el primer tiempo y el árbitro se fue al descanso preocupado por lo que acababa de escuchar. Les comenta la anécdota a los jueces de línea y éstos le preguntan “¿quién te dijo eso?”

–El puntero derecho de los visitantes.

–Ja ja ja, no le hagas caso, hace siempre lo mismo.

Empieza el segundo y seguían “calentitos los panchos”, se cruzan nuevamente el colorado con Carlos, forcejean, el marcador cae y el contrario lo pisa. Roja directa; Miño quiere armar quilombo, pero es disuadido por sus propios compañeros porque había muchos simpatizantes del otro equipo y no la iban a sacar barata.

Con el paso de los años, le aparecieron las canas y todo el mundo lo conocía por el apelativo de El Viejo Miño.  Se hizo entrenador y formaba equipos para competir en los distintos torneos.

En la localidad de Pinto, Santiago del Estero, el lugar de donde eran los chicos que le ganaron a los Cebollitas del Diego, se realizan todos los años el Campeonato Nacional de Fútbol Amateur.  Concurren equipos de todo el país y en el torneo se desarrolla en tres días. Como la ciudad es pequeña, se alojan en establecimientos escolares o edificios públicos, cada delegación se encarga de sus alimentos.

Además de ver en acción a buenos jugadores que, por esas cosas de la vida, no llegaron al fútbol profesional, el torneo destinaba para el campeón y subcampeón como premio una muy interesante suma de dinero en efectivo.

 La inscripción de los equipos era alta, para solventar los gastos de la organización y los premios para los ganadores. Los equipos venían de distintos lugares del país en los viejos colectivos de línea con todo lo necesario para la competencia: las indumentarias, alimentos e incluso un freezer para las bebidas.

El Viejo Miño fue técnico de equipos de su ciudad, muy competitivos todos. Un año salieron subcampeones y se juramentaron ganar el torneo siguiente. Cuando partieron el año siguiente, les aclaró a los jugadores:

–¡Vamos a competir, a ganar, no vamos de joda! La joda será a la vuelta con el título, si no ustedes a mí no me ven más.

Como vienen tantos equipos, los partidos se juegan de corrido, incluso durante cualquier hora de la noche. El primer partido jugaron a las 2 de la tarde, ganaron 2 a 0, tenían programado el siguiente a eliminación directa a las 2 de la madrugada, ganaron nuevamente, esta vez 2 a 1.

Tenían que jugar de nuevo a las 10 de la mañana, por lo que tenían pocas horas para el descanso. El Viejo no se percató de que sus jugadores tenían como 400 latas y botellas de cerveza en el freezer, a las que les entraron sin ningún tipo de contemplación. A las 6 de la mañana se recostaron “hechos flecos” y el Viejo los llevó a la cancha en cualquier condición, menos en la de un jugador de fútbol. El resultado fue el previsible, perdieron 2 a 0 y quedaron eliminados del campeonato.

En caliente, el técnico les botoneó:

–¡Manga de irresponsables, no sé por qué pierdo el tiempo con ustedes! No me hago el santo porque también me gusta la juerga, ¡pero hablamos de otra cosa!

Después de eso lo fueron a buscar varias veces en Granadero Baigorria para que los dirija de nuevo; no quería saber nada. Fue técnico de otro equipo con el que en la segunda presentación logró el ansiado campeonato.

Sus antiguos dirigidos no dejaron de participar del campeonato nacional; para sorpresa de propios y extraños, aparecieron en Pinto con un colectivo que tenía la inscripción ‘Los desahuciados del Viejo Miño’, y con ese nombre se inscribieron en el torneo.

Publicado en ideasdelnorte.com.ar

Por Ramón Claudio Chávez
Ex juez federal

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