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El acariciador de tigres

domingo 20 de junio de 2021 | 6:00hs.
El acariciador  de tigres

Bondadoso Silvestre tuvo un don, una rara virtud, que no es común encontrar en los humanos.

Salvo San Francisco de Asís, muy pocos, contados personajes de la historia, han poseído un Don igual o similar.

Es que Bondadoso Silvestre, con la sola tibieza de su mirada, hacía que todos los animales, domésticos o salvajes, en libertad o en cautiverio, que estuviesen en las proximidades, se acercasen a él, agazapándose mansamente a sus pies para recibir una caricia.

Bondadoso, ante esta circunstancia, apoyaba su mano derecha sobre el testuz del animal y con una voz suave, hipnotizadora, les decía:

-Vete con Dios, hermano.

A lo que, invariablemente, cada animal, potenciando la actitud de sumisión asumida, respondía lamiendo los pies del amigo humano.

Una cosa similar ocurría con las aves de la selva las que mansamente se posaban en sus hombros para, desde allí, emitir gorjeos alegres y melodiosos que asombraban a los circunstanciales observadores de tan raro y conmovedor fenómeno.

Con estas aptitudes, Bondadoso Silvestre recorrió las distintas regiones de la provincia de Misiones y una vez (por destacar un hecho que quedó grabado en la memoria colectiva de los habitantes de la zona), fue llamado por los vecinos de la localidad de San Pedro, donde un feroz yaguareté hacía estragos en las chacras y establecimientos rurales, matando subrepticiamente y de puro vicio, al ganado vacuno que encontraba sin custodia humana.

El temible animal, sabedor de todas las artimañas de los hombres, burlaba invariablemente a sus perseguidores y a sus trampas, llegando también a amenazar la seguridad de los humanos, habiendo atacado ya a un obrero de un aserradero de la región, quien pudo, gracias a Dios, escapar del peligro con heridas de poca consideración.

Así, Bondadoso Silvestre se hizo presente ante las autoridades de San Pedro y encabezando una partida de buscadores se internó en lo más profundo de la selva para encontrar al felino depredador, habiendo previamente impuesto a sus acompañantes la condición de que nadie dispare con armas de fuego sobre la fiera, salvo caso de que corriese un riesgo inminente la integridad física de algún integrante de la partida.

Todos los cazadores fueron testigos de cómo, habiéndose arribado durante la marcha a un “barrero” con claras señales de ser un abrevadero de animales y mientras exploraban el lugar, un enorme yaguareté, sin ningún tipo de precaución ni temor, salió de la espesura y, como si fuese lo más natural, como un animal doméstico, caminó entre los hombres de la patrulla hasta llegar donde se encontraba Bondadoso Silvestre, ante cuyos pies se echó en clara señal se sumisión.

Ante los ojos desorbitados de los observadores, Bondadoso posó su mano derecha sobre la cabeza de la fiera, a la vez que le decía:

-Que Dios te bendiga, hermano yaguareté. Vuelve en paz a la selva y no hagas más daños innecesarios. Mata sólo lo que necesites para vivir.

Luego de unos minutos en que la fiera permaneció echada a los pies del hombre, esta se levantó, lamió de tres lengüetazos sus pies y se alejó mansamente hacia la selva, raspando con su piel las piernas de los asombrados cazadores que se hallaban en su camino, quienes, aún incrédulos, permanecían atentos a defenderse de un ataque del felino, lo que no ocurrió.

Del yaguareté, nunca más se supo, no volvió a depredar en la región.

De los integrantes de la patrulla, puedo decirles que durante muchos años contaron esta historia en todos los fogones de la provincia.

De Bondadoso Silvestre les diré que, aunque no lo crean, murió de un artero zarpazo que le seccionó la yugular y que le fuera asestado por la única fiera a la que no pudo enternecer, doña Clotilde Carballo, su suegra, a la que una vez, vaya a saber por qué, en un rapto de cariño, intentó acariciar.

Del libro “A mis amigos… Los duendes” . Larraburu es autor además de “El Monje Negro”, “En los pagos del Oro verde”, “Sobre duendes, mitos y leyendas”.

Luis Ángel Larraburu

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